Historia y dignidad dentro del CIDE
La crisis comenzó en 2018, pero hoy en día se ha recrudecido con la extinción de fideicomisos y la posterior remoción de miembros muy apreciados por la comunidad
POR DAVID MIKLOS
En septiembre de 2022, cumplo 18 años de mi ingreso al CIDE, el lugar donde más tiempo he trabajado, más de una tercera parte de mi vida. Mi primera plaza fue la de asistente y maestro. El salario era bajo, si bien con prestaciones e ingreso a la nómina del centro; la labor a desempeñar: jefe de redacción de Istor, la revista trimestral de historia internacional de la División de Historia, fundada por Jean Meyer en el año 2000, y que, para el verano de 2004, ya tenía 18 números publicados y cuatro años recién cumplidos en su haber.
Anoto lo anterior para explicar que, antes de ser académico, fui y soy editor, además de escritor de ficción, pero esa es otra historia. Estudié relaciones internacionales más por interés que por ambición profesional y, en 2004, ya era director de un suplemento de libros hoy desaparecido: Hoja por Hoja. Sin embargo, yo quería escribir novelas, aunque necesitaba un trabajo fijo. Y así me presenté en mi entrevista de trabajo con Jean.
Una vez contratado, Jean me dijo: “Intenta conservar este trabajo”. Si me dijo lo anterior no fue porque pensara que yo saldría corriendo a la menor oportunidad, sino porque la plaza a la que ingresé era, por ponerlo de cierto modo, una rareza, igual que la revista que Meyer dirigía y yo, a partir de ese momento, coordinaba.
Pasaron los años y, ya con varias novelas escritas y publicadas, descubrí que podía vincular la historia con la ficción y, en una conversación con Luis Barrón (quien por ese entonces dirigía la División de Historia), Antonio Saborit (que pasó honorable y fugazmente por nuestro claustro) y Jean mismo, les planteé crear un seminario permanente dedicado a los puentes que unen a la historia con la ficción (que en ese entonces yo pensaba llanamente como literatura).
Además de celebrar la idea, Luis me dijo que había revisado la naturaleza de mi plaza y que, dadas mis aptitudes e intereses, no le parecía congruente dadas mi formación y trayectoria: existía la oportunidad de convertirme en profesor asociado de la División de Historia y seguir realizando las labores que hasta ese entonces hacía, más lo que se me ocurriera, como el seminario en cuestión.
La plaza era, de nuevo, administrativa, aunque poco después se abrió un concurso para transformarla en académica. Luis me invitó, por no decir “obligó”, a que presentara mi expediente. Y, poco más de una década después de mi ingreso a la División de Historia, me convertí en uno de mis pares, aunque sin la titularidad de profesor investigador.
Dije que Istor es una rareza. En su origen, si bien el CIDE le dio luz verde a Meyer para que llevara a cabo la empresa, no le ofreció más recurso que el sello de la institución para salir, literalmente, a venderla; es decir, a conseguir financiamiento externo, no a que fuera el journal de historia de la casa.
Durante más de un lustro, Istor tuvo publicidad, así como el apoyo de diversos mecenas; luego, comenzó a coeditarse con Jus, editorial que se hacía cargo de la producción y distribución de la revista, asunto que no tuvo un final feliz, pero que no impidió que la revista se siguiera haciendo. En este sentido, se trataba originalmente de una revista a la vez comercial y académica, con sus propias reglas de edición y dictaminación, con el propósito de servir tanto a personas dedicadas a la investigación y generación de conocimiento, como a un público lector amplio, no especializado.
Durante las direcciones del CIDE encabezadas tanto por Enrique Cabrero, primero, como por Sergio López Ayllón, después, Istor finalmente fue acogida en su totalidad por el centro, quienes respetaron su manera de hacerse, ahora con todo el apoyo institucional posible. La revista alcanzó su mayoría de edad sin la necesidad de sumarse al padrón del Conacyt, lo cual no le restó ni un ápice de reconocimiento académico. Una revista rebelde y con causa, pues.
Poco antes de las elecciones de 2018, el CIDE enfrentó una crisis que, aunque fue bien encarada, terminó por alcanzarnos. Cuando Sergio buscaba continuar como director, desde “afuera” se le pidió que no lo hiciera. Sus colegas y pares insistimos en que no se bajara de la contienda. Y no lo hizo: la comunidad del centro le otorgó el mandato de la institución cuando tuvo lugar el proceso de auscultación, al que se sumaron dos candidatos más.
Si bien el nombramiento último del director del CIDE es presidencial luego del palomeo del Conacyt, Sergio se mantuvo allí con un apoyo casi unánime, y él era el director cuando el actual presidente de México fue electo e investido.
La historia, hoy, es triste. El CIDE funciona administrativamente como una paraestatal y es un centro público de investigación del Conacyt que depende de la Secretaría de Hacienda y, claro, del cobijo del ejecutivo. En el sentido de sus derroteros presupuestales, el centro pronto fue maniatado y, hoy, asfixiado por el poder en turno, mismo que, tras la renuncia de Sergio, impuso un director externo sin las credenciales necesarias para llevar el timón, entre ellas la aceptación de la comunidad que dirige.
Primero, congelaron los fideicomisos que albergaban los recursos conseguidos de manera externa por el centro de manera legal, como complemento al tramo de partida presupuestal que nos correspondía. Luego, tras la imposición de un director espurio por parte del Conacyt, se comenzó a remover a personas reconocidas y validadas por la comunidad de puestos clave, saltándose, para no decir violando, los propios estatutos del centro.
Finalmente, la administración del centro comenzó a sufrir los embates de la llamada austeridad y se comenzaron a retrasar distintos pagos, estímulos que complementan nuestros salarios y tienen que ver con nuestro desempeño docente y publicaciones, salarios que son todo menos privilegiados y que no han cambiado sustancialmente en más de una década.
Aun así, resistimos. Hemos salido a la calle a protestar. Hemos recurrido a diversas instancias estatales en pos de un diálogo real con Conacyt. Todo gracias a una comunidad estudiantil que devino movimiento, punta de lanza de las voces que nos sumamos en su apoyo, en pos de un CIDE digno en el cual espero cumplir, por lo menos, 18 años más de trabajo.
FOTO: En 2020, la desaparición de fideicomisos provocó la indignación de varios centros dedicados a la investigación/ Diego Simón Sánchez / El Universal
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