Hefner en masculino / Hefner en femenino
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La muerte del fundador y dueño del imperio Playboy, acaecida hace unas semanas, ha detonado varios debates sobre su legado en la sociedad contemporánea. ¿Revolucionario sexual?, ¿cosificador de la mujer? La moneda sigue girando
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POR MIGUEL ÁNGEL TEPOSTECO
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La muerte de Hugh Hefner desató una serie de debates en redes sociales. Los feminismos fueron los más críticos, como era de esperarse. El playboy, ¿un aliado de las luchas civiles de las mujeres? ¿Un placebo que sirvió como molde del macho izquierdista? El debate dentro de los estudios de género sobre el caso es complejo y con opiniones encontradas.
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La generación millennial no conoció el penthouse, símbolo del jazz y del sofisticado modelo de masculinidad propuesto originalmente por Playboy. En cambio, conoció al sugar daddy, o el mecenas de la tercera edad que paga los caprichos de mujeres atractivas. Hefner aparecía a través de reality shows, siendo el centro de una flor; cada pétalo era una veinteañera rubia y semidesnuda, y él, el dueño del imperio. Era, además, el anfitrión de las fiestas a las que la familia de Jimm Simons solía ir en un popular programa de televisión en E!, antes del noticiero de chismes de farándula hollywoodense, y de vez en cuando un personaje secundario en Los Simpson.
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En artículos de Estados Unidos a partir de la muerte de Hefner se escribieron los ilustres nombres de quienes nutrieron el contenido de la revista. Algunos de ellos eran símbolos de la libertad en todas sus formas; estaban Carl Sagan, Foster Wallace, Nadine Gordimer, William Faulkner. Y para acrecentar la polémica estaban dos nombres que resaltaban, los de dos autoras íconos del feminismo: Margaret Atwood y Joyce Carol Oates, ambas constantemente mencionadas como opciones para el premio Nobel de Literatura. Feminismo y una revista pornográfica ¿Había compatibilidad?
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Entre autoras de temas feministas, teóricas feministas y movimientos feministas son comunes los desacuerdos (signo de un ambiente de pluralidad), como el de Doris Lessing, importante para el movimiento inglés, quien aseguró en 2008 en una entrevista para la revista Semana: “Hoy puedo decir que las feministas han fracasado”. Lessing y Atwood declararon en diferentes ocasiones haberse dedicado a escribir sobre la situación de las mujeres, un poco al margen del feminismo político, aunque Atwood hizo reivindicaciones al debate, incluyendo su celebrada entrevista con la actriz feminista Emma Watson. “Y no vivimos sólo en un ‘patriarcado’, vivimos en una serie de diferentes tipos de patriarcados”, explicaría la autora en una lista de disertaciones con la teoría feminista que no supusieron conflictos personales con publicar en Playboy. Sin embargo, las redes sociales demostraron que, en general, el legado de Hefner no pudo quitarse el estigma.
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Intentando alejarme de la actitud a la que Louis Pauwels llamaba “sacerdote del pesimismo occidental”, hay una parte de Playboy que sí se conecta con cómo se piensa el género actualmente. Intento pensar, por ejemplo, en una escritora punk como Kathy Acker, heredera del feminismo más ácido, ejerciendo su sexualidad para vivir trabajando en la industria del entretenimiento para adultos, en un ambiente inimaginable sin Hefner. Otro ejemplo serían los símbolos nacidos del concepto de pornografía que él inauguró y que trascendieron por defender nuevas formas del cuerpo, como el caso de Buck Angel, hombre transexual que se volvió famoso por seguir ejerciendo en el porno sin hacerse una cirugía de reasignación de sexo, usando su vagina como un emblema de la libertad sexual. Sumamos a esto la defensa de Hefner frente a los atropellos institucionales de apenas hace unas décadas en algunos estados de su país: “Quienes se oponen a nosotros siempre tienen una cosa en común: están en una cruzada para eliminar el sexo que no tenga el propósito de procreación”, escribiría en una editorial a propósito de la represión de la policía contra una pareja que practicó sexo anal.
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Hefner y su imperio intentaron modernizarse a la par de otras instituciones que se vieron frente a revoluciones sociales que ya no podían ignorar (como Disney), incluyendo a cada vez más voces críticas de esa parte de la sociedad que ellos representaban. Una de las más sonadas fue Joyce Carol Oates, autora de Blonde, novela monumental sobre Marilyn Monroe, la primera chica en protagonizar la portada de Playboy. Oates siempre ha sido combativa y crítica de la vida moderna de las mujeres. Aunque ella nunca tuvo un acercamiento teórico-político a esos temas, incluso teniendo intercambios narrativos con figuras controvertidas para los feminismos, como la relación cercana y de elogios cruzados con Norman Mailer, autor criticado en libros famosos dentro del feminismo, como Política sexual de Kate Millet.
