Genealogía de un hereje liberal: entrevista con Enrique Krauze sobre “Spinoza en el Parque México”
En su autobiografía intelectual Spinoza en el Parque México, el historiador hace una revisión de los grandes totalitarismos del siglo XX y cómo han mutado en los actuales populismos, además de volver a sus orígenes judíos para rescatar tres aspectos fundamentales para su trayectoria: el humanismo, la literatura y el sentido histórico, que han estado guiados por el valor máximo e indiscutible de la libertad
POR SOFÍA MARAVILLA
Cuando la intolerancia ideológica somete a un pueblo y éste, en gran medida, se ha dejado embrujar por las promesas de salvación a cambio de su libertad, quien se atreva a disentir será acusado de herejía. Sí, es una terminología religiosa, pero en un tiempo donde abundan los falsos mesías y se cocinan nuevas formas de fanatismos seculares, me uno a la máxima que el historiador Enrique Krauze (Ciudad de México, 1947) lanzó en sus Textos Heréticos hace tres décadas y que hoy recobra vitalidad: “Debe haber herejes”. En otras palabras, no se debe perder, jamás, la libertad.
Pensando en ella surge Spinoza en el Parque México (Tusquets, 2022), autobiografía intelectual de Krauze, donde al mismo tiempo que nos sorprende con sus antecedentes familiares en la militancia socialista, evoca las figuras que formaron en él lo que llama una conciencia liberal, entre las que destacan Daniel Cosío Villegas, Octavio Paz y Gabriel Zaid.
“Siempre sentí el deseo de recobrar lo que fue mi vida de niño y de adolescente en el seno de una familia judía europea y en el Colegio Israelita. Unos recuerdos llevaron a otros, me hicieron volver a mi biblioteca, recorrer los libros de mi abuelo, releer textos en Yiddish… en fin, volver al origen”, comenta Krauze sobre este libro que nació a partir de una serie de conversaciones —comenzadas en 2015— con el escritor José María Lassalle (Santander, 1966), donde podremos conocer al hombre de carne y hueso, como diría Miguel de Unamuno, detrás del hombre de ideas que, a lo largo de su trayectoria y hoy en día con mayor fuerza y sabiduría, ha mantenido una actitud crítica hacia quienes detentan el poder: “No tiene una sola alusión el actual presidente mexicano más que de manera tácita, en el sentido de que, quien lea la genealogía liberal que vertí, entenderá por qué he mantenido una posición crítica con respecto a él; pero la posición crítica la tuve desde tiempos de Díaz Ordaz y Echeverría”.
Inmanente, el gran protagonista de este libro es el filósofo Baruch Spinoza, quien, siendo de origen sefardí, fue un hereje exiliado por su propia comunidad, y quien para el historiador mexicano representa los máximos valores de su herencia judía, la cual siempre ha sido importante para Krauze en tres aspectos: “El humanismo judío, la literatura judía, y la historia judía. No tanto la religión, no tanto las pulsiones nacionalistas ni el llamado tribal; más bien el judaísmo que está en los libros y en la historia, ese es el que me transmitió mi abuelo, en particular su interés por el gran filósofo que encarnara esos valores: Baruch Spinoza”.
Krauze nos comparte una metamorfosis entrañable del autor neerlandés: el Spinoza del Parque México no es otro que su abuelo Saúl, sastre de profesión, filósofo por vocación: “Su Spinoza era muy elemental, hablaba de su biografía, de los aspectos básicos de su filosofía naturalista, de su defensa de la libertad de expresión, de pensamiento y de creencia. Spinoza fue un hombre virtuoso que vivió de manera sencillísima puliendo lentes, lejos del poder y de las universidades, y mientras tanto construía una obra inmortal. Mi abuelo me transmitió esa devoción y yo fui formando una biblioteca spinozista. Alrededor de eso quise escribir un libro, que nunca escribí, pero que he delineado en este libro; así que, de alguna forma, al hablar de ese libro, de cómo no lo escribí, lo estoy escribiendo”.
Figura que divide opiniones, Krauze nos da en esta obra un valioso corpus de claves para comprender la actualidad de nuestro país desde ese otro punto de vista que resulta casi un tabú cuando se es formado, como una servidora, en la tradición izquierdista de la Universidad pública. Puedo decir que, con Spinoza en el Parque México, Krauze completa el cuadro de pluralidad intelectual que hace falta para asir ese monstruo policéfalo que es este México que nos toca vivir.
