Hadelich: el poeta
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Los discos más recientes del violinista italiano, con piezas de Franck, Previn, Kurtág y Paganini son clara muestra del virtuosismo al servicio de la interpretación
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POR IVÁN MARTÍNEZ
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Hace unas semanas se realizó la entrega 60 de los premios Grammy que otorga la Academia Nacional de Artes y Ciencias de la Grabación de Estados Unidos. En el ámbito clásico, por las categorías de composición y compendio, la compositora Jennifer Higdon se llevó dos premios por su Concierto para viola grabado por Roberto Díaz, quien estará en México en junio próximo para tocarlo acompañado por la Orquesta Sinfónica Nacional. Un mes antes, a la misma orquesta la visitará para tocar Mendelssohn el violinista Agustin Hadelich, protagonista de mi disco favorito entre los nominados por mejor álbum de música de cámara: “Frank, Kurtág, Previn & Schumann”, Hadelich y Joyce Yang (Avie Records, 2016).
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No es casualidad que las estadísticas que se publican en Estados Unidos sobre sus orquestas, tengan desde hace varias temporadas a Hadelich (1984), un violinista italiano de padres alemanes naturalizado estadounidense, en los titulares. Es junto al pianista Emmanuel Ax, el solista más solicitado. Es la estrella del momento. Pero no son sus cualidades las que vienen a la mente cuando se piensa en las estrellas jóvenes de la escena clásica actual: no es su arte uno que esté identificado con el show o la extravagancia, ni siquiera con el virtuosismo (y ya hemos visto en México que lo puede tocar todo), sino con la admiración a las posibilidades que brinda cada ejecución suya, por sus decisiones artísticas, de programación y hasta comerciales, como es su discografía.
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El programa de este disco, por ejemplo, es fascinante. Dos sonatas representativas del repertorio romántico más tradicional, la muy frecuentada –casi hasta el cansancio y la rutina– Sonata en La Mayor FWV 8 de Cesar Franck y la menos acudida –por intrincada, aparentemente poco clara– Sonata no. 1 en la menor, op. 105 de Robert Schumann, emparejadas con dos series de piezas breves, la muy simpática Tango, song and dance, de Andre Previn y las muy particulares Tres piezas op. 14 de György Kurtág.
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Yang (Seúl, 1986) y Hadelich ofrecen interpretaciones entregadas, con concentración. Es imperdonable pero igualmente obligatoria la comparación con la grabación anterior de la obra de Previn, de manos de su dedicataria Anne-Sophie Mütter, en muchos términos dispersa, pero sobre todo en la desorientación de su discurso.
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Las sonatas se escuchan con frescura y emoción. Con la de Schumman, una obra poco elegida en el repertorio de los violinistas por obscura, nos ofrecen un momento cercano a la epifanía: quizá no deba decir que es una versión definitiva, pero la claridad, jugada en medio de la sonoridad romántica plena, con que las líneas de cada instrumento son presentadas la acercan a serlo. La diseccionan quirúrgicamente sin sacarla de su lenguaje romántico. La de Franck, que no deja de ser la página consabida que es en cada uno de sus rincones, goza aquí de una versión espontánea a la vez de profundamente expresiva.
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La balanza sonora es natural, a diferencia de muchas grabaciones nuevas y antiguas donde el protagonista del disco –no sólo para fines comerciales– es el violinista. La mancuerna camerística es esencial y sin ser Yang una pianista portentosa, luce por su química con Hadelich y en no pocos pasajes sola, destacadamente en aquellos que dotan de personalidad cada una de las piezas de Kurtág, como las características armónicas que guían el discurso de las miniaturas de Previn.
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Lo que hacen es magia pura: un programa redondo presentado con precisión, espontaneidad y profunda emoción. Y lo que Hadelich muestra es su poesía. Como lo hizo en medio del anuncio de la nominación y la entrega, cuando lanzó su más reciente disco: los 24 Caprichos de Paganini (Warner, 2018).
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¿Necesitaba un violinista conocido por su portento poético, elogiado por no pocas elecciones atípicas de repertorio, presentar esta colección de estudios de virtuosismo? ¿Puede una nueva grabación de esta serie de pirotecnia sonora ofrecer algo nuevo? La respuesta está en su escucha.
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Como toda ejecución de éstos, es una exploración de posibilidades. Pero en este caso no sólo técnicas, sino artísticas. Poéticas. Sí: dije poético al lado de Paganini. Posibilidades no sólo de lo que pueden hacer los dedos, sino de lo que un artista puede comunicar con ellos, musicalmente con el color, las dinámicas, los fraseos. Es decir, la puesta de los 24 caprichos como muestra musical y no técnica: el virtuosismo como vehículo para la música y no como fin. Inspirador.
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Tampoco quiero caer en un juicio absoluto al decir que sea un disco que ofrezca una versión definitiva de una obra. Técnicamente habrá otras y corresponde a los estudiosos del violín decidir cuál es su referencia personal, pero parece ser el único disco que además de muestrario técnico, contenga música. Este es el disco de los 24 Caprichos para el melómano que busca el arte escondido que estaba en ellos y que no sólo se deslumbra por la rapidez de unos dedos y un arco que muchas veces ni siquiera ofrecen una pronunciación clara: para ellos sigue estando ahí Accardo, Mintz y hasta Massimo Quarta.
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FOTO: En 24 Caprichos, Agustin Hadelich explora las diferentes posibilidades técnicas del violín. /Especial
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