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En los estudios de género hay posiciones encontradas sobre cómo interpretar Playboy. En particular, los cercanos a la teoría queer. La ensayista Beatriz Preciado (hoy, Paul B. Preciado) se aleja de la mirada satanizadora sobre Hefner para darle un espacio como regenerador de una forma de masculinidad que en su tiempo fue revolucionaria. En su ensayo Pornotopía (Anagrama, 2010) explica que Playboy tuvo el mérito de hacer desear al hombre entrar en el ambiente privado, lejos de la militarización que la masculinidad había sufrido tras la Segunda Guerra Mundial.
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“Playboy, a través de diversos medios audiovisuales, habría perseguido un objetivo fundamentalmente político y arquitectónico (sólo secundariamente mediático y en ningún caso pornográfico): desencadenar un movimiento por la liberación sexual masculina, dotar al hombre americano de una conciencia política del derecho masculino a un espacio doméstico y, en último término, construir un espacio autónomo no regido por las leyes sexuales y morales del matrimonio heterosexual”. Preciado refuerza su argumento con la cita a un perfil que la revista digital salon.com, publicó sobre Hefner en 1999: “En lo que años después pudo verse como una irónica complicidad con feministas como Betty Friedan, Playboy arremetería contra las instituciones establecidas del matrimonio y la vida hogareña y familiar en las urbanizaciones”.
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Esto complejiza el discurso que emana de la revista y su pertinencia en los estudios de género contemporáneos, donde cada vez más feministas, como Marta Lamas, llaman a analizar las masculinidades y los problemas que el patriarcado ejerce sobre los hombres. Sin embargo, estos argumentos son tomados con pinzas dentro de los círculos académicos, pues la investigación sobre la masculinidad y su emancipación de las leyes del género ha tenido una historia turbulenta; tan sólo en Estados Unidos, teóricos pioneros en este tipo de estudios, algunos de ellos disidentes del propio feminismo, fueron acusados de crear las justificaciones ideológicas de grupos extremistas que cometieron crímenes de odio en territorio estadounidense, como sería el caso de los textos del politólogo Warren Farrell.
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En redes sociales, estas batallas por la masculinidad y la feminidad empoderadas explotaron. La mayoría de los artículos críticos giraron en torno a una líder feminista, Gloria Steinem, quien infiltrada en el imperio Playboy observó la explotación tanto económica como psicológica a la que eran sometidas las chicas que trabajaban para la empresa. Y aunque los debates se han reducido a regateos sobre si Hefner merece o no quemarse en la hoguera, la mayoría de los artículos feministas analizan que si bien la revolución sexual en Estados Unidos no pudo haber iniciado sin él, su imperio decayó hasta volverse otra empresa más que masificó la venta de la mujer. Lejos del argumento de “fue la decisión de cada chica de posar para la revista en su libre albedrío”, una pregunta siguió girando como una moneda en el aire, frente al rostro de Hefner: ¿de verdad esta revista no era parte de un sistema de venta de la feminidad? Porque ese cuestionamiento nos puede llevar a uno más severo: si esa revolución sexual de los años sesenta fue para facilitar un objeto sexual que pasa por manos del hombre, ¿no habrá contribuido aquella legendaria revista a ese tan criticado feminismo pop que inunda instituciones públicas y medios de entretenimiento? La moneda sigue girando.
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Preciado pone matices sobre esta función final: la excitación masculina, “el empleo de la maquetación y el color y por la transformación de la imagen en desplegable hacia una técnica portátil de ‘apoyo estratégico’ —por usar la expresión del ejército americano— para la masturbación masculina”. Eduardo Figari, investigador de la Universidad de Guadalajara, escribe en el artículo “Placeres a la carta: consumo de pornografía y constitución de géneros”: “Lo característico de lo pornográfico es entonces lo fantástico en relación con seres anónimos (personas, cosas, animales o el objeto que fuera). Hay un determinante de mediación con nuestro placer sexual que no está directamente vinculado a una satisfacción del mismo en un vínculo íntimo, sino y esencialmente con uno anónimo”. Refiriéndose a la experiencia masculina.