Y aunque Krauze no comparta el principio historicista que permite crear patrones sobre los hechos, al recorrer sus páginas dedicadas a los totalitarismos del siglo XX no es posible frenar ese estremecimiento que provoca encontrar similitudes con las actuales disposiciones políticas mundiales donde abundan las polarizaciones sociales y el populismo… Sí, me dejo caer en la tentación de evocar esa máxima marxista, corolario irónico de Hegel, que indica que la historia se vive una vez como tragedia y otra como farsa. Yo agregaría una nueva forma: la farsa trágica. Pero Enrique Krauze es mucho más optimista respecto al porvenir.
Nunca había tenido el deseo de escribir sobre sí mismo. ¿Qué le hizo saber que era momento de publicar esta autobiografía intelectual?
La primera razón tiene que ver con la edad. Cumplir 75 años es emblemático como para poder hacer un balance de más de medio siglo intelectual. La segunda razón fue la provocación de José María Lasalle de aceptar conversar conmigo sobre mi vida. Yo siempre he conversado con mis biografiados sobre su vida, desde mi abuelo, hasta Daniel Cosío Villegas, o Manuel Gómez Morin, porque la historia oral ha sido uno de los métodos a los que yo he recurrido con mucha frecuencia. He escrito libros con esas conversaciones. Creo, como dice Gabriel Zaid, que la cultura es conversación, y esa conversación con José María resultó tan agradable, que me hizo evocar cosas que había olvidado; esas conversaciones las fui compilando y organizando, y luego, en tiempos de la pandemia, tenía una alternativa: o me volvía loco, o escribía la autobiografía.
Su libro ahonda mucho a temas previos a los 80 y ocasionalmente hay vislumbres hacia las décadas posteriores, pero ¿por qué no hay más temas referentes a los últimos 30 años?
Porque es la historia de una formación. De lo que en alemán se llama bildung, que es la formación, la construcción de una conciencia. Yo creo que es la construcción de una conciencia liberal en un historiador, pero yo empecé, como toda mi generación, e instruido por mi abuelo, en la tradición socialista, pero con una clara idea de que había que preservar el valor de la libertad, y así fue como participé y como leí el movimiento juvenil del 68, y en la medida en que mi propia generación se fue inclinando más hacia un proyecto revolucionario, yo me fui alejando de ella y acercando al grupo de Plural y de Vuelta, en donde la figura central era Octavio Paz y donde también estaba Gabriel Zaid. Esos dos intelectuales para mí han sido, como se refleja en el libro, influencia muy central, pero tengo la impresión de que, en cuanto a la conciencia liberal, fue Daniel Cosío Villegas la influencia básica.
Ahora, ¿por qué lo termino en los 80? Bueno, porque la obra que siguió a esos principios de los 80 (corresponden) a la etapa de un intelectual activo; antes era más bien la formación de un editor, de un escritor y un historiador. Yo lo que quise fue recordar a mis maestros, a mis mentores y mis experiencias, viajes, polémicas, primeros libros y ensayos que escribí y, sobre todo, los libros que me formaron. A un intelectual, decía Valery Larbaud, se le conoce más por los libros que leyó y por su biblioteca que por lo que escribió. Y yo lo creo y he querido ponerlo en práctica en este libro, narrando cuáles fueron los escritores que me marcaron en los años 70, cuando me estaba formando.
Usted viene de una familia con ideales socialistas. ¿Cuándo se descubrió liberal?
No fue una ruptura. Desde el 68, cuando Fidel Castro celebró la invasión de Rusia a Checoslovaquia, yo escribí, en el 69, un ensayo liberal en contra de esa invasión. Yo creía que era posible un socialismo, y de cierta forma sigo creyéndolo, pero tiene que ser en libertad, es decir que los ideales socialistas son eternos, pero tienen que acompañarse con la democracia y la libertad, y era muy claro que esto no ocurría ni en Rusia ni en China ni en Cuba, y como quienes tenían consciencia de ello eran los liberales mexicanos, o sea, Cosío Villegas y desde luego los que hacían la revista Plural y Vuelta, por eso me acerqué a la tertulia que ellos hacían y tuve la enorme suerte de que me invitaran a trabajar ahí.
