Homeland : el enemigo está dentro
MAURICIO MONTIEL FIGUEIRAS
No deja de impresionar la cantidad de talentos histriónicos que se han
forjado en o emigrado hacia la pantalla chica en lo que se conoce como la
nueva época dorada de la televisión estadounidense. Ejemplos
paradigmáticos son James Gandolfini y Bryan Cranston, que obtuvieron
merecido reconocimiento por su labor en The Sopranos (1999-2007) y
Breaking Bad (2008-2013), y Steve Buscemi y Kevin Spacey, actores de
probada trayectoria cinematográfica que han dado el salto a dos teleseries
impecables: Boardwalk Empire, que arrancó en 2010 y ahora transmite su
cuarta temporada, y House of Cards, que debutó en 2013 y prepara su
segunda temporada. A esta lista hay que agregar dos nombres que
resuenan con potencia en el ámbito de la narrativa televisiva reciente:
Damian Lewis, con una reputación cimentada más bien en el teatro y las
producciones independientes hasta que Steven Spielberg lo contrató para la
miniserie bélica Band of Brothers (2001), y Claire Danes, estupenda actriz
que quizá esperaba el proyecto idóneo para llevar al límite su energía
interpretativa. La oportunidad para que Lewis y Danes deslumbraran se
presentó con Homeland, la serie que ha redefinido el relato de espionaje y el
thriller psicológico. Lanzada en 2011 y actualmente en su tercera
temporada, Homeland toma como punto de partida la teleserie israelí Hatufim
(2009-2012), creada por Gideon Raff, y la adapta al contexto
norteamericano actual de la mano de Alex Gansa y Howard Gordon,
guionistas que se habían aventurado en el suspenso con 24 (2001-2010), la
saga que causó una adicción irrefrenable en espectadores tan exigentes
como Mario Vargas Llosa. Al igual que 24, Homeland acude a los
mecanismos de la ficción paranoica —para usar el concepto de Ricardo
Piglia— en su afán por mostrar que algunas teorías conspiratorias traen su
carga de razón: Estados Unidos busca al adversario fuera pero en realidad
lo tiene dentro. Como 24, Homeland cuenta con una figura heroica —ahora
femenina: Carrie Mathison (Danes), una agente de la CIA— dispuesta a
sacrificar incluso la cordura para defender y proteger sus principios de
justicia, orden y verdad. Al vértigo narrativo de 24, no obstante, Homeland
suma un factor esencial: la tensión amorosa.
La química entre Carrie y Nicholas Brody (Lewis), un sargento de los
marines estadounidenses que regresa a casa al cabo de ocho años como
preso de Al Qaeda en Irak, hace de la historia una auténtica bomba de
tiempo. La sospecha punzante —y a fin de cuentas fundada— de que Brody
se convirtió al terrorismo durante su encierro acentúa el trastorno bipolar de
Carrie, cuya conducta se vuelve cada vez más errática y obsesiva. El
encuentro de estos dos amantes rotos, cada uno con su bagaje de fracturas
psíquicas, es el detonador central de la acción de Homeland, que va
estallando en múltiples e inesperadas direcciones. Las esquirlas de la
explosión alcanzan a la familia de Brody, sobre todo a su esposa Jessica
(Morena Baccarin) y su hija Dana (Morgan Saylor, una revelación), pero
también a otros personajes memorables como Saul Berenson (Mandy
Patinkin), mentor de Carrie en la CIA y obvio remplazo paterno. Pese a
saber que su nexo romántico es eminentemente destructivo, Carrie y Brody
se dedican a estrecharlo en medio de una escalada de violencia que retrata
con pasmosa fidelidad el mundo agrietado y convulso que nos aturde día
con día. No es sólo que el enemigo ya esté dentro del espacio que nos
esforzamos por resguardar de una amenaza exterior, parece advertir
Homeland, sino que ese enemigo puede poseer nuestro propio rostro.
*Fotografía: Carrie Mathison y Nicholas Brody encarnan, respectivamente, a una agente de la CIA y a un sargento estadounidense apresado por Al Qaeda/ARCHIVO EL UNIVERSAL.