Historias para iluminar
El artista francés platica sobre el proceso creativo de los libros en los que participó, como Notre-Dame de París o Las brujas; las emociones son su materia prima, afirma
POR JUAN CAMILO RINCÓN
Las imágenes también narran. Las ilustraciones potencian los textos. Los dibujos añaden significados. En el reino del trazo y bajo el imperio del óleo, la acuarela, el grafito y el plumón, Benjamin Lacombe es uno de los grandes soberanos.
Usando sus emociones y sentimientos más profundos, y dejándose tomar por la belleza de los textos que lo enamoran en su poder y misterio, como lo diría Henri Matisse, el autor y artista francés ha ilustrado numerosos textos de literatura infantil, juvenil y de adultos.
En la producción de Lacombe (1982) se cuentan libros escritos en coautoría con el escritor galo Sébastien Perez como La fatídica noche de Ernest, La pequeña bruja y El herbario de las hadas, así como ilustraciones de obras reconocidas como Cuentos macabros de Edgar Allan Poe (en la versión traducida por Julio Cortázar), Alicia en el País de las Maravillas y Alicia a través del espejo de Lewis Carroll, Carmen de Prosper Mérimée y Nuestra señora de París de Victor Hugo.
Su libro Cereza guinda fue escogido por la revista estadounidense Time como una de las diez mejores obras para niños de 2007… y la lista continúa. Ha sido ganador de numerosos premios como ilustrador, e invitado como expositor a galerías de arte en Madrid, Nueva York, París, Roma y Tokio, por mencionar algunas.
En una conversación con Lacombe sobre su proceso creativo, las colaboraciones con Cècile Roumiguière, su trabajo con un ícono de la cultura latinoamericana como Frida Kahlo y el anhelo de ilustrar Cien años de soledad, la obra magistral de Gabriel García Márquez.
¿Con qué criterio escoge los libros que va a ilustrar?
Es difícil responder eso porque cada caso es particular. Para empezar, muchos libros que he ilustrado fueron creados para ser ilustrados y los hice junto con el autor o la autora. Por ejemplo, Las brujas es un libro que creé con Cècile Roumiguière en una colección que yo dirijo. Construimos juntos el texto, la imagen, las ideas, lo que íbamos a hacer. Igual sucede con Sébastien Perez: hemos hecho juntos unos quince o más libros. Luego están los libros que voy a ilustrar, generalmente clásicos. En esos casos me gusta explorar mi infancia y las lecturas que fueron claves para mí cuando era niño o adolescente, y volver a ellas. Leer esos libros en esas edades nos forma como personas y a algunos como los artistas en los que nos convertimos.
Cuando trabaja con un autor, ¿cómo se da ese diálogo y la construcción que lleva a que las ilustraciones sean acordes a lo que el autor quiso transmitir?
Eso depende. Con Sébastian hemos trabajado mucho y construimos el universo juntos. Es una serie de intercambio de ideas que nos traen al libro; es como alta costura: hacer algo a la medida para los dos. Con alguien como Cècile ya hemos hecho tres colaboraciones. La primera fue a partir de un texto que ella ya había escrito, La niña silencio. Me enamoré del texto, de su escritura. Los dos siguientes fueron El niño callado y Las brujas. Este último fue un trabajo sobre las brujas que yo quería ver retratadas. Fue una colaboración con Sebastián y Cècile, incluso en la maqueta y en cómo se iban a hacer las cosas. Fue como hacer mil hojas con muchas, muchas capas.
¿Qué debe tener un texto para enamorarlo?
Como sucede con el amor, es muy difícil definirlo. Podemos amar tantos textos como tantas personas diferentes. Es lo mismo. Una emoción, un encanto, un ritmo. Pueden ser tantas cosas… ¡un universo!
Usted trabaja con diferentes técnicas: grafito, óleo, acuarela… ¿Escoge una técnica diferente para cada sensación o idea que quiere transmitir?
Igual: es un asunto de emociones. Hay un juego que hago mucho con los niños cuando voy a las aulas: llevo las ilustraciones originales de distintos libros míos, siempre muy diferentes. Hay algunos hechos con acuarela, como Retratos gatunos. Hay otro con imágenes sombrías de grafito, Notre-Dame de París. Hay uno con arquitecturas muy complicadas; otro con imágenes muy suaves, La mejor mamá del mundo, que es con óleo. Los hay con ilustraciones más sofisticadas como La sirenita o Las brujas. Les muestro a los niños todos esos originales juntos, que tienen tamaños diferentes, etcétera y les pregunto: en su opinión, ¿esas ilustraciones vienen del mismo libro? Y toda el aula dice: ¡No! ¿Cuáles ilustraciones son para una historia tierna de niños? Todos me dicen: La mejor mamá del mundo. Les pregunto si hay una historia más sombría, más difícil, para adultos, y responden: ¡Sí! Notre-Dame de París. Eso quiere decir que los materiales, los colores que utilizamos, la forma de dibujar no transmite las mismas emociones. Decimos que la verdad sale de la boca de los niños, y es verdad. No sentimos lo mismo con una pintura a base de agua o con un óleo, una imagen muy trabajada en la que nos demoramos, muy sofisticada y con distintos niveles de lectura, comparada con un dibujo de grafito que expresa la urgencia, la rapidez, la fuerza; ambas son muy diferentes. Por eso es interesante mezclar estas técnicas, utilizarlas todas, porque permiten trabajar en distintos tipos de libros. No hay nada peor que hacer siempre lo mismo.