La lectura de Daniel Cosío Villegas, de Isaiah Berlin, de Leszek Kolakowski y de Karl Popper me llevaron a la convicción, desde muy temprano, de que se tenía que desconfiar de las grandes teorías abstractas de la historia, y más bien centrarme en esa idea modesta, pero vigente a pesar de todo, que es la idea liberal, que, en el fondo, creo que es la que defendió Spinoza, quien es, en Occidente, el primer pensador liberal que defendió la tolerancia, la libertad de pensamiento y de expresión, el predominio del debate y la razón por encima del dogmatismo y las imposiciones del poder, ya sea clerical o político.
En los últimos años, la palabra “liberal” tiene una carga incluso peyorativa. ¿Para usted qué es ser liberal en la actualidad? En qué consiste la carga negativa que se le atribuye al liberalismo?
Ser liberal es una actitud ante todo. Es la capacidad y la disposición de escuchar. Pedir ser escuchado, pero escuchar. Es la disposición también de dudar; de ejercer la crítica, pero también de estar abierto a ella; es la disposición de creer en la verdad objetiva, en los datos, no en las meras creencias; una civilidad en el trato. Poder tener diferencias profundas con quien no piensa como uno, pero respetarlo, esencialmente como persona. Creer en la libertad de pensamiento, de expresión, de creencia. Eso es ser liberal. Pero esto que te estoy diciendo no es una doctrina.
Esta actitud, este conjunto de ideas, ha sido el enemigo número uno de todos los dogmáticos. En el siglo XIX, el principal enemigo de la Iglesia católica fue el liberalismo —hubo una encíclica papal contra los liberales—; en el siglo XX, con el ascenso de los totalitarismos —nazifascista y soviético—, los enemigos centrales eran las democracias liberales. Toda persona que piense que el poder debe tener preeminencia sobre el individuo, es enemiga de la libertad y, por tanto, combate al liberalismo. Por eso no me sorprende que los populismos, en el siglo XXI, que a mi juicio son mutaciones del nazifascismo y del comunismo en el siglo XX, demonicen al liberalismo. Pero el liberalismo, a pesar de que tiene que modificarse y ajustarse a nuestro tiempo, tiene también la inmensa virtud de ejercer la autocrítica. En cambio yo quiero ver a los nazifascistas, o a los comunistas, o a los populismos de ahora ejercer la autocrítica.
Por cierto —entre paréntesis—, yo creo que (Gabriel) Boric, el presidente chileno, ha dado suficiente muestras de no ser un populista; tampoco creo que (Luiz Inácio) Lula da Silva sea un populista. Son hombres de izquierda, y con estos hombres de izquierda, al igual que con muchos marxistas, se puede hablar, porque son racionales. Hay que distinguir entre el marxismo, las posiciones de izquierda y los populismos. Los populismos son intratables, porque niegan, desde un principio, al otro en su calidad humana y su calidad de interlocutor.
¿Puede un intelectual ser auténticamente libre de ideologías?
Mira, cuando nosotros publicamos la revista Vuelta, en la Universidad (UNAM) predominaba el canon marxista casi de un modo absoluto, y era natural que entonces nos vieran como un enemigo, pero al mismo tiempo era extraño, porque nosotros no sólo no estábamos con la derecha, sino que cubríamos de cerca y criticábamos a las dictaduras militares de Argentina y Chile. Yo mismo fui a esos países a hacer un reportaje amplio y a escribir sobre la situación, sobre todo la situación de la cultura y de los escritores, y ese reportaje y otros provocaron que Vuelta fuera prohibida en esos países, cosa que para mí fue un gran honor.
Nosotros estábamos contra las dictaduras militares e ideológicas y contra los grupos revolucionarios, porque proponíamos la democracia liberal. Y quien fue el adalid sobre todo esto fue Gabriel Zaid, quien escribió críticamente sobre la guerrilla salvadoreña y después del gobierno nicaragüense, exigiendo en ambos casos, después de un análisis sociológico y político del fenómeno guerrillero, que hubiera elecciones, y esa fue la solución, ahora sabemos que temporal, para esos países.
