Hadelich y Bohemia
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El disco de este violinista, hoy referente mundial de los ejecutantes del instrumento, es un homenaje a tres grandes compositores: Antonín Dvórak, Josef Suk y Leos Janacek
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POR IVÁN MARTÍNEZ
Casi que viene siendo una costumbre dedicarle una vez al año este espacio, especialmente en el verano, a Augustin Hadelich, el violinista más poético de la actualidad y el más relevante de entre los jóvenes que hoy se escuchan. Hay que leer, cuando hablo en presente, como antes y durante la pandemia, cuando sus cápsulas diarias se han convertido en obligadas para los estudiantes de violín, cuando responde preguntas técnicas de ellos; en momentos sensacionales para su público, cuando se pone a tocar el piano acompañándose a sí mismo; y en referenciales, cuando a partir del movimiento Black Lives Matter ha tomado postura y se ha dedicado a recuperar piezas de autores negros.
Sea porque su presencia se ha vuelto habitual para distinguir a las temporadas de la Sinfónica de Minería con su música, tanto en el repertorio tradicional como tanto para “introducirnos” a obras a las que pocos intérpretes como él se asoman con esa intensidad intelectual que conjuga con sofisticada sensibilidad (recordar su lectura al Concierto de Alban Berg). Sea porque lanza un nuevo disco que hay que comentar, en el que resignifique con su frescura literatura que antes fue dada por sentada (recordar sus Caprichos de Paganini). O sea simplemente porque se ha convertido en la nueva y devota referencia de quien esto escribe, Hadelich suena aquí nuevamente.
La Covid me pudo prohibir escucharle en la Sala Nezahualcóyotl el Primer concierto de Bruch que tenía planeado para agosto, pero no disfrutar del nuevo agregado de su discografía, estrenado apenas los primeros días de este mes: Bohemian Tales (Warner Classics, 2020), en el que ha incluido como plato fuerte el Concierto para violín de Dvórak, acompañado por la Orquesta Sinfónica de la Radio Bávara y la batuta de Jakub Hrusa, y que ha redondeado con las Cuatro piezas para violín y piano de Josef Suk, la Sonata para violín y piano de Leos Janacek, con el pianista Charles Owen (su partner habitual) y un par de arreglos de piezas de Dvórak que sirven de encore. Es decir: es su acercamiento, su toma y lectura a la música de la región de Bohemia.
El Concierto se encuentra en un apartado menospreciado de los dedicados al violín, si bien no es desconocido: no es del todo tradicional en su forma (muchas secciones no son explícitamente solista contra orquesta, sino una voz que lidera todo un aparato sonoro), pertenece a la franja “europea” de la música de Dvórak que suele ser menos atractiva para el público internacional que aquella de sonido “americano”; teniendo como inspiración el Concierto de Brahms y al lado de su propio Concierto para chelo queda un tanto opacado; y, según cuentan muchos músicos, es de una dificultad seria no sólo en terrenos técnicos sino estructurales y de discurso, lo que aleja a muchos de tocarlo. Receta perfecta para quedar relegado, siendo una injusticia que, sin embargo y al lado de un director checo acucioso y conocedor de su idiosincrasia como Hrusa, queda resarcida en esta interpretación.
La lectura orquestal toda es transparente y aún así muy rica en sus colores; no que sea intrincada, pero puede volverse atiborrada y Hrusa ha podido delinear cada textura, sin necesidad de adelgazar su cuerpo sonoro. Es especialmente delicioso distinguir y abrazar como oyente las secciones de aliento de su orquestación sin menoscabo de las cuerdas consistentemente robustas. Y desde el violín, sin ser apasionado (cierto que Dvórak se inspiró en Brahms, es en realidad una obra más cercana en esencia a Bruch), es quizá una de las interpretaciones más abrazadoras e intensas de Hadelich; incluso quienes –erróneamente– vean en él a un violinista al que le falta fuerza, que no hayan sido receptivos, por ejemplo, ante el Brahms de su disco anterior, encontrarán aquí algo más cercano a sus necesidades de fervor.
Toda esa energía vívida, rústica y de sonido brillante, está muy presente también en las otras obras del disco; combinadas con mucha ternura en los incisos dedicados a Dvórak, y con algo más de melancolía en los de Suk, alumno de Dvórak, y de Janacek, el más folklorista de los coterráneos de su época. El pianismo de Owen es ejecutado también con especial dirección en su expresividad, al mutarse con Hadelich en ambas obras.
Siempre me ha resultado un tanto difícil de entender por qué ni la Sonata de Janacek ni las Cuatro piezas de Suk, que es también –aunque breve– una sonata, sean vistas con mayor regularidad en los programas de los violinistas; todavía menos la segunda. A las dos obras las caracteriza un discurso temperamental muy atrayente, construido desde fuertes orígenes de sabor folklórico e idiomáticamente muy naturales.
Ojalá se revaloraran un tanto más. Escucharlas aquí me hizo recordar otro álbum, de 1990, que Itzhak Perlman, junto a Samuel Sanders, dedicó igualmente a Dvórak, tocando su Sonatina para violín y piano, op. 100: pieza que ciertamente sí puede considerarse menor, pero no por ello menos deliciosa y delicada, la última escrita en sus años americanos, de un optimismo casi rural; las Cuatro piezas, op. 75, en las que está inspirada la obra de Suk; y en el que incluyó también a Smetana, el otro gran compositor checo para redondear este texto, de quien toca Z domoviny (De mi país natal), el atractivo díptico melancólicamente luminoso.
FOTO: Portada de Bohemian Tales de Augustin Hadelich (Warner Classics, 2020). / Especial
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