¿Cómo llegó a Frida Kahlo, un personaje tan icónico?
Ese libro fue un poco complicado. Cuando lo hice, en 2015, no había libros ilustrados sobre Frida en Francia. Todavía no existía el #MeToo, la época en la que por fin decidimos escuchar a las mujeres y resaltar a las artistas femeninas. Porque antes, seamos honestos, eso no pasaba mucho; las mujeres fueron invisibilizadas históricamente. Yo conocí a Frida por medio de una postal. Vi ese rostro, la fuerza de esa mirada y de sus colores, los monos alrededor de ella, el estilo, y me pregunté: ¿quién es esta mujer? Miro detrás y dice: Frida Kahlo. Bueno, ¿quién es? No lo sé. Luego, en mis estudios de Historia del Arte me encuentro de nuevo con Frida, la artista, y también Frida, la mujer. Me entero de lo que vivió y pienso: ¡qué historia tan increíble! Hablando con la gente en Francia me doy cuenta de que nadie conoce a esta artista que hacía autorretratos con cejas muy gruesas y flores en el cabello. Pensé: ¡esto no puede ser! Hay que hacer un libro sobre ella. Entonces supe que ese era el libro que quería producir. Bueno… no, en realidad no sabía exactamente lo que quería, sino lo que no quería hacer. Sé que no quería hacer un libro clásico ni una biografía de ella porque era todo menos clásica; era muy singular en su forma de pintar, de escribir, de abordar la vida, de vivir con los otros, en cómo se vestía. Era alguien totalmente libre, afirmada y al mismo tiempo no quería que la gente dijera que era feminista. Podía amar a hombres y mujeres; podía odiar al día siguiente.
Era una persona muy singular. Ese libro realmente nació en la Casa Azul. Cuando fuimos allá con Sébastian por fin encontré respuestas. Estaba tratando de escribirlo desde hacía tanto, pero no lo lograba. Le pregunté a Sébastian: ¿no me quieres ayudar? Me decía: no, no conozco nada de Frida, no es lo mío. Y nos encontramos en medio de la Casa Azul. Sebastián es muy sensible a la naturaleza y los jardines, y yo sabía que si había un momento en el que podía mencionar el tema, era ahí. Entonces, en medio de ese jardín maravilloso, dije: mira lo bonito. ¿Cierto que sentimos a Frida? Y me dijo: sí, sí. Entonces le dije: tenemos que escribirlo juntos. Luego dentro de la casa vi una muñeca de Frida… ella básicamente ponía arte en todo. El arte en su casa no estaba solamente en el caballete, en la pintura; estaba en la cocina, que decoraba de una forma particular, era la fuente donde hacía mosaicos; había arte en todas partes. Había una muñeca en particular que fue la que me dio el libro; se ve la caja torácica de Frida y se le ve el corazón; vemos adentro. Este es el libro. Entramos en Frida y en su arte porque es de esa caja torácica que nació su arte.
Cuéntenos sobre su interés en ilustrar Cien años de soledad. ¿Por qué ese libro en particular?
Es complicado porque es un libro que, para mí, llama a los sentidos. Es un libro sensorial, es una escritura singular que no tiene una narración continua, y el dibujo también es eso: llama los sentidos, la vista, por supuesto, también el tacto. Cuando la gente ve un dibujo lo quiere tocar para entender la materia y el dibujo es algo que a la vez crea un movimiento. Por medio de la mezcla del color de la materia generas un movimiento en las líneas, en las formas. Hay cosas en movimiento pero a la vez es algo que no se mueve, que detiene el movimiento, que fija un instante. Y ese es el reto de Cien años… Por eso creo que es un libro que podría ilustrarse bien. Tengo buenas ideas para ilustrarlo. Lamentablemente no obtuve la autorización de la familia, pero tengo claro que es un libro que me hubiera gustado ilustrar.
¿Hay algún personaje de esa novela que sea su preferido?
No, yo no funciono así. Un texto no es cada personaje aislado. Todos los personajes participan en la historia. Si quitas uno, pues se cae la historia. Es la interacción entre ellos la que crea las escenas y lo que estamos viviendo. No puedo decirte qué personaje prefiero porque son momentos, emociones, pequeñas cosas las que me llaman la atención; es la obra en general. Lo mismo sucede con Notre-Dame de París: no te puedo decir que es Cuasimodo o es Esmeralda. Son todos esos personajes juntos, sus distintas aspiraciones, los que crean esta magia.
Tengo la sensación de que la ilustración cobra cada vez mayor protagonismo, contrario a lo que sucedía antes, cuando era un mero accesorio del texto. ¿Cómo lo ve desde su trabajo?
Para mí la ilustración no debe parafrasear el texto. Una ilustración, si solo es para decir lo mismo que el texto, ¿qué interés o qué valor tiene? Porque el texto ya lo hace. Para mí, cuando agregas algo, tienes que agregar algo de verdad, aportar algo. La narración de la imagen es otra cosa, la emoción que provoca es otra, tiene su propia historia. Es de esos vacíos y, a la vez, de esas emociones de donde vamos a extraer y a iluminar. Es la misma raíz de la palabra ilustración. Ilustrar en latín es poner en la luz.
FOTO: El ilustrador francés Benjamin Lacombe es coautor de libros con el escritor Sébastien Perez /GDA
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