Los que entonces nos criticaron y criticaron a Zaid diciendo que era una oposición reaccionaria, terminaron por aceptar lo que nosotros proponíamos, que era la democracia. Ahí seguimos, y buena parte de los contingentes de la izquierda que polemizaron contra nosotros en los años 70 y 80 ahora están en las mismas posiciones de nosotros. Muchos estamos juntos en una batalla difícil por la preservación de la democracia en México y en América Latina.
Creo que parte de este libro es el recuento de la batalla solitaria de Vuelta, de Octavio Paz, de Zaid, de escritores españoles, franceses, americanos, italianos, ingleses, disidentes de la unión soviética… todos hallaron un lugar en Vuelta, que era la voz de la disidencia internacional en habla hispana, y creo que la historia nos dio la razón. El que estemos ahora, en una etapa de populismos, ya sea de derecha o de izquierda, no quita la vigencia de la democracia ni de la libertad. Todavía no está decidido el destino del siglo XXI; yo no creo que los populismos vayan a consolidarse porque en su esencia está el culto a la personalidad y una polarización y alimentación del odio tan aguda, que se va a derrotar solo. Las sociedades van a caer en la cuenta de que lo mejor y lo ideal es la concordia. No la felicidad universal: simplemente la concordia… valores que defendía Spinoza.
¿El triunfo de la 4T y su aprobación aun en sectores intelectuales puede deberse a cierta añoranza por los ideales de la izquierda?
Yo distingo entre el pensamiento y la tradición socialista, y el populismo; son cosas absolutamente distintas. Hay muchísimos autores de altísimo nivel, por ejemplo, Roger Bartra, que ha retenido aspectos fundamentales de su formación marxista, pero es un demócrata y es un hombre que cree en la libertad. Las diferencias entre Bartra y yo son muy pocas.
El populismo de izquierda se parece mucho más al populismo de derecha que a la tradición socialista europea. Esta es la forma que yo tuve para explicar el siglo XX. Si por ventura algunos jóvenes entran a este libro, podrán ver un paseo por los clásicos del pensamiento de la libertad y del pensamiento socialista en México, y en el mundo; podrán asomarse a cómo leí el fenómeno del mesianismo político, del nazismo y el Holocausto, de la Revolución rusa, del régimen soviético, cuatro hechos históricos que fueron fundamentales en el siglo XX y también para mí porque tocaron, todos ellos, a mi familia, al grado del sacrificio.
Espero que algún lector pueda desembocar en un pensamiento más complejo, más allá de los clichés, de no estar viendo la vida en blanco y negro y pueda, idealmente, también ver cómo es importante comprender el siglo XX para no repetir en el siglo XXI sus grandes tragedias. Porque, por ejemplo, del nazismo sabemos que un elemento central fue el culto a la personalidad; del comunismo, la completa intolerancia ideológica y el control económico, social, político y religioso sobre el individuo . Esos dos elementos están presentes en los populismos del siglo XXI y eso es lo que yo quise en el fondo transmitir: lean conmigo el siglo XX para que tomen conciencia de lo que son los peligros de esta mutación de esos procesos que es el populismo.
¿Por qué históricamente tendemos a caer en la tentación de creer en los falsos mesías?
Yo estudio en el libro la tradición judía del mesianismo que me interesó desde el Colegio Israelita, donde nos enseñaban la figura de los falsos mesías, que, aunque los judíos no reconocieron la figura de Cristo, siempre esperaron al mesías que estaba anunciado desde los profetas. Entonces el mesianismo es un componente central en el judaísmo. Hubo varios falsos mesías en la historia judía, cuyo efecto, al llegar el momento del desencanto, porque siempre llega, fue devastador, el modo en que destruyen la fe, y a veces la vida misma de comunidades enteras.
Luego ahí mismo, en el judaísmo, se transformó en una esperanza de corte ideológico, así que era muy común, por ejemplo en Rusia y en Polonia, que los hombres y mujeres tuvieran una especie de mesianismo laico, que esperaran la llegada de una era mesiánica de hermandad que resolviera los problemas generales de la sociedad y de ese modo emancipar a los judíos. Yo creo que hasta Marx mismo, como explico en el libro, tuvo ese elemento mesiánico, que sin entender ese elemento judío mesiánico en Marx, no se entiende muy bien la entraña del marxismo, de sus ideas, de sus visiones, y de sus profecías.
