Gonzalo Rojas: diástole y sístole
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La vida del poeta chileno, quien se definía como un “vagamundo”, es exporada a partir de su relación con figuras como Vicente Huidobro, Pablo Neruda y Nicanor Parra
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POR SERGIO TÉLLERZ-PON
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La larga vida de un poeta como Gonzalo Rojas (Lebu, 20 de diciembre de 1916- Santiago de Chile, 25 de abril de 2011) por fuerza está llena de un sinfín de experiencias y marcada por su tránsito a lo largo de prácticamente todo el siglo XX, rico en cambios vertiginosos. Fabienne Bradu escribe en El volcán y el sosiego. Una biografía de Gonzalo Rojas, una versión de la vida del poeta chileno partiendo de la idea del contraste en un estado de tensión: el título del libro hace referencia a esa idea, a la furia unida a la tranquilidad, el fuego arrebatado seguido de la lluvia para apagarlo. Por fortuna, Rojas declaró muchas veces sobre los aspectos de su vida y Bradu los aprovecha abundantemente para ilustrar cada episodio y vivencia.
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Tal vez el aporte mayor sea sobre los desconocidos primeros años del poeta. Así, a los años azules de la infancia en Lebu le siguen desprendimiento tras desprendimiento. Para empezar, la muerte temprana del padre, a quien el niño de seis años no llora pero recordará fantasmal: “Es él. Mi padre viene mojado. Es un olor / a caballo mojado. Es Juan Antonio / Rojas sobre un caballo atravesando un río”, escribe en el poema “Carbón”. De la orfandad, la numerosa familia Rojas Pizarro pasa a la pobreza, así que se mudan de Lebu que para él era el centro del mundo, a Concepción donde dickensianamente dice “no fui feliz”; allí estudia siete años en el Seminario Conciliar recordado como “aquel internado espartano, medio alemán, medio chileno del riquerío del sur con epicentro en Concepción”. Y de allí salta a Iquique con su familia paterna, donde vive la vida bohemia, lo que él llama sus “primeros pasos de hombre libre, muy libre”. Regresa a Concepción, donde le sorprende la noticia del inicio de la Guerra Civil Española y junto con unos amigos del Liceo funda la revista Letras (Revista de Ciencias, Artes y Filosofía).
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Mientras estudia en el Seminario Conciliar de Concepción lee a Darío y, gracias a un amigo, a Baudelaire y a Rimbaud; durante una escala en Valparaíso lee a Joyce, y luego en Iquique leerá a Pablo Neruda que es “todo un deslumbramiento” y a García Lorca. Él marca 1936 como el año en que “empecé a escribir realmente”. En Santiago tiene lugar su paso por el surrealismo con el grupo “La Mandrágora”, que publicaba la revista homónima bajo la tutela de Vicente Huidobro. De su fugaz filiación surrealista luego se retractará en cuanto tenga ocasión.
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Se instala en Santiago en 1937 para estudiar derecho, no porque tenga espíritu de abogado sino porque es lo que la mayoría de los escritores acaban estudiando aunque en realidad escribirán, profesión contra oficio. También en Santiago conoce a Nicanor Parra, su contemporáneo, y con quien desde el principio tiene diferencias de opinión que se agudizarán cuando Rojas escriba un texto sobre los Antipoemas. Pero para Rojas, Santiago es una ciudad sin espíritu y, además, su madre muere de cáncer. Totalmente huérfano, en una ciudad que no le anima más, sólo enamorándose puede salir del hastío y lo hace de María Mackenzie, se fugan y a ella le escribirá: “Allí la cordillera estaba viva, / y María era allí la cordillera / de los Andes, y el aire era María”. A partir de entonces, Rojas cantará en sus versos a la mujer y a sus cuerpos con tal erotismo que se convertirá en nuestro moderno Catulo.
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La vida errante continúa: luego de sortear varias peripecias, el matrimonio se instala cerca del desierto de Atacama y más adelante se mudan a la isla de Puluqui, ya con su primer hijo. En 1948 publica su primer libro La miseria del hombre, que gana un premio consistente en la publicación pero el acuerdo no se cumple y él tiene que pagar la impresión. Aunque Concepción sea el recuerdo de su infancia tormentosa, en la universidad de esa ciudad trabajará varios años y organiza el Encuentro de Escritores Americanos.
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En 1916, cuando Rojas apenas nacía, Salvador Allende estudiaba en el Liceo para Hombres de Iquique, a donde años después él llegará. El conservadurismo del abuelo y el padre, no lo heredó Gonzalo Rojas pues simpatiza con el Frente Popular cuando en 1938 asume el poder; aún niño había visto la pobreza y las crudas condiciones de trabajo de los mineros en su natal Lebu y es muy probable que ese sea el detonante de su apoyo a las causas del pueblo. Allende es primero ministro de Salubridad y luego, cuando es presidente, Rojas lo apoya a su manera: organiza las “Jornadas Culturales de Defensa del Triunfo Popular”.
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Rojas se inventa el concepto “vagamundo” para referirse a sí mismo: si en sus primeros años había ido de Lebu a Concepción e Iquique, ahora “vagamundeará” de Europa a La Habana y China, y luego del golpe de estado a Allende vive en Alemania, Venezuela y Estados Unidos. En los últimos años se viene la avalancha de reconocimientos y premios: hijo predilecto de Lebu, ciudadano ilustre de Concepción y Chillán, el premio Reina Sofía, el Nacional de Literatura de Chile, el Octavio Paz, para rematar con el Cervantes.
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Un riesgo de las biografías es caer en interpretaciones excesivas, sobre todo cuando no hay empatía entre biógrafo y biografiado. Por fortuna no es el caso de Gonzalo Rojas y Fabienne Bradu, quien con ritmo pausado entrelaza las experiencias y sus interpretaciones para ilustrar la vida de este portentoso poeta. Bradu ha editado toda la poesía de Gonzalo Rojas en Íntegra (FCE, 2012) y también la prosa bajo el título Todavía (FCE, 2015), de manera que conoce de primera mano la obra del poeta chileno. Aunque Bradu incurre en varias imprecisiones en Antonieta (FCE, 1991), su biografía sobre la mecenas y escritora Antonieta Rivas Mercado, tal vez esto se resuelva en El volcán y el sosiego al haber tenido cercanía con el biografiado, cuya familia le ha abierto el archivo del poeta para documentarse y así incluir una serie de fotografías que ilustran profusamente el libro. Ya se sabe que la literatura española no es muy dada a producir biografías y menos de escritores fallecidos tan recientemente, así que es toda una fortuna conocer tan pronto la vida de tan alto poeta. Esta es sólo una versión de la vida de Gonzalo Rojas porque, como él mismo escribió sobre Darío, “con los poetas grandes no se termina nunca”.
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FOTO: Fabienne Bradu, El volcán y el sosiego. Una biografía de Gonzalo Rojas, Fondo de Cultura Económica, México, 2016./ESPECIAL
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