Hirokazu Koreeda y el clan insólito

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En Broker: Intercambiando vidas, el realizador japonés aborda otra cara de las familias disfuncionales, un fenómeno en contra de toda ley y moral: el abandono de bebés en cajas y su lucrativo destino

 

POR JORGE AYALA BLANCO
En Broker: Intercambiando vidas (Beurokeo, Corea del Sur, 2022), concentrado film 14 pero sólo primero coreano del hipersensible autor total neofamiliarista japonés de 61 años Hirokazu Koreeda (Nadie lo sabe 04, De tal padre tal hijo 13, Un asunto de familia 18), el amable cincuentón dueño de lavandería Sang-hyeon (Song Kang-ho aquel sensacional expadre de Parásitos de Bong Joon-ho 19) suele recoger a los bebés depositados en la caja-buzón de una iglesia (según cierta costumbre coreano-nipona para paliar el abandono de infantes) y, con ayuda de su amigo voluntario eclesiástico Dong-soo (Gang Dong-won) que borra el video testigo, los vende a parejas desesperadas, so pretexto de garantizarles un mejor destino, pero cuando la joven madre So-young (Lee Ji-eun) abandona a su recién nacido al pie de la caja cierta noche de lluvia y al día siguiente regresa por él, no tarda en localizar al dúo de traficantes-intermediarios y, en vez de pretender la recuperación del bebito a quien ni siquiera se digna a ver en un rincón de la humilde lavandería, se integra con el par de bribones en la búsqueda de alguna opulenta pareja adecuada para la adopción del pequeño por millones de wons, formando entre los cuatro un núcleo itinerante que, a bordo de una camioneta de reparto, debe viajar durante días desde Busán hacia otras ciudades australes de Corea del Sur, una especie de familia sustituta y alternativa a la que se integra por la fuerza el simpático niño futbolero de siete años Hae-jin (Im Seung-soo) que se ha escapado del orfanato para niños omnirrechazados donde se crió el joven cómplice Dong, en una demente y fallida travesía menos delincuencial que afectiva, aunque seguida de cerca por la detective en jefe Soo-jin (Doona Bae) y su asistente Lee (Lee Joo-young), quienes no están muy convencidas de la ética de su tarea pero aun así desean atrapar a los vendedores in fraganti, algo difícil, pues las presuntas parejas compradoras son tan repelentes que desprecian al bebé hasta por sus cejas demasiado delgadas, o son rápidamente desenmascaradas como carnadas de una policial trampa (por no conocer como Dong las medidas contra la infertilidad), o resultan obviamente dedicadas al tráfico internacional de infantes, mientras los afectuosos forajidos remueven sus conflictos internos o deben enfrentar la culpa de sus infracciones más inmediatas (como la enigmática So-young en realidad una exprostituta que acuchilló mortalmente al padre del bebé que abandonaba), además de la reaparición de un torvo extorsionador que también acosa al ahora patriarcal lavandero Sang, amenazando por todos lados la sobrevivencia de ese inestable y finalmente implosivo clan insólito.

 

El clan insólito da a la vez una intempestiva y refinada vuelta de tuerca (¡cuádruple!) a la comedia del intercambio de bebés que se abría paso en De tal padre tal hijo, a la microépica entrañable de la familia hechiza de ínfimos asaltantes de tiendas de Un asunto de familia, al multidimensional antithriller de la degradación detectivesca-criminal de Tras la tormenta (Koreeda 16), e incluso al alegato en favor de los derechos de los niños de Nadie lo sabe, o sea, el relato se genera como un monstruoso híbrido radicalmente cercano y emotivo que, partiendo de una trama expansiva y de una estructura de simetría radiada, a cada momento palpita, estremece y socava, al poner en tela de juicio e irrisión los benditos lazos de sangre y los decimonónicos melodramas folletinescos en torno a la orfandad, al desconcertar con su homologación de infractores y detectives al mismo rango de fragilidad interna y verosimilitud/inverosimilitud atónita, al volcarse sobre los detalles significativos puramente visuales (fue la amargada jefa detectivesca quien metió en la caja-buzón al bebé dejado por debajo de ésta a la intemperie), al insertarse con júbilo contagioso en una absurda travesía entre aventurera e irónica con ese irrepetible conjunto de grupo de transgresores conmovedores que incluye a dos menores, al involucrarse con los problemas irresolubles del abandono originario jamás solucionado en la vida adulta y la voluntad de buscar un futuro por encima de todas las predeterminaciones lastrantes, al hacer pender y depender todo un destino en una vaga nota de quien promete regresar por su crío (aunque reticente/cobarde/cruelmente sin aportar dato alguno de identificación o localización), al sintetizar acciones muy diversamente fotografiadas por el genial Hong Kyung-Pyo de Parásitos (en contrapicados geniales, en audaces profundidades de campo, en espacios fractales, en abigarrados encuadres compactantes, en contraluces de siluetas ennegrecidas), al seguir como guía rítmica la tintineante música sincopada de Jaeil Jung y al proponer una road picture oriental en contra de toda ley y moral establecidas para lograr un hondo cuestionamiento de la paternidad y la maternidad por igual.

 

El clan insólito desecha cualquier fórmula fácil de algún sentimentalismo familiar para aplicar la suya propia, la de un intimismo agudo y ligero veladamente lírico y pleno de humor que se plasma en la imagen del inventivo Dong pintándole cejas gruesas al bebé en bebé en venta para sacarle una selfi promocional, la enternecida canción de cuna cantada al bebé que se atisba entre las cortinas de la camioneta, o la joven madre apagando todas las luces a la hora de acostarse para atreverse a declararle en la oscuridad a cada uno de sus compañeros de viaje e incluso a su bebé en proceso de adopción-venta la misma frase repetida: “Gracias por hacer nacido”.

 

Y el clan insólito se enfrasca al último en una desquiciada suma de capturas, encarcelamientos, muertes, juicios, penas cumplidas, reconstrucciones afectivas y efectivas, niño feliz en la playa en manos adultas y remates solares, en vertiginosa búsqueda de un huidizo final feliz que rinda testimonio contundente del admirable amor temerario e incomparable del realizador por todos sus personajes sin excepción.

 

 

 

FOTO: Hirokazu Koreeda ganó el Premio del Cine Asiático al Mejor Director por Broker. Crédito de imagen: Especial

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