¿Huehuehtlahtolli o Proverbios del rey Salomón?
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Cuando pensamos en la historia escrita del México prehispánico no podemos ignorar la mano directriz de los evangelizadores españoles, como es notorio en estos consejos de los ancianos mexicas, en los que se reconocen los mismos valores judeocristianos del viejo pueblo español
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POR MARIALBA PASTOR
La idea de que los huehuehtlahtolli (traducidos del náhuatl como “la antigua palabra”) son preceptos morales útiles para comprender el pensamiento prehispánico de los mexicas se difunde desde hace varias décadas por el mundo. Encuentra sus fundamentos en el hecho de que a partir de 1533 (doce años después de la caída de Tenochtitlan), los frailes franciscanos, Andrés de Olmos y Bernardino de Sahagún, visitaron varios centros ceremoniales de tiempos precolombinos para conocer las formas antiguas de religión de los naturales del centro de México: mitos, ritos y prácticas ceremoniales; así como usos y costumbres cotidianas. Su visita obedeció a la necesidad de erradicar la idolatría (destruir el culto de las diversas diosas y dioses), combatir lo que consideraban pecaminoso, e introducir la “verdadera” religión. A partir de tal indagación Olmos compuso los huehuehtlahtolli, o sea, los consejos, las recomendaciones y las súplicas usadas por los mexicas prehispánicos para regular las relaciones sociales y entre los géneros, y más adelante, Sahagún los completó e incluyó en el libro sexto de su Códice Florentino. Gracias a él los conocemos.
Olmos, Sahagún y otros franciscanos dicen haber aplicado un cuestionario a ancianos indígenas que habían vivido antes de la llegada de los españoles, pero al leer sus respuestas nos asaltan algunas dudas: ¿por qué los huehuehtlahtolli se asemejan tanto a los Proverbios del rey Salomón, uno de los libros sapienciales de la Biblia?, ¿por qué los preceptos dirigidos a encauzar la buena conducta de los varones y las hembras, y servir como guías para la disciplina sexual, siguen los códigos judeocristianos, y solo interpolan algunos nombres de dioses, objetos y figuras mexicas?
Los Proverbios de Salomón del Antiguo Testamento fueron retomados por los cristianos en el Nuevo Testamento. Contienen una serie de normas sobre los comportamientos de los israelitas frente a Yahvé y a las autoridades; y, en general, sobre la educación dada por los padres a sus hijos y por las madres a sus hijas. Estas normas reprueban los excesos, se preocupan especialmente por las virtudes de la virginidad y la castidad, y por vicios como la prostitución, los incestos, los adulterios y las sodomías. Por supuesto subrayan lo dañino de estos actos impuros. Por ejemplo advierten:
Miel destilan los labios de la mujer extraña, y es su paladar más suave que el aceite. Pero su fin es amargo como el ajenjo, punzante como espada de dos filos. Sus pies descienden a la muerte, llevan sus pasos al sepulcro. […] Aleja tu camino de ella y no te acerques a la puerta de su casa.
A pesar de los más de dieciséis siglos que separa estos Proverbios de los huehuehtlahtolli, en éstos últimos pueden reconocerse los mismos valores patriarcales relativos a la monogamia que en aquellos. Por ejemplo, un padre aconseja a su hijo:
[…] mira que te apartes de los deleites carnales y en ninguna manera los desees; guárdate de todas las cosas sucias que ensucian a los hombres, no solamente en las ánimas, pero también en los cuerpos, causando enfermedades y muertes corporales.
En el libro trece del cuarto volumen de su Monarquía indiana (escrita a principios del siglo XVII), Juan de Torquemada, otro franciscano, explica la razón de la cercanía entre los escritos bíblicos y los atribuidos a los mexicas: “el Demonio les enseñó a los indios los preceptos del rey Salomón, porque en todo le copió a Dios, pero de manera falsa y maliciosa para conducirlos por la senda de la idolatría.”
