Gan Bi y el soliloquio supratemporal
Chen, médico de una clínica en la ciudad de Kaili debe hacer una travesía para recobrar a su sobrino, que lo lleva a reencontrarse con la poética de lo cotidiano
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POR JORGE AYALA BLANCO
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En Kaili Blues: canción del recuerdo (Lu bian ye can, China, 2015), genial debut como autor completo del precozmente inasible poeta y ensayista visual chino del Instituto de Comunicación de Shanxi en Taiyuan egresado de 26 años Gan Bi (premiadísimo corto previo: Jingang Ping 12), el célibe médico rural treintón Chen Shen (Yongzhong Chen) regentea sin mayores ganancias la clínica semibenéfica que con dineros heredados ha logrado montar con la vieja doctora Li (Daqing Zhao) en el sudoccidental pueblo perdido chino de Kaili, pero en realidad los afanes de su generosa afectividad casi mística también están compartidos entre los poemas líricos que difunde en la radio local y, ante todo, el protector cariño paternal que, al grado de forzar la cerradura de una ínfima casa-celda confinante, vuelca sobre su desdichado sobrinito de 7 años Weiwei (Feiyang Luo), hijo de su lumpenizado hermano expresidiario irremediable Cara de Loco (Lixun Xie) que, fuera de cualquier previsión delictuosa o malvada, acaba pretendiendo vender sin éxito al pequeño y por último se conforma con deshacerse de él y enviarlo refugiado con amistades al villorrio vecino de Zhanjuang, según le informa el amigote común asimismo exconvicto Zhang Xi (Linyan Liu) al bondadoso Chen, quien, enardecido y aconsejado por la solitaria doctora anciana, no tardará en dejarlo momentáneamente todo para acudir al rescate del chavito, pasando primero por el pueblo de la madre que los abandonó cuando niños a él y a su torvo hermano, hasta no recuperar a su querido Weiwei, al término del despliegue de las múltiples dimensiones y pliegues narrativos de un vehemente e inesperado soliloquio supratemporal.
El soliloquio supratemporal está filmado al más alto nivel estilístico sensorial de hoy (el de Sokurov, Tarr, Weerasethakul, Loznitsa, Ceylan, Bartas o del paisano chino Jia Zhang-ké), con el plus de un virtuosístico plano secuencia archisinuoso e irrealista de 42 minutos y 15 segundos hacia la mitad del filme para relatar la visita de Chen al pueblo de su madre en busca de unos últimos tañedores de la trompeta étnica lusheng, un antológico plano de movilidad pasmosa y ejecución imposible por el fotógrafo con steadicam desenfrenado Tianxing sobre motocicletas o a pie y que va por carreteras y caminos de montaña y entra y sale por calles y callejones estrechísimos y casas y suelta y retoma a sus personajes de hace dos o tres giros atrás y pasa por puentes colgantes y se trepa a un bote para cruzar un río y desembarca y surca un grupito de rock callejero cantando cierta balada infantil y simula atropellar…, un larguísimo plano superpreciso de estructura rígida mucho más que elástica y fluctuante, un plano hipersintético o polimolecular entre el mejor Jancsó olvidado y Fabrizio Prada sin melodramatismo truculento (Tiempo real 02) o el literalmente bombástico PVC-1 de Spiros Stathoulopoulos (07), un plano prodigioso donde el arte narrativo parece extraviarse en el sueño multiforme y o en lo real-imaginario pero a lo Borges, un alucinado plano alucinante que satisface la angustia de héroe haciéndolo futuristamente coincidir con el adolescente vulnerado en lo emocional que de seguro será Weiwei siendo ya deleznado eróticamente por una linda de faldita amarilla Yangyang (Yue Guo) al tiempo que el propio Chen es consolado amorosamente por una peluquerita que lo medio desnuda para coserle dos botones a su camisa mientras quedan provisoriamente esclarecidos los añejos misterios de la madre abandonadora y del probable padre gángster Monk (Zhuohua Yang), un ensimismado plano inolvidable donde confluyen y fusionan presente/pasado/porvenir/sueño de modo imprevisiblemente armonioso.
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El soliloquio supratemporal se revela así, en primera y recóndita instancias, como el delirio narrativo a tambor batiente de la humilde travesía existencial-onírica en varios tiempos simultáneos de un médico-poeta de aldea, cual tormentoso y atormentado Diario de un cura de campo de Bresson (51), a la búsqueda de su adorado sobrino en una provincia lejana, un viaje primero inmóvil con poemas radiofónicos y algún flashback (ese leit motiv de una linterna intentando dar calor o enrojeciendo espectralmente a las manos femeninas) y luego territorial, a base de alígeras tomas dinámicas y pluriespacio-temporales, con imágenes a veces surrealistas (esa quema de billetes falsos como pirotecnia funeral-purgadora, ese entierro de botellas por Cara de Loco junto a su covacha de muladar en una cumbre-miradero pueblerino) cuya naturaleza comunitaria sobredetermina una deliciosa suerte de ronda encantada con criaturas multidialectales.
El soliloquio supratemporal aúna además, a modo de cordial incordiada amalgama coloquial, un haz de relatos verbales dignos del chileno Raúl Ruiz (historia del amante de la doctora al que debía una camisa, historia de capo mafioso impasible aunque le enterraran vivo a su hijo si bien no perdona que le hayan cortado una mano etc.), textos arrasantes en off de los presuntos poemas radiales de Chen (“Sin navajas, el lenguaje se vuelve mudo”), planos recurrentes de relojes hasta pintados en la muñeca o en el tórax como símbolos del tiempo-materia, el título del filme a la tercera parte del metraje como inscripción críptica e incluso una prologal cita del Buda escrita sobre la pantalla cual invocación monacal (“Es improbable aprehender estados mentales presentes, pasados o futuros, ya que en ninguna de sus actividades tiene la mente sustancia o existencia”: Sutra del Diamante).
Y el soliloquio supratemporal hace a todo lo largo del relato real-onírico continuas referencias a unos mitológicos e inmostrables Hombres Salvajes que parecen merodear por todas partes, aterrorizan al chavito Weiwei al fin localizado en custodia de un misericordioso anciano hoy dedicado a llevar y traer niños del colegio, y simulan encarnar conclusiva y culminantemente en unos trompetistas funerales de la etnia Miao, cual promesa desenturbiada.
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FOTO: El primer largometraje de Gan Bi, con las actuaciones de Yongzhong Chen, Yue Guo y Linyan Liu, se exhibirá en la Cineteca Nacional hasta el 11 de octubre. / Especial
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