Hirokazu Koreeda y la culpa expandida
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POR JORGE AYALA BLANCO
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En El tercer asesinato (Sando-me no satsujin, Japón, 2017), intrincado opus 11 del autor total antes sólo maestro etéreo del cine entrañable nipón de 53 años Hirokazu Koreeda (De tal padre tal hijo 13, Nuestra pequeña hermana 15, Tras la tormenta 16), el riguroso litigante de profesión Shigemori (Masaharu Fukuyama) tiene a su cargo la difícil defensa a contracorriente y un tanto absurda del apabullado homicida con antecedentes carcelarios Misumi (Koji Yakusho), ahora presunto asesino brutal e incinerador ya confeso de un rico dueño de fábrica, pero cuyas declaraciones se contradicen desde sus meras declaraciones de querer o no simplemente robarle la cartera antes de ultimarlo a golpes y quemar su cadáver, por lo que el docto abogado solitario con serios problemas íntimos debe improvisarse en detective, investigando el contexto familiar del difunto, a la turbia viuda que podría o no ser la amante del reo y sobre todo a la ubicua hijita coja de ambos Sakie (Suzu Hirose) que era humillada sistemáticamente y violada por su padre, y poniendo además al descubierto los criminales negocios antisociales de la fábrica del occiso a punto de la quiebra, y entonces, ensartando inconsistentes pruebas surgidas durante el juicio (un supuesto correo electrónico contratando el crimen o una selfie del asesino con la hija de la víctima por una vez jubilosa), intentando reducir a cadena perpetua la segura sentencia de muerte de un defendido que cambia con facilidad asombrosa todas sus nuevas deposiciones, y dando palos de ciego entre demasiadas diez tramas a él ocultas hasta por sus colaboradores en el caso y por su propio padre exjuez, el atribulado y acorralado defensor obligará sin piedad a declarar públicamente a la infeliz catorceañera los ultrajes paternos, pero ni así podrá evitar la fuerza de arrastre, los avances y las evidencias de una culpa expandida.
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La culpa expandida socava a la vez el melodrama policial y el aberrante drama tribunicio, con sus abundantes y descoyuntadotes giros, reconversiones y sorpresas, al tiempo que, indefectiblemente, reinstala en la palestra de la trama ¿y en la picota? las anomalías e insuficiencias tragicómicas de la familia convencional, por fin, como nunca en Koreeda, inevitable e inocultablemente estallada.
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La culpa expandida arranca con la ambigüedad magnífica de un two-shot muy cerrado (estilo Hal Hartley en Trust 91) de la víctima en trance de ser alcanzada y tundida a morir por el victimario, sin duda alguna, pero dentro de un espacio parcialmente enfocado/desenfocado en el que nada, ni un elemento más puede registrarse del contorno circundante, máxime que los siguientes planos de la quema del cadáver rociado de gasolina serán abiertísmos hasta el long-shot extremo de la hoguera incineradora, con godardiano corte a un nuevo acercamiento al homicida, quien está en extático trance de limpiarse la sangre de una mejilla, y todo el relato no será entonces más que una especulación expresiva, dramática y estructural sobre los elementos faltantes de esas impactantes imágenes violentas, sus huecos, elipsis y expulsiones, hipotética y siempre insuficientemente llenados por otras versiones subjetivas de lo sucedido, como el racconto de la hija coja del difunto, sin que jamás nadie nada nunca logre colmar las expectativas de conocimiento del abogado-detective, cual desconcertado espectador paradójicamente ideal, en el interior de un ámbito y una línea narrativa a semejanza de su objetivo estado de ánimo.
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La culpa expandida se plantea como una imposibilidad de conocer la verdad, a modo de una cadena de mentiras superpuestas que, pese a todo, se dan el lujo de negarse en lo que se va revelando como una dialéctica demasiado intelectualizada o una sofística enloquecida, en plena fiebre formal paradójicamente hecha de elegante sobriedad y una fotografía de Mikiya Takimoto con grisura deliberada y equilibrio composicional absoluto, que incluyen de pronto el sueño-recuerdo del héroe jugueteando con su inasequible familia feliz en la nieve y desatando un eufórico top-shot aéreo.
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La culpa expandida encuentra culpas hasta por encima de las piedras y por debajo de las cruces dejadas en la ribera por los calcinados restos mortales, o bajo de las piedrecillas de un entierro de pajaritos ejecutados por misericordia, la culpa obsedente, la culpa de la viuda negra y madre sacrificial que sólo piensa en tapar delictuosamente al infinito los malos manejos de la fábrica, la culpa de la pequeña coja multivulnerada y una vez suicida, la culpa del prejuicioso anciano padre exjuez frustrado por no haber conseguido tres décadas la sentencia mortal del ahora homicida del industrial, la culpa del manipulador viejo asistente subrepticio que recomendó al reo declararse culpable, la culpa del triple homicida dostoievskiano y expresidiario, la culpa que se escamotea y apenas será posible detectar al tornarse descarada y descarnada, en suma, esa culpa contra la entraña que homologa al abogado detectivesco con el indudable homicida pues ambos son aún, por egoísta abandono, responsables del desquiciamiento en paralelo de sus respectivas hijas adolescentes.
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La culpa expandida va extendiendo y plagando ambiciosa y metafísicamente las discusiones conceptuales e ideológicas, como círculos concéntricos, hasta ser alcanzado en serio y forma un problema ético, más que meramente criminoso y detectivesco, moral o jurídico, referente a la cuestión fundamental e indilucidable de si existen entes abominables que no debían haber nacido, y por lo tanto deben ser juzgados como tales o, peor aún, ser eliminados en un paranoico acto sagrado, reparador y justiciero personal tipo Raskolníkov (Crimen y castigo) o por un juez penitente a lo Camus (La caída), más allá de la venganza institucional.
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Y la culpa expandida termina abandonando a su héroe impotente en el cerco de una encrucijada de calles sin salida ética o anímica, cual implacable espiral multisignificante y contumaz.
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Foto: El abogado Shigemori toma el caso de Misumi, un hombre acusado de homicidio, tarea que lo lleva a indagar en la vida de la víctima. El tercer asesinato se exhibirá en la Cineteca Nacional hasta el 31 de mayo de 2018. / Crédito de foto: Especial
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