Hablando de mujeres y tradiciones

Oct 14 • destacamos, principales, Reflexiones • 4121 Views • No hay comentarios en Hablando de mujeres y tradiciones

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La nueva novela del escritor sinaloense renueva el tema de la literatura sobre el narcotráfico, ahora con rasgos de la violencia de género, en un diálogo permanente con los cánones de la novela negra, la poesía y la crónica

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POR VICENTE ALFONSO

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“Me encantan las historias clásicas. Son la sal de la vida”, se lee en la página 32 de Asesinato en el Parque Sinaloa, la nueva novela de Élmer Mendoza. Quien habla es el detective Édgar Mendieta, El Zurdo. Lo hace desde la quinta entrega de la saga protagonizada por el que ya es, junto a Héctor Belascoarán Shyne, el investigador más leído del policiaco latinoamericano. Sabemos que Mendieta es un lector asiduo que enfrenta los tropiezos del corazón con poemas de Owen. Sabemos también que en medio de un interrogatorio puede soltar una alusión velada a López Velarde. Lo que no sabemos es si, al hallarla impresa en forma de libro, El Zurdo calificaría su propia historia como clásica o como vanguardista. Y este asunto, que abordaré más adelante, no es menor.

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Antes de entrar en materia conviene recordar que durante décadas la literatura negra fue vista como un subgénero. Si en la Argentina de los años cuarenta Borges y Bioy Casares ponderaban su importancia con colecciones como El Séptimo Círculo, en nuestro país las ficciones policiales eran consideradas, hasta hace poco, simples divertimentos. Poco importaba que aquí se hubiesen publicado novelas como El complot mongol (1969) de Rafael Bernal, Los albañiles (1963) de Vicente Leñero y Los errores (1964) de José Revueltas. Es gracias a la terquedad de los autores mencionados, así como a los esfuerzos de Paco Ignacio Taibo II, Élmer Mendoza y Federico Campbell que la literatura negra hoy es considerada literatura a secas. Vivimos un oscuro boom encabezado por Élmer Mendoza y que incluye autores como F. G. Haghenbeck, Martín Solares, Cristina Rivera Garza, Eduardo Antonio Parra, Imanol Caneyada e Iris García Cuevas, entre un largo etcétera. Así pues, al hablar aquí de novela negra lo hago consciente de que se trata de un producto literario específico en el sentido en que lo son un soneto, una crónica, un palíndromo.

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Vuelvo a Asesinato en el Parque Sinaloa: en el comienzo encontramos al Zurdo retirado, deprimido y ebrio. Será su antiguo maestro, Abel Sánchez, quien lo saque del marasmo para pedirle un favor: necesita investigar el homicidio de su hijo, Pedro Sánchez, cuyo cadáver ha sido encontrado en un parque de Los Mochis. No sólo Pedro ha muerto: también Larissa Carlón, su novia, ha sido hallada sin vida en su casa. En unas horas las autoridades han concluido que se trata de un drama pasional: Larissa mató a Pedro en el parque y después fue a su casa, se desnudó y se pegó un tiro. Caso cerrado.

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El problema es que, como ocurre muchas veces, la verdad histórica sólo convence a la policía. Por ello Abel Sánchez solicita la ayuda del Zurdo Mendieta y de su compañera, la detective Gris Toledo. Si atendemos a la investigación del doble crimen podría decirse que Asesinato en el Parque Sinaloa es una clásica novela policial construida con pleno dominio de las reglas que estableció un muchacho que solía nadar en el río James, en Virginia, allá por 1846. Una variación del esquema conocido como enigma de cuarto cerrado. Como señala Mendieta mismo en la página 244, “en la investigación policial hay elementos que se repiten desde tiempos de Poirot: amenazas escritas, cajetillas de cigarros, huellas, camionetas y, por supuesto, colillas”.

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Pero también es bien sabido que, desde mediados del siglo pasado, la novela negra prefirió restar protagonismo a los investigadores para narrar sobre el hombro de los criminales. Y también a esa línea vanguardista atiende Élmer Mendoza: en contrapunto con las pesquisas del Zurdo desarrolla otra que consigna paso a paso la vida de un criminal perseguido por la Marina. El Perro Laveaga, cabeza visible del Cártel del Pacífico, quien se ha fugado por un túnel de una prisión de máxima seguridad. Se trata de un hombre rupestre, enamorado de la famosa locutora Daniela Ka, quien planea hacer una radionovela sobre el capo.

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De este modo, Asesinato en el Parque Sinaloa alterna en ágiles capítulos las indagaciones del Zurdo y la huida de Laveaga. Tal estructura en paralelo recuerda Las palmeras salvajes de Faulkner. La disposición no sólo añade altas dosis de suspenso al relato, también permite que los lectores contemos con más información que los personajes, quienes avanzan a ciegas por el presente. Visto así, a vuelo de pájaro, Los Mochis es un laberinto en donde un Perro y un Zurdo se persiguen sin saberlo. Se anticipa un choque de trenes.

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Pero hay mucho más en el arsenal de Mendoza. El sinaloense ha sabido desarrollar un estilo sin traicionar el lenguaje seco y directo que el género exige. Toda una cátedra del oficio. Quienes somos sus lectores asiduos sabemos que no es extraño encontrar en un párrafo cinco voces distintas que pueden ser identificadas por su léxico, su sintaxis, su lógica. Además esta nueva entrega confirma al sinaloense como un maestro de la elipsis: lo que se calla aquí importa tanto o más que lo que se escribe.

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No todo es forma, por supuesto. Como en La prueba del ácido (2010) y Nombre de perro (2012), esta novela incluye de manera implícita reflexiones sobre las relaciones de género en el México del siglo XXI. Encontramos personajes ya conocidos por los lectores de la saga: Samantha Valdés, capisa del Cártel del Pacífico, la ya mencionada detective Toledo y a lo lejos Susana, la madre del hijo de Mendieta. Vemos a una indignada Larissa consultar bibliografía sobre los derechos sexuales de las mujeres sin imaginarse que en minutos engrosará la estadística sobre feminicidios en México. A prostitutas anónimas que sin saberlo dan tanto a policías como a criminales información valiosa. A adolescentes secuestradas por sicarios, niñas huérfanas. Y en ese contexto El Zurdo Mendieta lamenta, por andar de borracho, no haber siquiera terminado de leer Huesos en el desierto, de Sergio González Rodríguez. Asesinato en el Parque Sinaloa también aborda la manera en que suelen construirse alianzas entre el poder formal y los llamados poderes fácticos, de tal modo que la población civil queda inmersa en una nube de intereses cuya naturaleza es difícil de determinar.

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Élmer Mendoza dialoga de tú a tú con otras expresiones de la llamada alta cultura. Hay referencias a poemas, pinturas, obras de teatro. Pero hay también rock, música ranchera, boleros, cine. Acaso sea una declaración de principios: si hasta hace poco la lucha era por reconocer al noir como una manifestación artística, Élmer ya viene de regreso. Acaso sabe que con esta magnífica novela está en grave riesgo de convertirse en un clásico.

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FOTO: Mendoza, Élmer. Asesinato en el Parque Sinaloa. México: Random House – Mondadori, 2017. 267 pp.

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