Galería de la piel

Jun 17 • destacamos, Ficciones, principales • 1142 Views • No hay comentarios en Galería de la piel

 

Por primera vez la editorial Lumen reúne la poesía de Cristina Rivera Garza en Me llamo cuerpo que no está. Presentamos dos textos de la autora mexicana

 

POR CRISTINA RIVERA GARZA

 

Hospital de neurología

Hay un hombre entre nosotros

los que aguardamos la muerte, los que estamos despiertos

desde el alba hasta el advenimiento del alba

sobre sillas de plástico color naranja y los huesos rotos

de tanto ir

hacia el vidrio de la esperanza

hacia la burla inminente de la esperanza

hacia la crucifixión puntual de la esperanza.

Alguien acaba de morir. Son las 3:20 de la mañana.

El hombre entre nosotros está sentado como nosotros

con los codos sobre las rodillas y los ojos estancados

en este afuera del mundo que es un mundo

antiséptico y claro

el residuo alrededor y abajo y atrás de todo lo que es:

una burbuja de piel casi humana cruzada de sondas

amarillas

por donde entra el aire y sale la súbita falta

de aire;

un mundo de isodine y yodo y otros olores sin olor

que borran el olor de los cuerpos en su propia

malformación

sus propios errores, sus propios tumultos, sus propias

y genéticas imperfecciones;

un mundo acechado por el azar de dios y rodeado

de ventanales ilesos

ventanales impávidos

muros de córneas bruñidas por la luz urbana de marzo

que todo lo aleja y todo lo difumina;

un mundo donde algunos visten de blanco y caminan

y otros muchos visten de negro y callan inmóviles

porque alguien acaba de morir

aquí donde son siempre ya las 3:20 de la mañana

y donde se muere en el sueño lógico de los sedantes

y el no saber

que ya no habrá más, nada más, para nosotros

los que esperamos con el pulso disminuido

de no querer sentir

deseando con todos los dientes ese letargo suyo

de nunca saber

que nos quedamos aquí, hora tras hora, encendiendo

cigarrillos

bebiendo café negro, imaginando al hombre que está

entre nosotros

dulce y voraz como ninguno

encerrado en el cántaro de la sed y el cántaro del deterioro

nuestro como el animal que llevamos dentro

que es inaccesible a nosotros los que sabemos de morir

y de soportar la sobrevivencia desde la medianoche

hasta el advenimiento de la medianoche.

 

 

Lo que veo a mi alrededor

La mujer que encontró la inmovilidad después

de la última rabia del último día
después de todos los otros días y todas las otras rabias;

el epiléptico de Zacatecas que tiene hambre y no ha

comido en dos semanas

el que llega reptando de la ciudad con la lengua

y las manos y las piernas y los ojos

convulsionados por grandes ataques mientras repite

la palabra estrella

la palabra madre;

la muchacha de veintiuno a la que han operado

veintiún veces, una y otra vez, cada año

podando infructuosamente las ramas verdes del árbol

magnífico

esa planta carnívora que crece en el centro mismo

del cerebro

y por ello hermosa y por ello indescifrable

(como las minas olvidadas de una guerra perdida antes

del inicio

antes de los pronunciamientos y antes de los cánticos

y antes de saber que habría guerra)

y por ello trágica y por ello deleznable como el único

enemigo dentro del cuerpo que es el cuerpo

mismo;
el muchacho casi niño de largos brazos y largas piernas

llenas de piquetes

el que está tendido sobre un lecho desinfectado

con los ojos a medio abrir y a medio cerrar

como quien añora el sol sin haber sol dentro de esta

vasija blanca

el que respira con el tubo de plástico azul entre

los labios abiertos

con las manos atadas y los pies atados porque no es

un enfermo fácil

con la madre sola leyendo en voz alta los pasajes de

un libro irreal

palabras subrayadas por la nube púrpura y desigual

del cemento y la morfina:

“vine a Comala porque me dijeron que acá vivía

mi padre”;

la mujer, la más mía, en cuya carótida flota el globo

frágil, el globo cruel de un aneurisma

la malformación congénita y silenciosa que la tiró

de bruces bajo la regadera de las siete

y nos la entregó después, días después, meses después

con el cerebro lleno de las palabras sin sentido de la

poesía y los 28 años que decía volver a tener

En el alrededor veo a mi madre.

 

 

Ilustración: Ani Cortés /El Universal

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