Handel, la mirada descarnada del mundo
POR JUAN HERNÁNDEZ
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Handel, obra de Diego Álvarez Robledo, dirigida por Luis Eduardo Yee, con las actuaciones de Sofía Sylwin, Miguel Romero y Pablo Marín, es ejemplo de las búsquedas artísticas de teatristas mexicanos jóvenes interesados en subrayar el poder de la actoralidad por encima del artificio de la escenografía, así como en potenciar, junto con el texto, un complejo punto de vista sobre el mundo contemporáneo.
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El autor de la obra, Diego Álvarez Robledo, nació en la ciudad de México, en 1986. Además de literatura dramática ha publicado cuento, ensayo y poesía. Por su parte, Luis Eduardo Yee, egresado de la Escuela Nacional de Arte Teatral, ha sumado a su quehacer como director de escena, el de actor y dramaturgo. Es autor de Mandíbula, estrenada en 2013, así como de Hora de trabajar, que también dirigió para Microteatro México, entre otras.
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Handel aborda el asunto de la trata de personas, seres vulnerables cuyos cuerpos se venden al mejor postor, en un mundo descarnado y cruel. Pero no se trata de una denuncia moralina, que busque dividir el mundo en blanco y negro, bueno y malo, sino de reflejar las contradicciones propias de la condición humana y encontrar, en su complejidad, tanto lo que hay de siniestro como de belleza profunda.
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Los seres representados en esta obra son víctimas, sí, de un mundo que no ofrece oportunidades de vida digna a individuos vulnerados por la condición de su existencia; pero también se trata de personas que toman decisiones en relación con sus deseos, sueños y ambiciones, con lo cual toman responsabilidad sobre su destino.
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La estructura del texto renuncia a la historia lineal y al desarrollo dramático convencional. Hay saltos espaciales y temporales. Los personajes son diversos y, aunque geográficamente la mayor parte de la obra se ubica en México, también hay momentos en las que se está en Brasil, Polonia o Rusia, de donde provienen algunos de los personajes.
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Así tenemos a “Lukja” (Sofía Sylwin), una mujer polaca, que tras ser expulsada del hogar materno a los 14 años de edad, es presa de una red internacional de prostitución; manipulada por hombres que la enamoran y, luego, impulsada por su instinto de supervivencia y ambiciones. O “Carlos” (Pablo Marín), un joven brasileño nacido varón pero con identidad de género diferente, quien llega a México y se inmiscuye en el mundo de la trata de personas, con el deseo ferviente de practicarse un cambio de sexo. Y también está “Mariano” (Miguel Romero), hombre maduro diagnosticado con cáncer avanzado, quien se enamora de una prostituta adolescente —proveniente de Tenancingo, Tlaxcala, en donde es una práctica común que las mujeres sean obligadas a prostituirse, por los proxenetas que gozan, en esa población del país, de la indiferencia de las autoridades y realizan sus prácticas ilegales de manera impune.
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La propuesta escénica apuesta por la versatilidad actoral; es decir, por la capacidad de los actores para cambiar de piel con apenas un cambio de ropa, de actitud, o de una transición tras un momento de oscuridad escénica. El director Luis Eduardo Yee deja ver las costuras del montaje y establece una relación de complicidad con el público en relación con la verdad del teatro.
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Un actor encarna a más de un personaje, cambia de acento, de gesto corporal, de historia. A veces víctima, otras victimario y, de manera frecuente, expresando la complejidad diversa de la naturaleza humana.
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El escenario está prácticamente desnudo: una mesa, un banco y una silla es todo lo que sirve de apoyo a los actores, quienes construyen la dimensión espacial con su cuerpo, energía y capacidad para revelar la profundidad de la psique de los personajes. La dirección de escena propone, en ese sentido, evidenciar la crudeza y la violencia a partir de la sugerencia del lenguaje corporal y del texto como enunciación de significados.
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La atmósfera es sofocante, propiciada por el claroscuro que pone en relieve la dimensión del submundo que se figura en escena; con esos personajes que viven la marginalidad, el abandono, la vulnerabilidad y son presas fáciles del mundo que mercantiliza los cuerpos y los ofrece en el mercado de la carne, sin atisbo alguno de compasión o respeto por la dignidad humana.
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El trabajo actoral provoca sentimientos encontrados: ira, incomodidad, compasión y, por momentos, una empatía absoluta con los personajes, quienes no encuentran resquicios para esquivar lo que terminan por asumir como destino. Sin embargo, aún en esa condición, los seres figurados pueden tener momentos luminosos, en los que se desvelan manifestaciones de nobleza y solidaridad en el contexto final de la tragedia.
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Handel es, pues, teatro de creadores mexicanos jóvenes, quienes tienen una visión del mundo desesperanzada, así como un punto de vista crítico sobre la realidad social mexicana inmediata, en el que se subraya la corrupción del sistema judicial del país, en donde confluyen los personajes para encontrarse de frente con la dimensión trágica de su destino.
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FOTO: Handel, de Diego Álvarez Robledo, dirección de Luis Eduardo Yee, con Sofía Sylwin, Miguel Romero y Pablo Marín, música de Isai Flores y Jorge Escandón, diseño de escenografía e iluminación de Natalia Sedano, vestuario de Fernanda García y diseño sonoro de Isaí Flores Navarrete, se escenifica en el Teatro Orientación del Centro Cultural del Bosque (atrás del Auditorio Nacional), lunes y martes a las 20 horas, hasta el 27 de septiembre.
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