Hirokazu Koreeda y la epifanía fraterna

Mar 19 • Miradas, Pantallas • 3138 Views • No hay comentarios en Hirokazu Koreeda y la epifanía fraterna

POR JORGE AYALA BLANCO

 

En Nuestra pequeña hermana (Umimachi Diary, Japón, 2015), delicado opus 10 del familiarista autor completo nipón de 51 años Hirokazu Koreeda (Después de la vida 98, Nadie sabe 04, De tal padre tal hijo 13), con guión suyo basado en la popularísima novela gráfica homónima de Akimi Yoshida, la enamoradiza empleadilla bancaria de lacio cabello rojizo Yoshino (Masami Nagasawa) y la ingenuota dependientita de zapatería con mechas alborotadas Chika (Kaho) han crecido bajo el autosacrificial al cuidado de su hermana mayor, la seriesísima residente hospitalaria de pelo restirado-reprimido Sachi (Haruka Ayase), prácticamente desde que primero el padre fugado con otra mujer y luego la madre egoísta abandonaron a las tres en una modesta casa familiar de la provincia meridional japonesa de Kamamura, pero tras asistir al entierro paterno en el inclemente norte del país, todas al unísono van a invitar a vivir con ellas a una medio hermana menor que les ha surgido de repente, la servicial y muy avispada quinceañera Suzu (Suku Hirose) que, por estar en malos términos con una tercera esposa de su progenitor, hubo de atender a solas a éste en sus últimos años, también de manera autosacrificada, por lo que, al hilo de los mil incidentes de los días y superando todo género de ajustes y conflictos románticos y emocionales, que incluyen una agria confrontación con las amenazantes pretensiones de vender la casa efímeramente planteadas por la funestamargada Madre del trío (Ryo Kase), podrá darse por fin un perfecto entendimiento identificatorio entre las dos extremotraumatizadas féminas de la familia: la bien asimilada adolescente Suzu, quien ha conseguido recuperarse gracias a su pasión por jugar futbol secundada por un cariñoso compañerito de su clase, y la vulnerada especialista médica en ciernes Sachi, apenas nombrada jefa del pabellón de la muerte de su hospital y en ruptura afectiva con un colega aún casado que la convidaba a proseguir su formación profesional en Nueva York, pues ambas mujeres han alcanzado la madurez emotiva a través de la vía clara y netamente abierta por esa coincidencia y la colectiva epifanía fraterna.

 

La epifanía fraterna administra a cuentagotas el encanto de un secreto y optimista intimismo poético postOzu, al hacer que, rompiendo con prejuicios ancestrales, traumas pasados y rencores presentes, la pequeña hermana sea recibida con la misma cálida espontaneidad confraternizadora de los niñitos conquistando su autonomía en el precoz abandono de Nadie sabe y con el divagante aire de vacaciones perpetuas del euforizante De tal padre tal hijo, y al lograr que la idea de la dura madurez equivalga a un resarcimiento existencial (“Le robaron su infancia”) y una aceptación en profundidad.

 

La epifanía fraterna impone un mundo de melancólicas armonías clásicas en el tranquilo flujo cotidiano de un dinámico núcleo primordial y cambiante que aprovecha al máximo la afelpada edición del propio realizador, la suave fotografía en planos sintéticos muy abiertos o dulcemente cerrados a la Naruse de Takimoto Mikiya (elegantes reversos a 180 grados, fabulosos alineamientos frontales hasta el middle y el background), una música antimelodramática-antiefectista muy abstracta de Yoko Kanno, y una estructura laxa, diseminada, elíptica y oblicua, casi divagante, habitada por ínfimos momentos plenos y perfectos, conflictos y hechos nimios (“¿Te puse en mala situación?”), donde los omnipresentes platillos de comida en minucioso transe de preparación y degustado (sean fideos cocidos, algas recién cosechadas y resecas, raras tostadas de boquerón, curry de pescado o caballa frita) remiten al placer de la compañía de los parientes difuntos, donde la ropa conserva el atávico olor de la abuela, donde cobran crucial importancia festejos públicos como aquella maravillosa sesión de pirotecnia gozada en contacto con sus acuáticos reflejos nocturnos desde una lancha o las toleradas embriagueces sucesivas con el estival licor casero de ciruela (del ciruelo de vuestro jardín) durante las cuales esas hermanas confiesan sus problemas, donde la angulosa Sachi realiza esfuerzos infinitos por no seguir el camino paterno aunque esté enamoradísima de su irresistible compañero cuarentón malcasado, donde el placer de la pesca al estilo paterno comienza a disfrutarse en seco desde el galanteadoramente compartido rincón de una zapatería, donde la extrañeza nunca deja de campear separatista, donde las travesías en bicicleta resultan épicas, donde el carrusel de kimonos estampados y el encendido de discretas luces de bengala sustituyen con creces a los mas prodigiosos fuegos artificiales, donde los desahogos de la señorial Sachi y la prematura Suzu (“¿Alguien sufre porque yo existo?”) podrán efectuarse a gritos sorpresivamente instintivos y sorprendidamente liberadores (“¡Papá es un idiota!”/ “Mamá es una idiota”) ante un paisaje fatalmente similar a cualquier otro, y donde la mortífera decadencia corporal de una restaurantera amiga del padre pondrá en crisis al vivaz grupo de hermanas, con la película misma.

 

Y la epifanía fraternal ha hecho arrancar su hipersensitiva Crónica Familiar posPratolini-Zurlini cual desafío al acendrado tradicionalismo del Japón moderno y culminar como una conmovedora afirmación vital pese a todo, viajando desde la miniescandalosa alcoba exógena de la primera libremente sexualizada de las tres hijas legítimas del difunto padre abandonador, hasta la enlutecida playa de la aceptación definitiva de la dulce hermanastra ilegítima, al cabo de su proceso de integración, pasando de la pulsión erótica a la conjuración de la pulsión tanática, pues los ritmos cotidianos de la banalidad también permiten todo tipo de fisuras, discontinuidades y contradicciones, resueltas de modo ascendente, porque la fraternidad también puede ser liquidacionista, hasta perdonar al padre débil e inútil porque al final supo disfrutar la belleza y nos dejó una adorable hermana menor.

 

*FOTO: Nuestra pequeña hermana se exhibirá en la Cineteca Nacional hasta el 24 de marzo/ Especial.

 

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