Greta Gerwig y el vuelo femidentitario

Feb 17 • Miradas, Pantallas • 8361 Views • No hay comentarios en Greta Gerwig y el vuelo femidentitario

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Christine McPhearson, adolescente de 17 años, se cambia el nombre a Lady Bird, pues siente que éste define su identidad. Más que una película de iniciación juvenil, esta cinta dirigida por Greta Gerwig es una revaloración de las relaciones madre-hija

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JORGE AYALA BLANCO 

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En Lady Bird (EU, 2017), etéreo opus 2 delicadamente semiautobiográfico de la extraña actriz y dramaturga-coguionista vuelta al fin autora total de 34 años Greta Gerwig (roles clave en Frances Ha de su esposo Noah Baumbach 12 y Jackie 16; primer film Noches y fines de semana 08 jamás estrenado aquí), la imaginativa estudiante californiana de 17 años Christine McPhearson autonombrada Lady Bird/Dama Pájaro (Saoirse Ronan prodigiosa) se rompe duraderamente un brazo al arrojarse desde el auto familiar en movimiento durante un arrebato de furia rebelde, porque debe emocionalmente lidiar en desventaja con su estricta madre sobreprotectora Marion (Laurie Metcalf) pronto con doble turno en el hospital para compensar el temprano desempleo forzado del sexagenario padre buenaonda Larry (Tracy Letts), y también porque está nerviosa e insatisfecha al verse obligada a asistir como vil becaria a una prepa confesional en la ingrata ciudad de Sacramento de 2002, para iniciarse en la verdadera vida, puesto que la ahora encantadora Lady Bird de lacios cabellos color caoba entabla allí una estrecha amistad inmediata con la repudiada/autorrepudiada alumna obesa Julie (Beannie Feldston) para soñar juntas, encuentra la manera de burlarse de las monjas emblematizadas por la tolerante Sor Sarah Joan (Lois Smith), se mete al grupo teatral del sagazmente noble curita decrépito Leviath, se liga al lindo compañero histriónico Danny O’Neill (Lucas Hedges) que la introduce con su afluente familia católica irlandesa pero que le resulta gay, tira a la basura la libreta del maestro de matemáticas para mejorar su calificación, desdeña cualquier acceso a una universidad local ya que gestiona mediante un secreto bombardeo epistolar su soñado ingreso a una universidad de la Costa Este (“Donde está la cultura”), se introduce con astucia al selecto grupo de la inaccesible rica sofisticada de la clase Jenna (Odeys Ruch), ofrece su virginidad al guapo rico desdeñoso Kyle (Timothée Chalamet) que se decía también virgen pero resulta un simulador abusivo ipso facto rechazado, asiste al crucial baile de graduación del brazo de su cada vez más redonda amiga Julie airadamente celosa aunque así reconquistada, aprende a manejar para ser más independiente, desempeña cualquier género de empleos con objeto de ahorrar unos dólares, recibe la venturosa noticia de su aceptación en la exclusiva Universidad de Columbia en Nueva York y hasta allá se traslada en triunfo tras bronquearse a morir con su relegada madre por haberle ocultado las victoriosas gestiones educativas que han coronado su vuelo femidentitario.

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El vuelo femidentitario demuestra que sí existe el humor femenino en el actual cine de autora, cada vez más eficaz y abierto, un humor tónico de la unión de las mujeres contra la desventura conjurada, un humor alegre e intimista a lo Sirk (Imitación de la vida 59) ante el mundo de las apariencias si bien homologador en el abrazo al exgalán discriminado por homosexual, un humor antipatético en las antípodas de un Stationendrama acorde con las estaciones del calvario tipo Fassbinder, y un humor romántico al modo de la vieja novela de aprendizaje Wilhelm Meister de Goethe pero hoy reescrita sólo a base de breves escenas equivalentes a los epigramas satíricos redactados por el poeta con Schiller y en femenino.

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El vuelo femidentitario debe muy buena parte de su jovialidad y frescura a un ritmazo veloz y fenomenal que tiene mucho de subliminal, a base de breves y contundentes planos secuencia, con un régimen de a cortísimo plano por acontecimiento y por idea, con recurso constante a imágenes-signo exactas, en suma, a una pasmosa multitud de incidentes, a una intempestiva plurincidentalidad que proviene del mejor cine clásico japonés de Naruse, o del diario íntimo a mil por hora de El filmador (Cavalier 05), cuyo control y poder sintético jamás se siente, pero se vive con celeridad, derivado de la fotografía sin adornos de Sam Levy, la edición contundente de Nick Houy, el extremado diseño de producción de Chris Jones y la tierna música epocal apenas comentada por los aditivos sonoros del compositor Jon Brion.

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El vuelo femidentitario hace una declaración de amor-odio a la capital californiana de Sacramento, tan fervorosa cuan ambigua a esa ciudad sin gracia ni carácter ni distinción, por parte de una adolescente sensible que la padece y quiere de ella salir cuanto antes, o más bien escapar, pero de manera contradictoria, pues para poder definirla, invocarla y evocarla, retenerla en el tiempo y lograr fundamentadamente volcar sobre ella toda su acritud presente y retrospectiva, la describe con minuciosidad casi amorosa y la precisa con puntual claridad admirable, al escalpelo, en su relieve genuino, en su geografía humana y en el efímero panorama de sus mentalidades de época, su violenta segregación cotidiana de clases, desde la perspectiva de alguien que padece todo eso, porque debe fingir que reside en la mansión de sus sueños, porque se avergüenza de haber nacido y habitar en el lado equivocado del puente, su sobredeterminación, su lastre, su final colección de imágenes nostálgicas y entrañables en el inconsciente y en la despedida, al igual que su Volver a los 17 en sí.

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Y el vuelo femidentitario se expresa obstinado y huidizo a la vez porque debe descubrirse a fin de cuentas como buscador, nada de Lady Bird postiza, la heroína retorna a ser simple y orgullosamente Christine, luego de sus travesuras formativas (tipo Las diablillas del convento de la rompedora cinepionera autoral Ida Lupino 66), de su exilio interior y de algún paso drogodesmadroso en falso en NY, ya sabe volar con sus propias alas, vierte su nombre y recupera un reino: el de su real Identidad femenina, esa revelación última y recóndita, nueva y tan antigua, desafiante y crítica/autocrítica, si bien todavía ella afirma ilusoriamente provenir del aliviando San Francisco, para celebrar sus 18 con pastel a solas pero llena de sí.

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Foto: Lady Bird, con Saoirse Ronan, se exhibe en las salas comerciales de la Ciudad de México.  / Especial

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