Muerto de risa: Gérard Genette (1930-2018)

May 19 • destacamos, principales, Reflexiones • 3920 Views • No hay comentarios en Muerto de risa: Gérard Genette (1930-2018)

Clásicos y comerciales

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POR CHRISTOPHER DOMÍNGUEZ MICHAEL

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De todos los post estructuralistas, ninguno tuvo un conocimiento más apasionado y profundo de la literatura —ante todo del acto de narrar y de sus consecuencias— que el finado Gérard Genette. Puede señalarse, con razón, que su jerga (la diégesis de los antiguos y sus derivados heterodiegéticos, singulativos o iterativos) es tan poco científica (o no) como la psicoanalítica, la marxista o aquella denunciada como sustentada en la “autenticidad” humanista. Es improbable que una “ciencia de la literatura”, como la narratología genettiana, califique como ciencia usando el baremo de Popper. Puede decirse, como lo hace Antoine Compagnon en Los demonios de la teoría (1998), que “la nueva crítica” como antes la maldecida historia literaria de Gustave Lanson —a la que acabó por parecerse tanto, otra positiva “explicación del texto”, al fin y al cabo—, resultó ser un conjunto de recetas, trucos y artimañas utilizados, a manera del legendario “acordeón” estudiantil, por los profesores franceses urgidos de ganar sus colosales concursos académicos.

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Pasó el intento de Genette por revolucionar la terminología crítica mediante el trueque de atributos entre la novedosa poética y la respetable estilística pero quedó, a su muerte, un gran lector, erudito no sólo en literatura sino en arte y cine, al cual sólo cabe reprocharle, en Figuras V (2002), su cansina coquetería. Hizo costumbre de la flojera de citar, muy propia del profesor al borde de la jubilación y por ello fatigado, recurriendo a los consabidos “no me acuerdo dónde dice” o “cito de memoria”, simpáticos una, dos, tres veces, pero no en casi todos sus fragmentos, por lo demás excelentes, sobre los dominios de la crítica, el humor en la literatura y en la conversación, el Arte Contemporáneo o Chateaubriand.

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En la anterior enumeración, cabe casi toda la nobleza de Genette. Aristotélico (insisto) hizo de la clasificación de las especies (obras y géneros) una obsesión, la cual le permitió tomarse algunas noches fuera de casa (de las revistas Tel Quel y luego, de Poétique, la suya propia, fundada con Todorov) y encontrarse, en una suerte de tregua navideña con el bando enemigo de la crítica trascendental y desde la inmanencia, abrazarla. Si pudo hacerlo —supongo— fue porque su propia creencia en la “architextualidad” y el “hipotexto/hipertexto” le permitía conversar con todos aquellos, tirios y troyanos, que concurriesen, para decirlo en cristiano, sobre la página. Queriendo imponer una teoría, Genette dejó, por fortuna, una amable tertulia. Así, hablando de la querella de Proust contra Sainte-Beuve (“Me gusta que la crítica sea una emanación de los libros”, dijo el decimonónico y Genette se lo aplaude), asegura que el comentario de una obra es infinito y termina señalando a la conversación como sustancial a la crítica, como se deduce de Palimpsestes: la littérature au second degré (1982).

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Sospecho que Genette (decepcionado del Partido Comunista en 1956, miembro de Socialismo o barbarie y lector precavido de Freud), creía en el chiste como una forma retórica de decir la verdad y por ello un largo capítulo de Figuras V, titulado “Muertos de risa”, está dedicado al examen del humor popular, literario y cinematográfico, llevándolo a concluir, con los griegos, que “cuando los dioses nos quieren abrumar, satisfacen nuestros deseos. Es a lo que se llama muy justamente la ironía del destino”. Su larga disquisición sobre obras y géneros, en esa misma obra, concluye invocando el principio de Swann, se entiende que por Charles, el de Proust. Este pregona nuestro amor, hasta la aberración, por aquello que más detestamos. La ironía de su propio destino, acaso sea la confesión (irónica) en Bardadrac (2006), de que su propia narratología resultó ser “una pseudo-ciencia perniciosa cuya jerga, tornando intragable a la literatura, creó una generación de analfabetas”.

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Y en cuanto al arte, apoyándose en Arthur Danto y en Clement Greenberg, duda Genette de que las vanguardias y su vasta descendencia hayan podido desmantelar las artes “en general” porque para quien, aristotélico, el género es rey, la disolución metahistórica o postmoderna de sus fronteras entre las artes es, por decir lo menos, utópica. En realidad, la literatura tiene pocas convenciones que eliminar y éstas, dice controvertidamente Genette, ya las desecharon, por principio de restricción, el OuLiPo y Georges Perec. La música llegó al callejón sin salida de 4’33 (1952), de John Cage y darse de topes contra la pared sólo puede, agrego yo, resultar en la magia de Harry Potter: cruzará el compositor, indemne, la pared, apareciendo del otro lado y convertido en performancero. Valga la redundancia: lo conceptual, en arte es, concluye Genette apoyándose en Valéry, conceptualmente indefinible, imposibilidad de definir pero también de negar, lo cual, despojada la forma del contenido, nos regresa, dando vueltas en círculos por el desierto, a un arte cuya purificación absoluta es un anhelo viejísimo y no por ello, desde luego, digno de rechazo. Pero sí, de suspicacia.

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Figuras V culmina con “Chateaubriand o nada”, un ensayo de crítica trascendental donde se demuestra que el texto —las Memorias de ultratumba— no se agota en la lectura inmanente, microscópica, de un verdadero palimpsesto basado en la mezcla —propia de la escritura de Chateaubriand— de casi todos los tiempos verbales. Nuestro Chateaubriand —lo cual descartaría las críticas, contra su estilo, de Stendhal, según el narratólogo recién fallecido— es el de las Memorias de ultratumba. A Beyle, en la misma cuerda política que el vizconde, interpreta Genette, ya no le alcanzó la vida para leerlas, pero a Sainte-Beuve sí y por eso cambió de opinión.

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Desde ultratumba, Chateaubriand trasciende, pues “entre esas sombras y esos fantasmas, sueña a veces con ser el único muerto que está dispuesto a hacerse matar”, conclusión de Genette que hubiesen aprobado, en la trinchera rival, los críticos trascendentes de la Escuela de Ginebra. Genette —en cuya relación con Barthes la Histoire du structuralisme, de François Dosse, no abunda— terminó por preguntarse, como el autor de S/Z y también ante la lectura del vizconde, si “nosotros”, los “modernos”, no nos habríamos equivocado. Esa duda, ese humor, hizo que, de los post estructuralistas, Gérard Genette fuera el preferido entre sus adversarios porque quiso, creo yo, interpretar el texto, no transformarlo para la causa de la cultura, entendida como la culminación de la política por otros medios. Escapó así de la paradoja que paralizó a sus camaradas: hacer de la lectura un solipsismo y luego, reducida a eso, ponerla a militar bajo las órdenes de las llamadas ciencias sociales.

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FOTO: Figures V, de Gérard Genette. / Especial

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