A menos de que creamos que el Demonio tenía engañadas a las comunidades prehispánicas o que los antiguos mexicanos eran una de las doce tribus perdidas de Israel (como reiteraron los cronistas evangelizadores en los siglos XVI y XVII), la coincidencia entre la moral prehispánica y la judeocristiana carece de fundamentos reales: es increíble. Y más increíble resulta si nos adentramos en la mentalidad de los misioneros franciscanos del viejo continente y su proceder frente a los paganos, infieles y herejes, en especial en sus actividades para convertir al cristianismo a los persas, los mongoles, los musulmanes, los judíos y otros pueblos de origen oriental.
Olmos y Sahagún retomaron las exhortaciones a la sabiduría, la justicia y la honestidad que había hecho la corte del rey Salomón en sus Proverbios, porque formaban parte de su mentalidad y porque, junto con los proverbios, las sentencias y los refranes del filósofo cordobés Lucio Anneo Séneca, habían sido ampliamente adoptados por los escritores medievales y divulgados en España entre los letrados y el pueblo en general, para reafirmar y reproducir el código moral cristiano.
Detengámonos un momento en uno de aquellos escritores, el sabio mallorquín Ramon Llull. Su obra, escrita en el siglo XIII y principios del XIV, nos permite imaginar el conjunto de técnicas desarrolladas durante toda la cristiandad (particularmente durante las Cruzadas) para convertir a los paganos, infieles y herejes al cristianismo. En uno de sus textos, El libro de los Proverbios, Llull ofrece una serie de proposiciones breves de índole moral en las cuales sintetiza la doctrina cristiana sin largas ni tediosas explicaciones. Para ello sigue a las mismas autoridades que más delante utilizarán los evangelizadores que llegarán a América; básicamente, el Antiguo y el Nuevo Testamentos, y las obras de Aristóteles, Séneca, Agustín de Hipona y Tomás de Aquino. El objetivo de Llull era unir la diversidad de creencias en una sola, a partir de la búsqueda y el encuentro de analogías entre las religiones precristianas y la religión cristiana. Para ello, también recurre a los proverbios y las sentencias pues, al estar rimadas, son fáciles de retener en la memoria.
Por todo lo anterior, cuando pensamos en la historia escrita del México prehispánico no podemos ignorar la hechura, o por lo menos la mano directriz, de los evangelizadores españoles. De ahí que, aunque éstos afirmen basarse fielmente en lo que los indios ancianos les contaron, éstos ancianos ya habían sido cristianizados y veían con horror o se avergonzaban de los usos y las costumbres de sus antepasados en relación con el cuerpo, la sangre y la carne. Tampoco podemos omitir el reacomodo de la información hecho por estos frailes ni su previa formación en los conventos, los colegios y las universidades españolas y mexicanas, porque les impedía comprender un mundo extraño del cuál, además, sus códices, calendarios, deidades, cultos sacrificiales y rituales habían sido destruidos.
La mente de los evangelizadores españoles estaba llena de prejuicios —como correspondía a su época—, seguía los cánones medievales de ver lo propio en lo ajeno y conocer por similitudes. Tenían en la cabeza lo relatado por otros evangelizadores y viajeros respecto de los paganos grecorromanos y orientales, y lo narrado en los libros de teología, las crónicas y las historias medievales. Además, algunos —como Olmos— retomaron los tratados de supersticiones y hechicerías compuestos en España para perseguir al Demonio y sus múltiples e ingeniosas maneras de presentarse (brujas, magos, súcubos, íncubos, etc.). Así intentaron combatir a la “iglesia diabólica indígena”, inclinada, según ellos, a promover sacrificios sangrientos y pecados de la carne, con los mismos métodos y las mismas técnicas que antes habían dado buenos resultados en otras latitudes.
Una de las técnicas más efectivas empleadas por los frailes franciscanos en el Nuevo Mundo fue la “inculturación de la fe”, consistente en inculcar o radicar los valores cristianos en la cultura a transformar, es decir, consistente en persuadir y convencer al otro de la presencia universal del mensaje bíblico y de que, en su cultura, ya estaba dada la “verdadera religión”, pero el Demonio se había encargado de ocultarla y conducir a la gente por el camino del mal.
