Hagerman-Villalobos y la desazón indocumentada

Jun 3 • destacamos, Ficciones, Pantallas, principales • 2638 Views • No hay comentarios en Hagerman-Villalobos y la desazón indocumentada

 

La animación Mi casa está en otra parte aborda el fenómeno migratorio hacia Estados Unidos a través de tres historias

 

POR JORGE AYALA BLANCO
En Mi casa está en otra parte (Home is Somewhere Else, EU-México, 2022), conmovedora película de animación independiente en 2D del veterano documentalista de 56 años Carlos Hagerman (largos: Los que se quedan 08 correalizada con Juan Carlos Rulfo, Vuelve a la vida 09 y El patio de mi casa 15), dirigiendo al lado del animador capitalino de 53 años Jorge Villalobos (cortos: Crisálida 90, 4 maneras de tapar un hoyo 96 y Pasajera 97), con guion de ambos, una enérgica réplica animada del incallable activista performancero José Eduardo Lalo Aguilar autonombrado El Deportee expone asertivamente bajo las luces de su concientizador espectáculo en el binacional/bilingüe/bífido spanglish de speaker world o slam poético que dominará en todo el film, tres historias de jóvenes para jóvenes (“Contadas por los protagonistas con sus propias voces”, de acuerdo con un letrero del film): (1) “Jasmine y su búsqueda de la felicidad”, donde la dulce puberta Jasmine de 13 años nacida en México ha logrado obtener la ciudadanía estadounidense para vivir tranquila y feliz al otro lado de la frontera, soñando con devenir astronauta, aunque ahora confiesa con lujo de patéticos y estremecidos detalles el miedo en que vive las 24 sobre 24 horas del día por una siempre amenazadora e inminente posibilidad de ser separada de sus familiares, de que su madre dreamer y su padre mexicano sin papeles puedan ser en cualquier momento detenidos por la policía Ice y deportados; (2) “Historia de dos hermanas”, donde la diferencia en la obtención de papeles determina la irregular situación de dos hermanas adolescentes que se adoran y deben vivir separadas aunque estrechamente unidas por celular: la oficial de panadería Elizabeth que vive solitaria y tristona en Los Ángeles careciendo de papeles que acrediten su nueva nacionalidad y por consiguiente de las ventajas para su desarrollo microempresarial, y la alegre y tranquila hermana Evelyn que es el único miembro de la familia en poseer la nacionalidad estadounidense, y por ende cargando con esa contradictoria responsabilidad, pues paradójicamente ha preferido retornar a México para vivir en un pueblito yucateco al lado de su divertida abuela, soñando con estudiar medicina para montar su propia clínica destinada a la beneficencia comunal; y (3) “Between dos mundos”, donde el histriónico relator verbal Lalo narra tan confidencial cuan estridentemente su propia desquiciante historia, desde que a los 8 años fue llevado a EU, creció en Utah, tuvo una infancia como la de cualquier niño local, se sobrepuso al bullying escolar, logró ingresar a la Universidad, se volvió activista por la abolición de la Enmienda antinmigrante, a los 23 años cayó por azar en las garras de la policía, sufrió cárcel y fue humillantemente expelido, con esposas en pies y manos, hacia Matamoros y Ciudad Juárez, sin poder reconocer al anciano padre que lo esperaba en la estación de autobuses, y desde entonces se dedica con toda su energía a sostener su perturbador show dedicado a cientos de jóvenes como él (“¿Están todos aquí?”) para servirles conscientemente como ambiguo y airado referente vivo de una ejemplar e inconsolable desazón indocumentada.

 

La desazón indocumentada justifica de varias maneras su elaboración como dibujo animado, por su dinamismo, su colorido, su inventiva constante, su maravilla quasi infantil, su visión sensible siempre palpitante e inestable, su puntillosa insistencia en los detalles, su des- lizamiento por la realidad planteada y padecida por capas superpuestas de súbito interiorizadas y generalizables a la vez, pero sobre todo por su experimentalismo irreductible al utilizarse como nueva forma inasible de testimonio personal y su entreverado con el cine documental superestilizado-ultrasofisticado que inserta las voces auténticas de los protagonistas-modelo como una especie de incallables e inermes voces interiores o declaraciones ipso facto ficcionalizadas.

 

La desazón indocumentada ostenta como grandes hallazgos expresivo-visuales, imposibles de ofrecer en una película de acción viva, imágenes como el retroceso de cámara por transformación moral a partir de la niña Jasmine apabullada bajo la cruel revelación de su disminuido padre inerme enfrentándose en uniforme anaranjado al tribunal dentro de un televisor aún más empequeñecedor, la felicidad como algo siempre ajeno apenas atisbado por una ventana cual proyección fílmica, la lúdica marcha temeraria citadina con flautitas y soldaditas de juguete, la soledad de la panaderita en el subway con un pastel de cumpleaños en el estampado de su camiseta y cuellito de dos encajes mal ensamblados, las hermanitas volando imaginariamente juntas o siendo pateadas de nube en nube y consiguiendo darse por fin la mano a través de la pantalla dividida pese a estar en espacios geográficos diferentes, el joven estudiante de Utah buleado a sus espaldas (“Ahí va ese estúpido mexicano”) cuya violencia defensiva se reduce a un simple puño gigante cruzando longitudinalmente el espacio visual, la connivencia de fantasmales imágenes-deseo con acercamientos medios a personajes decididos o triunfales hasta en un ring de box, el Deportee alcanzando un par de esferas luminosas en medio de la cerrada oscuridad para demostrar su pertenencia doble (“Somos aquellos entre dos mundos”), sobre el campo a modo de zíper artificialmente divisorio entre dos estupefactos grupos familiares y poco después va a corresponderse con la gran raya coloreada sobre el paso fronterizo que evita pisar el Deportee recién visto con asco por quienes cruzan legalmente a pie.

 

Y la desazón indocumentada concluye por partida doble con la efigie al micrófono del Deportee dominando el escenario como si acabara de aprender a estar en el mundo, porque acaso así deben prevalecer el equilibrio básico y la fragilidad esencial de la tragedia mínima, pero no disminuida, ni ínfima, sino infinitamente comprensiva y solidaria (¿cuál es tu historia?).

 

 

FOTO: El documental formó parte del Festival Internacional de Cine de Guadalajara (FICG).

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