Pero el mesianismo se ha presentado en otro tipo de sociedades, como las europeas en el siglo XVII, o con las sectas milenaristas en Brasil. Lo que sí te puedo decir, como conclusión, es que siempre que un pueblo pone toda su fe en la figura de un ser humano, el resultado, invariablemente, es un desastre. Por eso lo llamé en el libro “los riesgos del mesianismo”, y es altamente peligrosos para la supervivencia humana.
Si un pueblo deposita en un líder la total esperanza en la redención, por definición está abdicando de su responsabilidad. Según Gershom Sholem, el mesianismo tuvo para el pueblo judío un gran costo, que era vivir la vida de manera diferente siempre estar esperando la era mesiánica, entonces mientras estás esperando a que venga la era mesiánica o el Mesías no haces más que esperar, no actúas, y no tomas tu vida en tus manos.
Max Weber vio con toda claridad el riesgo de esos movimientos mesiánicos, que podían tener una inspiración noble, pero el resultado de esta creencia absoluta era siempre desastrosa, así que era mejor optar por una vocación política responsable y por políticos que tomaran en cuenta que de cada acción viene una reacción, tratar de buscar el menor daño y el mayor bien, pero no la llegada del Mesías a la tierra. Un sabio judío del siglo IV decía: “Que el Mesías llegue, pero no en mi tiempo”, y yo podría decir lo mismo.
¿En este libro el lector puede encontrar claves con las que pueda, de alguna manera, comprender la actual realidad política mexicana?
Uno descubre el sentido de un libro al terminar la última palabra. Yo al terminarlo pensaba que el sentido era el de comprender el drama y la tragedia del siglo XX, que me tocó en lo familiar y en lo intelectual, y que le tocó mucho más agudamente a mis mentores y maestros: ¿qué hacer frente a esa apabullante presencia del poder y del estado?, en particular del estado totalitario, pero también del PRI, y de otra suerte de dictaduras personales y de partido… únicamente defender la democracia y la libertad. Me di cuenta que esos valores, estaban ya en las conversaciones con mi abuelo sobre Spinoza, y entonces claro, volví a leerlo con otros ojos, y encontré que en esta época de intolerancia sobre asuntos de género, de raza, de religión, de nación, de clase, en donde el ustedes y el nosotros se pelean continuamente y son irreductibles, en donde unos decretan la excomunión de otros, en donde pensar distinto es una herejía, en donde lo que no existe es el debate racional… el pensamiento de Spinoza es vigente. Por eso me interesé tanto en presentarlo de esta manera conversada como la historia de un pensador al que acompañan en el libro muchos otros pensadores que, de alguna manera, se vinculan con ese tronco, como Hannah Arendt, o Walter Benjamin, o la escuela de Frankfurt. Todos ellos son como una gran familia. Hay distinciones profundas entre ellos, pero en el fondo la mayoría de estos autores tenían ese instinto natural, diría Spinoza, de la libertad.
“Debe haber herejes”. En la actualidad mexicana, ¿quiénes son los herejes? ¿Es Krauze un hereje?
Yo creo que la herejía liberal y democrática en la que incurrí durante la década de los 70 y 80, ahora es compartida por muchas personas. Así que la herejía es ya bastante generalizada.
Retomo una pregunta que hacía usted a sus entrevistados: ¿Cuál es el papel de un intelectual en un país lleno de carencias como México?”
Las carencias enormes de México no se resuelven callando a los intelectuales. Las carencias se resuelven mediante programas complejos, inteligentes, responsables, que partan de un debate racional sobre los grandes problemas nacionales. Si hubo un escritor que formuló proyectos concretos de apoyo a los mexicanos menos favorecidos fue Gabriel Zaid. Nadie va a decir que Vuelta cerró los ojos a esa realidad. Creo que Gabriel Zaid es el autor intelectual por antonomasia. El hecho de que exista una figura tan extraordinaria entre nosotros ya responde a tu pregunta. Lo que necesitamos son intelectuales con ideas prácticas, con proyectos responsables y un gobierno dispuesto a escuchar.
FOTO: En su libro, Krauze recapitula las enseñanzas de Paz, Zaid y Cosío Villegas/ GERMÁN ESPINOSA/EL UNIVERSAL
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