Historia natural de la violencia
POR CLAUDIA HERNÁNDEZ DE VALLE-ARIZPE
Hay libros que llevan a otros. Dodo, de Karen Villeda (Tlaxcala, 1985), me hizo pensar en La narración de Arthur Gordon Pym, la única novela escrita por Edgar Allan Poe. No sólo porque en ambos hay un capitán y un barco en siglos remotos, sino porque sus marineros son llevados a situaciones límite, escenarios de sobrevivencia en los que caben el asesinato y hasta el canibalismo como asunto humano y como tema literario. También los relacioné de manera inmediata porque en los dos alguien debe morir para que los otros vivan, es decir, incluyen el sacrificio. Hasta en cuestión fonética se me evidenció una equivalencia: el barco de Allan Poe se llama el Grampus; el de Dodo, el Güeldres. En el colmo de las coincidencias (además de divertidas, misteriosas) me sorprendió que, al leer Dodo, yo estuviese escribiendo un libro de poesía en el que, a partir del retrato que hizo René Magritte de Edward James y en el que se refleja la portada de, justamente, La narración de Arthur Gordon Pym en un espejo, ¡me interesara y escribiera sobre el canibalismo de los marineros!
¿Por qué señalo esto? Por la sencilla razón de que los libros de poesía más interesantes son polisémicos y, en el mejor de los casos, polifónicos; buscan y encuentran la multiplicidad de sentidos y de voces para crear un discurso acaso delirante pero comprensible que suele extender sus referencias; no se limita a contar pequeños asuntos biográficos. En ese sentido, Dodo cumple con esos preceptos y en sus páginas pueden navegar por igual el Güeldres, el Grampus o La Hispaniola de La isla del tesoro. Cada lector, según su autobiografía literaria, podrá establecer sus conexiones o, bien, no hacerlo. Me explico: si los poemas, más allá de las referencias, citas, símbolos e intertextos que generan niveles de interpretación y planos de lectura diversos, también encuentran a quienes hagan caso omiso de esa riqueza y lean en un plano estrictamente lineal manteniendo el interés, Dodo será un éxito. Digamos, por ejemplo, que el lector se centra sobre todo en el título y se pregunta: ¿qué es Dodo? Busca la palabra en Wikipedia y lee: “Dodo es una especie extinta de ave columbiforme de la familia Raphidae. Era un ave no voladora endémica de las islas Mauricio, situadas en el océano Índico”. Muy bien. Sabe que tiene algo interesante entre las manos. Querrá saber más sobre este pájaro porque la curiosidad nos mueve: ¿por qué no usaba sus alas?, ¿por qué desapareció?, ¿trata sobre eso este libro? Claro que sí. El dodo está presente en los poemas, pero más allá de la descripción de sus características físicas, opera como un símbolo. Así, leemos: “Toman el corazón del dodo, lo observan./ Los alvéolos regurgitan/. Los callamos de un mordisco, cuello trozado./ Abacería de grasa”, o en otro poema: “Lo degollamos con las uñas, todos babeamos. Nos damos el lujo de tragarnos hasta las plumas de la cola, sin piedad/. Retumban dientes, la unción de los hambrientos”.
Símbolo de la violencia del ser humano, si no vuela —porque su cuerpo se adaptó para ser terrestre, pesado, con plumas pequeñas e insuficientes para alzar el vuelo—, el hombre lo aprovecha, lo mata, lo mal come (porque su carne “sabe a pavo nauseabundo”), y por “holgazán y estúpido”, lo extermina. En el ultrajado personaje de El Mongol, por cierto, encuentra el ave su equivalente humano en el libro de Villeda.
Karen Villeda ha dicho que le interesa tratar el dolor y la supervivencia en su poesía. Ha encontrado en este pájaro bobo que sólo conocemos en dibujos un sujeto de extrañas resonancias para hacerlo. En sus textos el hombre encarnado en el pirata no sólo es violento y burdo, también es patético cuando, tras haber devorado a otro hombre, vemos “Las encías cubiertas de vellos y tripitas/ Concurso de eructos”; y es ridículo con sus lentejuelas y su peluca de plumas: “Lamemos despacio el pecho de El Almirante. Se quita la peluca de plumas, suspiramos”. Libres en sus sueños, infantiles y sórdidos como podemos serlo todos los humanos, aquí los personajes son un él y un nosotros. Él y nosotros, las dos personas que Villeda emplea en la construcción de su poema. Las dos voces dominantes: la tercera persona del singular: distante, ajena, que nos libera de participar en actos vandálicos, en bajezas propias ¿de otra especie? El nosotros que nos incorpora y nos hace formar parte de un grupo.
El libro está dividido en siete partes y una de ellas, la sexta, se titula “Historia natural”. Sin pensarlo, agregué “de la destrucción” y leí: Sobre la historia natural de la destrucción, título de un libro de W. G. Sebald sobre la guerra y la verdad, sobre la violencia más descarnada que lleva al hombre a actuar como bestia. Al igual que otras obras de Sebald, esa es también una reflexión sobre la escritura misma y las tragedias humanas. La guerra, ¿es natural? Matar y comerse a otro, ¿es natural? La ley del más fuerte, ¿es natural? Si bien los breves poemas de Dodo no fueron escritos para moralizar, sí mueven al lector a un personal cuestionamiento, rasgo esencial a la poesía. Por otra parte, Villeda escribió un libro ciertamente original en el que destaca una particularidad: la multiplicación. Insiste en señalar las partes del cuerpo humano: los pares de lo que hay en un individuo: puños, axilas, manos, brazos, pulgares; si hay 6, 5 o 7 hombres, según el caso, habrá 14 pulgares, 14 brazos o 12 pezones. Cuenten, cuenta —parece decirnos la autora—, como si le hablara a niños siempre a punto de distraerse. Cuenta personas y cuenta sacos; cuenta fardos y moscas; cuenta barriles y arcabuces, y con ello va labrando el ritmo del poema, confiriéndole el tono de cancioncilla más bien macabra que apela a mantener nuestra atención constante sobre esta historia real o soñada. ¿Visión, sueño que anda? En Dodo, de alguna manera, está también John Keats, el poeta romántico: “Was it a vision, or a walking dream?/ Fled is that music:/ —Do I wake or sleep? ”
Karen Villeda, Dodo, Conaculta, México, 2014, Fondo Editorial Tierra Adentro, 487.
* Fotografía: El libro Dodo, de Karen Villeda, obtuvo el Premio Nacional de Poesía Elías Nandino / Especial
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