Gol de Sérgio Rodrigues
POR LEONARDO TARIFEÑO
Aunque el último Mundial haya regalado siete buenas razones para creer todo lo contrario, la magia del futbol verdeamarelho permanece viva. La prueba de esa vigencia en la memoria afectiva de varias generaciones es El regate (O drible), novela traducida por Anagrama en la que el brasileño Sérgio Rodrigues construye el recuerdo de Pelé, Tostão y demás héroes de la Canarinha como un puente capaz de albergar el reencuentro entre un padre y un hijo enemistados durante al menos 26 años. Nacido el año en el que Brasil conquistaba su segunda copa del mundo, Rodrigues combina su propia experiencia como cronista deportivo y periodista cultural para crear una historia a la altura de la potencia simbólica del futbol, que bajo su mirada se transforma en un mapa de la nacionalidad y en el último refugio del amor filial. Socio fundador del periódico deportivo Lance!, bloguero en la revista Veja y crítico de la crítica literaria, el autor cree que el mejor elogio a su libro corresponde al legendario . (“es el libro que me hubiera gustado escribir”, señaló el ex futbolista en su columna del diario Folha do São Paulo) y con el pudor del caso admite que tardó casi veinte años en terminarlo. “En realidad, fueron 18 —aclara—, pero por supuesto no la escribí durante todos esos años. Ubico su origen en 1995 porque ese año escribí un cuento, ‘Peralvo’, sobre un jugador con poderes sobrenaturales, que no quise publicar porque creí que merecía ser parte de una historia mayor. Esa historia mayor sería El regate, pero por entonces yo no estaba a la altura del libro que quería escribir. Tardé 18 años en madurar y aprender. El libro y yo crecimos juntos”.
—El regate se sostiene sobre los grandes hitos del futbol brasileño, y su novela Elza, a garota (aún inédita en español) también se basa en un caso real. ¿Ese peso de la realidad en su ficción se le debe a su trabajo como periodista? ¿El periodismo es un amigo o un enemigo de la literatura?
—El periodismo es amigo y enemigo de la literatura. Es amigo porque permite convertir el trabajo con las palabras en una profesión; al mismo tiempo, enseña que escribir no es algo que cae del cielo, sino una actividad que se puede ejercer en cualquier circunstancia, sometida a la rigidez de los plazos y tamaños. Esa lección es muy valiosa, y su ejercicio acaba con el aura de romanticismo que suele obstaculizar a los escritores. Pero también es cierto que el periodismo puede ser un enemigo de la literatura. Para un periodista es muy sencillo creer que basta cambiar información por imaginación para transformarse en un autor de ficciones, y la verdad es que la creación literaria no funciona así.
—¿Cómo funciona?
—El lenguaje es otro, la voz del escritor es muy distinta y cada uno necesita pasar por un largo proceso hasta encontrarla. Pero yo soy un agradecido del periodismo.
—El futbol constituye una de las grandes mitologías contemporáneas, pero cada vez parece más difícil hablar de él sin hacer referencia a su nefasto costado político, por cierto muy presente en el último Mundial. En el momento de trazar la estrategia narrativa de El regate, que en definitiva es la de contar la historia de Brasil a través del futbol, ¿tuvo en cuenta el efecto político de la omnipresencia global de este deporte?
—Siempre va a haber una importante dimensión política en el futbol, claro. En El regate está representada en las relaciones que Murilo Filho, el viejo cronista deportivo, mantiene con el gobierno del general Médici, el más represivo del régimen militar instaurado en 1964. Pero ése no era mi asunto, como tampoco lo era el negocio del futbol. Lo que yo quería colocar en el centro de la novela era la idea del futbol como mito de la nacionalidad y elemento fundamental en la construcción de la identidad de un pueblo. Algo que es una gran verdad y una gran mentira, como suele ocurrir con los mitos.
—Si uno de los cimientos de la identidad brasileña es el futbol, ¿cuál ha sido el impacto cultural en su país del reciente 1-7 contra Alemania?