Los huehuehtlahtolli parten de la estructura patriarcal cristiana (el padre es la autoridad suprema, la esposa y el esposo mantienen una íntima relación, los hijos y las hijas deben obedecer a los padres, etc.) y remiten a los sacramentos cristianos. Son, en realidad, un producto refinado para la “inculturación de la fe”, pues presuponen que en tiempos prehispánicos los indios americanos habían conocido el monoteísmo, las causas y las consecuencias de la lascivia, y las conductas a seguir frente a la enfermedad, la preñez, el parto y los recién nacidos (el bautismo); que practicaban la monogamia, la confesión, la castidad, la virginidad, el celibato y el monacato; y reprobaban el adulterio y la homosexualidad. Por ejemplo, Sahagún afirma que, en presencia del dios Tezcatlipoca —una especie de dios todopoderoso que sabe todo; al cual nada se le puede ocultar— los indios pecadores confesaban sus “hediondeces y podredumbres” a los sacerdotes, a quienes denomina con el nombre de origen persa: sátrapas. Pero, ¿existió la práctica de la confesión en el mundo prehispánico? Resulta contradictorio que los evangelizadores afirmen que los antiguos mexicanos confesaban actos lujuriosos a dioses igualmente lascivos, carnales y comedores de “cosas sucias”, y que digan que los confesos efectuaban ayunos, peregrinaciones y otras penitencias, si por otra parte aseguran que sus propias diosas los incitaban al pecado.
Cuando se analiza la obra de Sahagún no puede olvidarse que su fin es la conversión de los “nuevos paganos indígenas” al cristianismo, pero, antes de ello, la formación de evangelizadores obligados a conocer los usos y las costumbres indígenas para promover sin fallas un ambiente propicio para la adopción y la reproducción de los valores cristianos. En este sentido, estos evangelizadores debían estar convencidos de que los indios eran susceptibles de “salvarse”, y que su moral ya contenía los elementos necesarios para el éxito de su misión, pues la fe ya les había sido revelada con anterioridad.
En la literatura medieval no estaba mal visto copiar, adaptar y retrabajar los textos de los clásicos y de las autoridades, al contrario, se promovía. Por eso los huehuehtlahtolli, elaborados originalmente por Olmos y Sahagún, también fueron recogidos y trabajados con interpolaciones o añadidos por otros franciscanos como Gerónimo de Mendieta, Juan Bautista y Juan de Torquemada, para que sus discípulos y ayudantes cristianizados y latinizados los conocieran y repitieran en náhuatl, logrando que trascendieran como la “verdadera” moral de los antiguos mexicanos.
Lo anterior significa que para consolidar la conquista material y espiritual de México fue más efectivo ver y difundir que los indios eran aliados (lo hace Hernán Cortés según lo relata en sus Cartas de Relación) y no enemigos; así como evitar pensar en las dificultades que Alonso de Zorita, (un jurista oidor de la Audiencia de la ciudad de México entre 1556 y 1566) señaló para acceder a las culturas indianas: las grandes diferencias entre las numerosas provincias; la existencia de hasta dos o tres lenguas en cada una de ellas; el asesinato o la muerte de las autoridades que realmente conocían los mitos, los ritos y las prácticas religiosas; la destrucción de la mayor parte de sus códices, pinturas, ídolos y figurillas; los frecuentes malentendidos entre españoles y traductores; el miedo, el desinterés, etc. A lo cual se añaden las limitaciones de los mismos evangelizadores: la ausencia de escritos de testigos oculares distintos de los primeros conquistadores; la falta de autores que no tuvieran intenciones de conseguir beneficios y gratificaciones, y de explotar los recursos materiales y la mano de obra del nuevo continente; la mente preformada en Castilla para ver, escuchar y entender el paganismo; su obsesión por la pecaminosidad del otro; sus pobres experiencias en la comprensión de los usos y las costumbres de comunidades distintas a la suya; la imposibilidad de expresar y escribir libremente sus ideas, dadas la censura y la autocensura impuestas por la corona española… entre muchas otras.
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