Graciela Iturbide: el ingenio del instante
/ Viajera y aguda observadora, la fotógrafa dialoga en entrevista de Cuando habla la luz, retrospectiva de su obra que se exhibe en el Centro Cultural Banamex, y que ahonda en sus pasiones y la complicidad con los protagonistas de sus célebres fotografías /
POR SONIA SIERRA
Después de viajar por muchos países a lo largo de su carrera, Graciela Iturbide (16 de mayo de 1942), quiere volver a hacer fotos de su país. Tiene en mente retratar el Centro Histórico de la Ciudad de México. Lo ha tomado antes, por supuesto, pero es que la fotógrafa siempre regresa la mirada a las personas y lugares que fotografió años atrás. Ahora quiere volver al centro de la ciudad, pero sabe que no podrá hacerlo sola, tendrá que ir acompañada para que no le “arranquen la cámara”.
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Graciela retoma cada tanto los temas: carros tapados, máscaras, religión, pájaros. Visita de nuevo los lugares y a las personas, se encuentra con aquellos que alguna vez retrató de bebés. Vuelve a las mujeres de Juchitán; a los seris en Punta Chueca y Desemboque; vuelve con una pandilla de cholos que está en East L.A.; cuando va a Italia busca las huellas de Pasolini o va a ver los cuadros de Piero della Francesca; también a la India regresa; y siempre va al recuerdo de Manuel Álvarez Bravo. Las huellas de esos retornos, esos temas recurrentes que recupera con su cámara silenciosa, se advierten en la exposición Graciela Iturbide: Cuando habla la luz, que hasta el 12 de abril se exhibirá en el Palacio de Cultura Citibanamex-Palacio de Iturbide.
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Fotografiar pueblos indígenas mexicanos ha sido parte de su obra en muchos momentos, pero ¿cómo empezó ese acercamiento y la comunicación que se percibe en sus fotografías? Tuve la suerte de conocer a Manuel Álvarez Bravo, fue mi maestro, y con él viajé a algunos pueblos donde había fiestas que íbamos a fotografiar. Eran cerca de México, por ejemplo a Chalma, o donde iba a haber una fiesta o danzantes. Con Álvarez Bravo empecé a tener una visión diferente de lo que es mi país, de lo que es México. Más adelante, me llamó Francisco Toledo para que fuera a fotografiar el Istmo de Tehuantepec, donde él había nacido, con el objeto de que esas fotos regresaran a la Casa de la Cultura, para que la gente las viera. Esto fue en el año 79 y como Francisco Toledo me mandó, la gente se portó muy amable conmigo. Y nos hicimos amigas y amigos de todas estas mujeres maravillosas. Para la siguiente vez que fui había más amistad y me quedé a vivir en sus casas; así que cada vez había más complicidad entre nosotras, me encantaba ir con ellas al mercado a vender jitomates, cebollas, sopes, lo que fuera. Supuestamente iba a ir una sola vez a Juchitán pero estuve yendo seis años. Si veía que una persona no quería que la fotografiara no la fotografiaba. No uso ni teléfono ni tripié; son cámaras pequeñas que no son tan agresivas. Al mismo tiempo, me invitó el Archivo Etnográfico del Instituto Nacional Indigenista a fotografiar a los seris, en el norte del país. Entonces era muy interesante ver a la gente de Juchitán, que tienen un carácter totalmente diferente al de la gente del desierto y también conviví con ellos. Se publicó un libro titulado Los que viven en la arena. Ya después hice el libro de Juchitán, con Toledo, Juchitán de las mujeres 1979-1989. Así fue como me acerqué a las comunidades indígenas, pero ahora es muy peligroso.