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El investigador retoma a su vez la crítica general que el feminismo le ha hecho a la industria pornográfica. Que si bien en un apartado menciona cierto mérito de Playboy por dar una intención artística a sus fotografías (como también lo hizo Vogue pese a la polémica alrededor de los estereotipos de género), la pornografía en masa tiene complicidad innegable en la cosificación de la mujer. “Según la crítica feminista, la pornografía refuerza los estereotipos de género y también estéticos (Osborne, 1995). Y esto es absolutamente cierto: la trama narrativa directa, sin meditaciones, las formas de posesión de las mujeres en casi todos los casos de sumisión y cierto grado de violencia, los penes enormes, los cuerpos de mujeres desarrollados y grandes pechos. El orgasmo femenino condicionado al poder fálico masculino. El orgasmo masculino exhibido siempre fuera del cuerpo, como rociando a la mujer con semen, la absoluta falta de compañerismo, complicidad o mínimo afecto en pareja. Todo parece responder a una lógica de la estética y eroticidad de lo masculino”.
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Aunque la anterior crítica podría decirse enfocada a medios audiovisuales, lejos del objetivo de la revista, hay que recordar que parte del imperio Playboy también incluyó la distribución y financiación de diferentes películas pornográficas alejadas del estilo softcore (erótico) que distingue a la revista. Figari, sin embargo, intenta desmitificar el concepto de que las mujeres no consumen pornografía, usando como ejemplo el caso argentino: “El gerente de los canales para adultos Venus y Playboy, de Argentina, afirma que en ese país el 61% de las mujeres ve películas porno con sus parejas, 15% con amigas o amigos, y solas lo hace el 19% (Bassani, 2005)”. Aclara que en este sentido, como una forma de introducirse en una industria principalmente pensada para satisfacer deseos masculinos, algunas cineastas han hecho filmes autodeterminados como feministas. Un ejemplo es el trabajo de la directora Erika Lust, quien incorpora a su discurso símbolos míticos, escenografías complejas y narrativas no lineales,“enfocadas al placer femenino” o a cualquiera que quiera abandonar el formato de la pornografía convencional.
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Erika Lust, intentado reivindicar la industria, publicó en 2008 el ensayo Porno para mujeres, describiendo la necesidad de un porno enfocado a las fantasías femeninas, “los estereotipos de personajes que los hombres de la industria del cine adulto nos han obligado a soportar durante los últimos veinte años son ofensivos para una mujer moderna: estoy harta de lolitas cachondas, adolescentes guarrillas, mujeres desesperadas, enfermeras calientes, prostitutas ninfómanas y heroínas tragasemen. Por otro lado, en este tipo de películas los hombres son casi siempre mafiosos, proxenetas, traficantes de drogas o armas, multimillonarios, o máquinas de sexo megamusculados y superdotados”.v
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A su vez, admite que Hefner tiene trascendencia en la caída de leyes de censura en Estados Unidos, como el famoso Código Hayes, abolido en 1967: “Un detalle curioso: las primeras grandes batallas contra este código no las pelearon las producciones cinematográficas, sino Hugh Hefner”.
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La figura del magnate playboy sigue siendo compleja, aunque cabría la pregunta de si esta consciencia de la masculinidad es observable en otras versiones de la revista, más allá del mundo anglosajón. En cuanto a las transformaciones del feminismo, cada etapa va revelando nuevos debates hacia entender si las industrias que pregonan ser parte de la liberación sexual dicen la verdad. Pues feministas importantes como Camile Paglia dicen no tener duda de la revolución de Hefner (aunque ella es recurrente y polémica en temas de cómo se debe llegar a la liberación de la mujer).
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Igualmente, otras críticas, como la de la articulista de El Clarín Cayetana Mercé abogan por mirar hacia otros símbolos: “Ese clásico disfraz (de conejita) de esposa aburrida que quiere provocar suspiros en una fiesta de matrimonios. Me quedo con el de la Mujer Maravilla, igual de sexy, pero además vuela”. Asimismo, la escritora Valeria Luiselli polemiza con su interés más centrado en las innovaciones astroespaciales para futuras viajeras del espacio. El feminismo, hecho para las mujeres, decidirá en sus diferentes corrientes la pertinencia de un carpetazo o no al rey de aquella mansión famosa por sus excesos y que siempre logró su objetivo: la provocación.
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FOTO: Hefner en sus años mozos, con una de sus conejitas. / AP