—Todavía es difícil constatar el alcance cultural de una derrota de esa magnitud. Mi impresión inicial es bastante catastrófica, siento que algo se ha roto para siempre. Creo que aún nos espera al menos un siglo para digerir lo que ha ocurrido. En lo personal, considero que tuve una suerte enorme de haber terminado de escribir El regate antes de ese juego, porque después del 1-7 difícilmente habría tenido ánimo para escribir ese tributo literario a las grandes glorias del futbol brasileño. Las glorias continúan existiendo y siguen allí, en el pasado, donde existirán siempre. Pero hoy, y lo digo con toda franqueza, de mi parte no encuentro ninguna voluntad para revisitarlas.
—Varios regates constituyen El regate: el célebre de Pelé a Mazurkiewicz que surca toda la novela, pero también el del padre que nunca asumió su responsabilidad como tal, el del hijo con muy poco interés de comprender al padre y el de la presencia ante la muerte, que es lo único que no admite fintas. ¿Hay algún otro regate escondido en la novela?
—Digamos que lo que yo quería era convertir al libro en un regate ante el lector, es decir, en un artefacto capaz de jugar con su expectativa y sorprenderlo de principio a fin. Espero haberlo logrado.
—Ha dicho que su principal influencia para escribir esta novela fue la obra de Nelson Rodrigues, uno de los grandes cronistas y dramaturgos brasileños, quien aparece como personaje en El regate. ¿Por qué es tan importante la sombra de Rodrigues en su libro?
—En la novela, Nelson no sólo está presente como personaje; de alguna manera, su figura es la de un adversario a vencer. Sin dudas, él es el mayor cronista deportivo en la historia de Brasil. Su estilo, fársico y muy divertido, inyectó grandes dosis de literatura en nuestra cultura del futbol. En Brasil es imposible escribir literariamente sobre futbol sin dialogar de alguna forma con él. Al mismo tiempo, también es nuestro dramaturgo más grande, autor de tragedias violentas y crueles que exponen el lado oscuro de las historias familiares, ese mar de fondo de racismo y machismo que se mantiene en silencio hasta que un día explota con furia. Y justamente eran esos dos mundos, el deportivo y el familiar, los que yo quería explorar.
—En una escena de la novela, Nelson Rodrigues le da la orden de envejecer al por entonces muy joven protagonista del libro. ¿Se podría pensar que acatar esa orden y sumergirse en la vejez, o mejor dicho, en la madurez masculina (del padre Murilo, del hijo Neto) es el gran tema de El regate?
—Yo no llegaría a tanto, aún cuando es verdad que la cuestión de la madurez es importante en el libro. Tal vez el asunto principal sea la relación padre-hijo, y lo que en esa relación hay de continuidad y ruptura, amor y odio, amistad y rivalidad. El paso del tiempo es parte de eso, sobre todo porque el mundo, el Brasil y el Rio de Janeiro del padre no pueden ser nunca los del hijo. El regate cuenta 50 años en la historia del país y me importó mucho que los momentos previos y posteriores de la dictadura militar resultaran muy vivos. A su manera, ellos también son personajes.
—Usted es uno de los blogueros más leídos de Brasil. ¿La experiencia de la escritura en Internet ha influido en su literatura?
—No de manera directa. Como bloguero profesional del portal de la revista Veja, conseguí liberarme del trabajo de las redacciones y puedo dedicarle más tiempo a la literatura. Pero nada más. Para mí el blog es una nueva manera de hacer periodismo, la literatura es otra cosa.
—En su blog usted habla de libros y de la lengua portuguesa, pero rechaza que lo cataloguen como crítico literario. ¿Por qué?
—Ya dejé de corregir a la gente cuando me dicen que soy crítico literario, pero la verdad es que no me reconozco en ese rol. Soy un escritor, un periodista y un lector al que le gusta hablar de los libros que lo apasionan. Me parece que le doy demasiado peso a mis impresiones; la mirada del crítico es otra. Respeto mucho a la crítica literaria, aun cuando estoy convencido de que la jerga académica, la indigestión de teoría y los cambios en la moda de los estudios culturales amenazan con matar el placer de leer. Y si no hay placer, la lectura no tiene ningún sentido.
* Fotografía: El escritor y periodista brasileño Sérgio Rodrigues / Simone Marinho/O Globo, GDA.
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