La vida cercada
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En épocas de pandemia la literatura misma nos enseña que el distanciamiento entre seres humanos no es algo novedoso y forma parte de la historia universal
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POR SANTIAGO GONZÁLEZ SOSA Y ÁVILA
Primero, un recordatorio: los humanos somos físicamente más débiles que muchas otras especies. Nuestras primeras líneas de defensa no son garras, ni veneno, sino una muralla celular, porosa pero impermeable, que impide el paso de microorganismos. Ahora, una idea aterradora: la piel contiene siete puertas que nos hacen vulnerables a, por ejemplo, los virus, algo que está en la frontera entre un organismo y un objeto inerte, algo más pequeño que lo pequeño y, no obstante su tamaño, a veces carga con una enorme capacidad destructiva. La buena noticia es que contamos con armas intelectuales para construir espacios en nuestro hábitat. No cabe duda, contra la propagación del virus que ha detenido al mundo la defensa más eficaz han sido los muros: la muerte afuera, la vida adentro.
Algo sabe Pablo Soler Frost que los demás ignoran, pues su ensayo acerca de las murallas, que lleva el irónico título de Grietas, se adelantó por varios meses a sumergirse en las preocupaciones que más tarde relucirían ante el estallido de la crisis por el Covid-19. Que la piel sea la última barrera, o que las murallas guarden vidas y vidas por venir, son ideas que el autor ya había incluido en su libro que se ocupa de tantas reflexiones sobre estas barreras construidas “cuya función es contener”, sobre su uso histórico, militar y social, sobre lo que ha significado atravesarlas a lo largo de la historia y sobre sus contribuciones al desarrollo de la humanidad.
Pero al ensayo lo cubre un tono decididamente derrotista. Si bien admite que las murallas son “aquello que debe dar seguridad, cobijo, protección” se asegura de aclarar que esto también ha significado la exclusión de unos para favorecer a otros, algo “que establece claramente un afuera porque ha logrado construir un adentro”. E incluso cuando reconoce que las murallas son una barrera que protege la civilización de la barbarie, éstas no son sino una “salvaguarda temporal”. Si la primera muralla no es hoy más que “polvo disperso que nadie recuerda”, debemos pensar que a todas las demás les espera el mismo final. Por lo tanto, es inevitable que Grietas establezca un recorrido imaginario por algunas de las murallas más célebres que, o bien, se han esfumado, o bien, son apenas reconocibles: la muralla de Babilonia en Gilgamesh, la de Troya en la Ilíada, la de Gran Bretaña en Memorias de Adriano.
De una u otra forma, todas las murallas tenían fecha de caducidad. Como explica Soler Frost, la pólvora volvió vencibles a las murallas medievales, la industrialización las convirtió en un estorbo, las revoluciones (o guerras internas) las volvieron redundantes, y finalmente la guerra aérea terminó por volverlas completamente obsoletas.
Aun así, las murallas han sido constantes fuentes de inspiración. El ensayo discute varios casos, pero le dedica un capítulo entero a la más importante del siglo pasado, el muro de Berlín y al efecto “consciente o inconsciente” que tuvo en artistas como David Bowie, Cynthia Beatt, Nina Hagen, para más adelante vincular otros artistas con los muros. José Clemente Orozco, por ejemplo, pintaba “biblias”.
Es el performance de Marina Abramovic y de Ulay lo que queda mejor con la inevitable frustración que todo muro conlleva: lo que había comenzado como una propuesta de matrimonio en la que ambos artistas recorrerían la Muralla China desde extremos opuestos y que culminaría con la contracción de nupcias en el punto en el que se reunieran, acabaría años después en ese instante y ahí mismo en la Gran Muralla, no con una boda, sino con el fin de su relación sentimental y de doce años de colaboración artística. Lo mismo le esperaba al propio Soler Frost cuando la visitó. Según nos cuenta, la vio con “pacheco asombro” (después de fumarse su primer toque en más de 30 días), pero la pateó en un arranque de celos tras enterarse, ahí mismo, de que su interés romántico salía con alguien más, convirtiendo un viaje que se presumía fascinante en la divertida anécdota de una fractura de pie.
Hoy mismo las murallas “son invocadas como las únicas medidas de protección en contra de los otros”, un recurso engañabobos que remite invariablemente al infame muro de Trump y al efecto que ha tenido sobre la fracturada sociedad norteamericana. No extrañará que Grietas también invite a pensar en otra clase de murallas, las “ideológicas, genéricas, económicas, sociales, educativas, académicas y, por supuesto, las murallas del privilegio”. Pero Soler Frost no sólo explora las barreras que ya existen, sino que se adelanta a las que están por existir, y al hacerlo, ofrece una visión apocalíptica que ha adquirido un aura casi profética en los últimos meses.
Éste se trata de un libro altamente consciente de la crisis climática, por lo que propone el siguiente escenario: “estás a la espera de esa catástrofe que se anuncia, pero que aún no adopta una forma definida. Estás a la espera. No sabes bien de qué, aunque eso que no sabes aún bien qué es, lo imaginas de una magnitud avasalladora, un hecho tan inmenso y tan enorme que hará que ya nada vuelva a ser igual”. Me atrevo a decir que esta calamidad ha llegado en forma del SARS-CoV-2, un virus que en varios momentos nos ha hecho imaginar lo peor o, pese a que nos acercamos al fin de una primera ola de la pandemia, que aún no hemos alcanzado lo peor.
Pensando en que “cada vez más personas quedan afuera del extraño adentro en el que se ha convertido la civilización”, el autor se imaginaba “una calamidad tan poderosa como para forzarnos a abandonar nuestra común humanidad”, un desastre en el que las murallas hallarán más partidarios, se generalizará una situación de hambre, guerra, y sed, en la que sean los bárbaros, no los necesitados, los que se atrincheren detrás de sus murallas. Nos quedará un mundo en el “que en lugar de creer que juntos podemos lograr curar al planeta, a la sitiada naturaleza, a nuestras sociedades, a nosotros mismos, creamos que sólo lo lograremos a partir de la exclusión”.
Si bien este futuro sigue siendo posible, si bien los daños de la pandemia aún están por verse, no deja de sorprender que Grietas ya tiene material para un nuevo capítulo, uno que lidie con la inusitada situación de que ante la crisis del 2020, levantar murallas y refugiarnos en ellas ha sido la medida paradójica con la que nos hemos cuidado unos a otros. ¿Cómo lidiar, entonces, con la muralla como instrumento salvavidas para todos, no sólo para los que queden fuera de ellas? ¿Cómo lograr que el encierro entre cuatro muros, con el implicado costo a nuestra cordura, nos inspire a seguir cooperando en pro de la humanidad compartida? Soler Frost ya había anticipado una respuesta en su ensayo: “la muralla es, entre otras cosas, resistencia”.
FOTO: Grietas, Pablo Soler Frost; Turner, México; 2019, 184 pp.
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