Gustavo, el cine puede esperar

Nov 9 • Conexiones, destacamos, principales • 4396 Views • No hay comentarios en Gustavo, el cine puede esperar

POR ROGELIO SEGOVIANO

 

Si algo recuerdo muy bien de Gustavo García son dos cosas: la primera, siempre iniciaba sus conversaciones con la frase “Mira, mano…”, y la segunda, era un convencido de que el máximo placer de un cinéfilo no era el ver una película per se, sino los instantes previos a que comenzara la función, el momento justo en el que el cácaro apagaba la luz de la sala y el haz de luz se impactaba en la pantalla. “Ese momento, esa pequeña fracción de segundo es la gloria”, me lo llegó a decir en más de una

ocasión.

 

 

Apasionado del cine que soy, Gustavo García Gutiérrez era como mi ídolo en muchos aspectos, y no sólo por su extraordinario don de gentes y su inigualable sentido del humor, sino porque cualquier tipo de conversación que se entablara con él terminaba invariablemente con alguna referencia fílmica, la que fuera.

 

 

Recuerdo que a él lo conocí por las páginas del periódico unomásuno, del viejo unomásuno, cuando estaba yo en el CCH Vallejo y la mayoría de los estudiantes de mi generación se identificaban con ese estilo desenfadado, rebelde y contestatario del diario. No me perdía una sola de sus críticas cinematográficas, y hasta me suscribí también a la revista Intolerancia, una publicación mensual (¿o era bimestral?) que Gustavo García había fundado con su colega Andrés de Luna, y que, de alguna forma, era la respuesta a Dicine, la revista de sus archienemigos: Leonardo García Tsao y Nelson Carro, quienes representaban el otro extremo de la crítica de cine en nuestro país.

 

 

Ya en la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales de la UNAM, a finales de la década de los ochenta, cuando estudiaba periodismo y era momento de elegir el grupo con el que tomaría la clase de Técnicas de Información por Cine, no tuve ni que pensarlo dos veces: el profesor Gustavo García era mi opción número uno. Los otros maestros de esa materia eran Manuel Barbachano y… bueno, el nombre del otro profesor no me viene a la mente ahora (en una de esas y era Javier Macotela, pero no estoy muy seguro). Total, busqué a mi ídolo García Gutiérrez. Pero lo mismo pensaron otros 120 alumnos de la carrera. Cómo le hacíamos para caber en un aula para 60 personas, pues quién sabe, pero nadie se quería perder sus clases y todos nos acomodábamos ahí con él. Eran las mejores dos horas de clase para la mayoría. Cuántas risas, cuántas anécdotas, cuántas películas…

 

 

Yo llegaba al CUEC [Centro Universitario de Estudios Cinematográficos] y oía risotada y media. Era la clase de Gustavo, era una manera de saber dónde estaba. En donde las risas. No te imaginas las carcajadas, porque su clase era un anecdotario realmente delicioso”, declaró hace unos días Jorge Ayala Blanco, otro de los catedráticos y críticos de cine más reconocidos en México.

 

 

Por cierto, para entender mejor la división y encono que existía entre los críticos de cine en México, habría que remontarse a principios de la década de los setenta y explicar que Emilio García Riera y Jorge Ayala Blanco eran los representantes de cada uno de los grupos antagónicos. A unos se les acusaba de haber sido comprados por el gobierno de Luis Echeverría para aplaudir las películas financiadas por el Estado (así como a sus directores), y a los otros de ser una suerte de francotiradores a los que nada les gustaba y sólo destruían. Se dice que con el tiempo la pelea entre García Riera y Ayala Blanco la hicieron suya Leonardo García Tsao y Gustavo García.

 

 

Años más tarde, cuando yo había terminado la universidad y trabajaba como editor de la revista Cine Premiere, los críticos Leonardo García Tsao y Susana López Aranda tenían en esa publicación un espacio permanente para sus columnas. Para hacer contrapeso a sus opiniones, decidí invitar a Gustavo García a colaborar con nosotros. Aunque la paga no era mala, él aceptó con una condición: nada más escribiría de cine mexicano y no tocaría las películas extranjeras, y menos las realizadas en Hollywood, “porque para esas ya hay mucho espacio en tu revista”. A pesar del berrinche de muchas personas por tener que compartir las mismas páginas que García Gutiérrez, éste se mantuvo por un buen período con nosotros en Cine Premiere.

 

 

Fue muy triste enterarme hace casi medio año del estado de salud de Gustavo García, luego de que se complicara una operación en el estómago que le fue practicada de emergencia. Su esposa Claudia Ojesto-Martínez, quien por cierto fue mi compañera en la Facultad, hizo pública la gravedad de la situación y solicitó apoyo moral y económico a los amigos del crítico y catedrático. La ayuda y las palabras de aliento no se hicieron esperar. Desafortunadamente, el pasado jueves nos despertamos con la noticia de su muerte. Desde este espacio venga un adiós al maestro, al colega, al crítico, pero sobre todo al amigo incondicional que seguramente ya estará allá arriba con San Pedro arrancándole una buena carcajada y diciéndole: “Mira, mano, espero que hayas visto la película El cielo puede esperar”.

 

*Fotografía: Para Gustavo García, el máximo placer de un cinéfilo no era el ver una película “per se”, sino los instantes previos a que comenzara la función/ARCHIVO CUARTOSCURO

 

 

 

 

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