¿Qué es lo que está pasando? Pues el narco, desafortunadamente. Antes me iba en mi coche, al Sureste, pero ahora no tengo la misma libertad, ni puedo estar sola fotografiando. No se diga en el norte del país donde la violencia es más fuerte. ¿Qué hago entonces? Pues viajo mucho al exterior, como tengo exposiciones en Panamá, Santo Domingo, Colombia, en Europa, lo que hago es aprovechar y quedarme más tiempo y hacer fotografía de viaje. ¿Qué viaje o qué proyecto tiene en puerta? Acabo de regresar de Boston donde tuve una exposición de mis primeros trabajos, que son vintages, eso era lo que le interesaba al Museo (Museum of Fine Arts, hasta el 12 de mayo). En Italia estuve hace como ocho o cinco años, un tiempo largo, todo un año, yendo y viniendo para fotografiar Roma. Me levantaba muy temprano, a las cinco de la mañana, caminaba por las calles. Yo siempre fotografío lo que me encuentro, es la sorpresa la que, un poco, dirige mi trabajo. Salgo a la calle y me sorprende descubrirlo todo, casi nunca tengo nada programado, es con la sorpresa con la que me encuentro y con lo que empiezo a hacer fotografía. ¿Como si fuera de primera vista? Exacto. Me quedo caminando… Sí fui, especialmente, a Cine Cittá, porque estudié cine y tenía la curiosidad de cómo habían sido todos estos lugares de filmaciones de cineastas que me fascinan: Fellini, Pasolini, todos ellos. Fui a Madagascar con Médicos sin Fronteras; a Mozambique. Para esto, me encanta leer sobre el lugar, estoy constantemente en contacto con sus escritores, con la historia con la antropología y, al mismo tiempo que fotografío voy a conversando y aprendiendo con la gente, influenciándome de sus vidas. En el caso de Roma, mi guía espiritual fue Pasolini. Estuve fotografiando mucho en Ostia, que es donde lo mataron, y tengo muchas alusiones a su muerte. Leí sus ensayos, vi sus películas.
Hay una complicidad que tejió con las personas de Juchitán. ¿Eso se ha ido replicando? Sí, sí. Definitivamente aprendí en los pueblos de México, en Juchitán o con los seris, que para poder hacer una buena fotografía, y no intervenir en sus vidas o lastimarlos, debo estar con ellos lo más posible para crear esta complicidad. Si no hay complicidad entre el fotógrafo y fotografiado pues no sale nada, sencillamente no se puede dar si la gente se siente agredida. El viaje más reciente a fotografiar ¿cuál ha sido? Estuve en Los Ángeles. Porque allí desde hace mucho tiempo hice un trabajo con los cholos, una pandilla, que está en East L. A. Es una comunidad pequeña de mexico-americanos que dio la casualidad de que eran sordos, se hablan con señas. Dormí con ellos en su casa. Es peligroso porque pueden venir otras pandillas, invadirlos, te pueden disparar. Y los papás me decían: “¿No le da miedo?” “No, no se preocupe, sus hijos me cuidan”. Claro que me daba pavor, porque es la Guerra Fría, no sabes cuándo van a venir los de Maravilla o de cualquier otra pandilla… Cada que muere uno de ellos, lo pintan en un mural; tienen una tradición pictórica, curiosamente, con el mural. Tengo que regresar ahora porque una de las jóvenes que fotografié, como en el 84 —la primera vez— la fui a ver al hospital, al día siguiente fue a la fiesta de su nieto y cuando regresé a México se murió. Quiero ir a fotografiarla con los otros cholos en su tumba. Graciela, sus series van creciendo. Usted acompaña sus vidas y ellos la suya. Ese volver es muy importante… Sí, es muy importante. En el caso de los cholos, el bebé que fotografié, ahora lo vi, es grande, tiene su compañera. Él no sabía que íbamos a verlo, y descubrí que tenía una especie de madera grande con muchas de las fotos que le tomé con su mamá cuando era bebé; estaban pegadas con tachuelas como recuerdo, era un poco su álbum familiar. Y sí, me encanta regresar a ver cómo han cambiado sus vidas, qué ha pasado con ellos. En Panamá, yo trabajé mucho con el general (Omar) Torrijos, y tomé en algunos de los pueblos, por ejemplo con los indígenas chocoes. Hay un lugar que se llama Salsipuedes y el general Torrijos me decía: “Pero ¿por qué se mete ahí, Graciela? Le van a hacer algo” “No, general. No me hacen nada. Usted no se preocupe”.
¿Volvió a Juchitán después del sismo del 7 de septiembre de 2017? Después del sismo no, porque tengo lastimado el pie. Juré que iba a ir a ayudarlos pero no puedo mientras tenga el pie mal pero voy a ir porque es mi pueblo, mi segunda patria… Es muy bonito tener reencuentro con estas gentes. Ahí tomé a la señora de las iguanas que ya le hicieron una escultura y, no nada más eso, está en los huipiles bordada. Es la primera vez que una imagen que yo hago se vuelve un ícono, pero porque es ella, no porque la haya hecho yo. Ella ya se murió. Ahora yo estoy por hacerle la tumba… ¿Qué lugares quiere fotografiar? Tantos que no sé por dónde empezar. Siempre si hay oportunidad de que vaya a fotografiar algo voy. Por ejemplo no he ido a China, a Japón sí. África nada más conozco Mozambique y Madagascar, pero no conozco África central. Pero si me dices ahorita: “Graciela, vamos a un pueblo aquí cercano de Xochimilco”, te digo: “Vamos, encantada de la vida. A ver qué encuentro”.
