Gomes-Fazendeiro y la armonía Covid
Un grupo de amigos se verá cautivo por el inicio de la pandemia, situación que dislocará el tiempo de sus memorias y sacará a la luz relaciones y antecedentes contrastantes con su supuesto idilio grupal
POR JORGE AYALA BLANCO
En Diarios de Otsoga (Diários de Otsoga/ Journal de Toûoa, Portugal-Francia, 2021), visionario film 8 del eufórico lisboeta lírico de 58 años Miguel Gomes (Aquel querido mes de agosto 08, Tabú 12, Las mil y una noches volúmenes 1-2-3 15) correalizando con su pareja la debutante francesa exdirectora de casting de 32 años Maureen Fazendeiro (cortos documentales previos de estructuras inventivas: Motu Maeva 14 y Sol negro 19), con guion de ambos y de Mariana Ricardo, el sensible exasperado de cara larga Carloto (Carloto Cotta), la apasionada voluminosa carilinda Crista (Crista Alfaiate la actriz fetiche gomesiana) y el aniñado reflexivo Joao (Joao Nunes Monteiro) son tres actores treintones en confinamiento por Covid-19 que han estado participando en un experimento de rodaje sin libreto ni psicología ni trazo biográfico ni construcción de personajes dentro de una majestuosa quinta de campo lusitana y ahora se desfogan durante una noche suprema de excitación sensual, bailoteando al calor del verano portugués particularmente intenso y al compás de la anacronizante balada 70s “The Night” de Frankie Valli and the Four Seasons entre cambiantes contraluces artificiales y caleidoscópicas, tras haber construido con sus manos un invernadero mariposario, andado en bici por los oscuros senderos del bosque y en el interior de la casa, disfrutado de una piscina por ellos remozada, coqueteado entre ellos, aprovechado por ahí un tractor no previsto que maneja la igualitaria Crista aparecido y discutido abierta y lúcidamente sus incertidumbres con el comprensivo realizador y la inventiva codirectora con grandes ausencias a causa de un embarazo, y enfrentando cualquier tipo de dificultades y contratiempos en la cadena de sistemáticos flashbacks de una ilógica línea argumental que se impone y expande, al igual que todos los demás elementos descritos, como la expresión de una extraña, extrema e inesperada armonía Covid.
La armonía Covid va pues para atrás, retrocede y recula, 22 veces en 22 días para atrás, rompiendo con toda cronología lineal, desconcertante e inexplicablemente, para ir descubriendo insospechados antecedentes, dimensiones suplementarias y relaciones insólitas de los tres protagonistas e incluso su situación y sus acompañantes al interior del cine y el rodaje del film que estamos viendo, siempre tratando de valorar aún más y añadir adjetivos y adverbios a la exultante primera secuencia del baile inicial de los tres chavos en un mundo idílico y un tono celebratorio, como un inusitado momento privilegiado y perfecto pese a sus circunstancias excepcionales y funestas, o sea, el relato va para atrás no por capricho ni por gratuidad narrativa, sino por razones necesarias, exclusivas, muy distintas y hasta opuestas a las que motivaban el abismal retroceso memorioso delirante de la Amnesia/Memento de Nolan (01) o el provocador recular sexovertiginoso del Irreversible (Noé 02), obras tan distantes en el recóndito propósito reflexivo como en el exuberante sentido poético de Gomes-Fazendeiro.
La armonía Covid no se sitúa así entonces, en lo emotivo y por impregnación en lo formal, demasiado lejos del animalófilo Bresson de Al azar Baltazar (66) y de su animismo expandido, sobre todo en los segmentos de la connivencia con multitud de perros individualizados (Bolinha, Gurué, Gringo, Tina), en luminosas secuencias donde en pareja se les baña a manguerazos precisos o en trío a gritos se les busca en una afligida escena nocturna que más bien parece una declaración amorosa, porque el apego y la no violencia con las bestias es también reflejo de una especie de humanismo globalizado y expandido, de comunión cósmica en condiciones que sólo parecían adversas.
La armonía Covid reconoce, sin embargo, haber sufrido las responsabilidades/irresponsabilidades de la sanitización constante y del miedo al contagio, exacto como el vulnerable sonidista viejo Vasco Pimentel se lo reprocha en su cara a Carloto por haberse ido a surfear un fin de semana poniendo en riesgo la salud de todo el equipo y de la compañera a la que debía besar a cámara, y sin embargo tal parece que nada logra alterar en profundidad, y diríase hasta en placidez, las labores cotidianas de los intérpretes de sí mismos que son y no son ellos mismos pero siempre captados con la frescura de sus acciones y reacciones, impulsos e interacciones más auténticas y reveladoras de estados de ánimo reveladoramente mutable y de ánima gloriosa.
La armonía Covid se convierte entonces en un soliloquio en acto y una redefinición del concepto mismo de armonía, o la conquista por ella de nuevos territorios, fincando una armonía múltiple y límpida, la armonía de una soberbia y dulce película afectuosa hiperempática que ha sido filmada sin objeto ni término pero (como diría Blanchot en Falsos pasos) “en un acto que posee, sin embargo, todas las categorías de una composición pensada y cuya preocupación exige”, en todo momento, la armonía de la suavidad fotográfica de Mário Castanheira y su disolución en monocromos colores iridiscentes de un delirio plástico autónomo que imanta todos los hechos fílmicos y sus movimientos, la armonía centrada en una Crista sensual y carismática con semblante diáfano y blusa lustrosa que tiene en síntesis un poco de todos los personajes interpretados cual actriz fetiche gomesiana en el tríptico de Las mil y una noches (o sea, algo de Punk María, el Genio, la Vaca Estropeada, Scherezada, la Condesa Beatriz), la armonía que resume el mosaico sinfónico natural de Aquel querido mes de agosto y la inspiración omnímoda de Tabú, la armonía de la búsqueda desbordada del grado cero y la avidez de los frutos recurrentes bajo la fluidez eternizada de El sol del membrillo (Erice 92).
Y la armonía Covid cierra en anillo sobre la felicidad de un baile que prolonga el del principio-final-desembocadura, la felicidad por encima de todo, no desesperadamente como postulaba Comte-Sponville, sino espontánea, ágilmente.
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