¿Siempre está fotografiando? Desafortunadamente no. Antes sí, siempre traía la cámara conmigo. Hay muchos robos en México. Uno de los proyectos que quiero hacer es del centro de México, pero le voy a tener que decir a alguien que me cuide, porque te ven con una cámara y te la arrancan. Uno de mis proyectos es fotografiar más mi país, he viajado mucho y he dejado de fotografiar mi país. ¿Cómo ha cambiado como fotógrafa, desde aquella que salía con Álvarez Bravo? ¿En qué se reafirma? Bueno, he experimentado paisaje que no hacía, objetos; por supuesto que he cambiado: quizás siga mi mismo ojo, pero más educado: leo más, veo más pintura, más fotografía. Creo que aunque no quisiera cambiar, uno cambia, espero que para bien. Hay imágenes en esta exposición poco conocidas, como los carros tapados… Los carros por ejemplo los descubrió Juan (Coronel Rivera, curador de la exposición). El primero que tomé está en vintage y se expone en Boston. A veces tengo obsesiones, por ejemplo, los coches tapados: hay de la India y de otros lugares… Hay una foto que me encanta, de Robert Frank, que es un coche tapado, y que es una maravilla; creo que desde que empecé a hacer fotografía y vi los libros de Robert Frank me quedé siempre con esa imagen, y cada vez que veo uno es ese recuerdo e influencia de él. Uno tiene influencias y hay que dejar que esas influencias se ceden, que pasen por un cedazo. Del Centro Histórico ¿qué objetos quiere retratar? Los hielos. Hay cosas que me obsesionan como los hielos, los coches tapados y tiene que ver con el encuentro, lo bonito es encontrarlos y sorprenderte… Mencionó a Robert Frank, ¿le gusta seguir la obra de fotógrafos y artistas? Álvarez Bravo siempre me decía: “Graciela tiene que ver mucha pintura”. “¿Pintura?” “Sí, para la composición”. Y en pintura ¡Qué te puedo decir! Me encantan Cezzane, Picasso, Della Francesca es mi amor. Cada vez que voy a Italia, voy a ver la Madonna del Parto, que está en el mismo pueblito donde la pintó… Cuando descubrí que Tarkovski en Nostalgia empezaba película con la Madonna del Parto y con pájaros, la adoré. Adoré a Tarkovski. Creo que sí la literatura, la plástica, hasta la música te deben influenciar.
¿Vuelve usted a Álvarez Bravo? Sí, primero lo extraño mucho. ¿Sabes por qué? Porque no fue un maestro de fotografía, fue un maestro de la vida. Me enseñó lo que es la poesía, el buen arte popular, la manera tan correcta, tan poética, tan fina como vivía. Entendí que hay gente tan fina como Álvarez Bravo que jamás se va a aprovechar de nadie. Yo vivo donde vivo por Álvarez Bravo; cuando me separé de mi matrimonio me fui cerca de la casa de él y su familia, su familia es como mi familia. Sí, lo extraño. Las reflexiones que hacía, los libros, cómo me invitaba en la tarde a escuchar música clásica. Me dejó muchas cosas para el alma, muchos aprendizajes para la vida. Ante el debate con respecto a que si la fotografía arte, ¿usted qué dice? Yo me considero fotógrafa. El director del Museo de Boston me dijo: “Usted como artista en México y Europa…” Y le dije: “Soy fotógrafa. Usted discúlpeme, soy fotógrafa”. Ahora, puede haber artistas en la fotografía, depende de quién esté detrás de la cámara. La fotografía siempre ha sido la pequeña de las artes, cuando nace, los fotógrafos la usan para ya no usar a sus modelos. Entonces la fotografía puede ser o no arte, depende del público. Entonces usted responde: “Soy fotógrafa”. Ay, porque me considero fotógrafa, me parece un poco ridículo decir: “Soy artista”. Es como medio pesado ¿no? Sí, fotógrafa. Si la gente puede ver una de mis fotos como arte, qué maravilla. Yo soy fotógrafa porque aprendí a hacer foto, tengo mi cámara y lo que puedo hacer con lo que veo en el mundo es fotografía.
FOTO: Cholos Harpys, 1984. Graciela Iturbide. /Cortesía: Fomento Cultural Banamex
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