En defensa del humor: si dos se ríen, el mundo cambia
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La risa ha sido una arma muy efectiva para la construcción de la democracia; hoy la corrección política, la intolerancia de las redes sociales y los políticos que no soportan la crítica quieren obligarnos a proscribir el humor
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POR AGUSTÍN SÁNCHEZ GONZÁLEZ
“Reír es una manera de nacer (la otra, la nuestra, es llorar)”, escribe Octavio Paz en Risa y penitencia.
Reír es una experiencia maravillosa de la vida. La cara sonriente siempre es bella, en cualquier lugar, en cualquier momento.
Aún ahora en que el mundo gira con una velocidad vertiginosa.
Todos lo que hoy existe, incluso el humor, se esfuma como arena entre las manos.
La globalización ha acelerado procesos universales, con giros circulares que han roto la vida laboral y productiva que tenía una relación social comunitaria, regresando a los procesos de producción individualista, como hace varios siglos.
La historia de la humanidad que solía convertirse en un péndulo recorriendo hacía un extremo y luego hacía el otro, a pesar de la velocidad, hace un buen rato quedó entrampada en la parte más oscura, más retrasada, más represora.
En estos tiempos de clandestinidad comunicativa, las redes sociales marcan el destino del mundo, se han convertido en ese oscuro sueño, en ese viaje etéreo donde quedamos sugestionados y donde, a través de las inocentes cookies, nos conducen, mansa y directamente al precipicio, cual rebaño de borregos que discurre y da “like” a diestra y, raramente, a lo que conocíamos como siniestra.
En los albores de la construcción de lo que se llamó la acumulación originaria de capital, o el nacimiento del capitalismo, la iglesia católica tuvo en sus manos la consagración del poder y después, con el triunfo de la revolución industrial, el espíritu protestante tuvo su ingreso a la palestra, conviviendo con aquella.
En ambos momentos, el humor tuvo una sórdida represión.
En El nombre de la rosa, Umberto Eco retrata el mundo medieval, donde un fraile ciego invoca a Dios para censurar la risa argumentando, incluso, que Cristo nunca sonrió. La risa es un pecado, no es seria, ni es humana. El mismo fraile, la da como característica de los chimpancés.
Hoy, en plena globalización, las nuevas religiones evangélicas también crecen de manera vertiginosa, nacidas al fragor de la orfandad de sueños de cambio e igualdad y, poco a poco se convierten en depositarias y socias del poder, como ocurre abiertamente en países como Brasil o Bolivia y soterradamente, y no tanto, en México, donde se han convertido en los distribuidores de la Cartilla Moral o del control de inmigrantes en varios campamentos.
A pesar de la censura, desde siempre, la humanidad se ha reído de todo lo diferente (y el poder lo es, para el resto de los mortales).
Es famosa la anécdota de Quevedo al llevar sendos ramos de flores y decirle a la reina:
Entre el clavel y la rosa
Su majestad es coja.
En México, el registro de chistes y burlas se ha ido recopilando por diversos autores, desde hace más de medio siglo; en 1941, el hoy olvidado escritor Teodoro Torres, ingresó a la Academia Mexicana de la Lengua, pronunciando un discurso de ingreso totalmente inusual, dada la seriedad y omisión que la academia suele ofrecer a estos temas poco serios: Humorismo y sátira, donde logra un buen recuento del humor, la caricatura y la sátira; contemporánea de Torres, Magdalena Mondragón publicó el libro Los presidentes dan risa, que apenas circuló ya que, se dice, los ejemplares fueron incautados.
La lista de autores que han incursionado en la busca del humor no es muy larga, sin duda, porque, con frecuencia, a los protagonistas de los chistes, hombres de poder, no les gusta el humor.
En 1996, Samuel Schmidt, en su libro Humor en serio, plantea que “al analizar el humor político mexicano se empieza a sospechar de la fortaleza del nacionalismo”, pues el trauma heredado de la conquista está presente. De alguna manera, Octavio Paz lo desarrolló en El laberinto de la soledad, en su capítulo dedicado a “los hijos de la chingada”.
“Los chistes políticos, escribe Schmidt, merman la importancia del heroísmo” y destaca algunos ejemplos: “¿Qué significa “azteca”?; cuando los españoles llegaron les decían a los indios: “Hazte cabrón, hazte cabrón”.
En mi libro Los mejores chistes sobre presidentes, (1994) compilo una cantidad importante de los chistes que la población dedicó a un sistema político que se ha caracterizado por la adoración al Tlatoani supremo; el presidencialismo mexicano fue tan dañino a la sociedad que, prácticamente, estaba prohibido hacer caricatura de los presidentes. Publicado en 1994, escribí algo que parecería profético: “México debe llegar a un nuevo milenio siendo un país democrático. Eso espero, eso creo. Para ello, se impone una tarea: desacralizar todo lo desacralizable. Este libro pretende tan sólo eso. Nuestros gobernantes son hombres de carne y hueso, por eso nos reímos, no nos queda otra cosa.”
Veinte años después del inicio del tercer milenio, luego de décadas de luchar para romper el presidencialismo y, salvar la risa, parece que hemos vuelto al punto de partida y el humor, la crítica al presidente, se convierte en una pesada losa.
En esta era digital, cibernética, o como queramos llamar a eso que vivimos, nos enfrenta a un mundo más que raro. A un universo de sombras donde nadie sabe quién está detrás de la pantalla; nadie se entera de los miles o millones de bots que de manera anónima determinan la vida, pasión y muerte de la humanidad.
Las redes sociales conforman la vida de verdad-verdadera, ante el aislamiento social que aumenta día con día pues los individuos que moran este planeta cada vez se encuentran más aislados unos de otros y difícilmente alcanzan la alegría o la frustración de estar juntos o en bola (a menos que sea un espectáculo deportivo o artístico, con sus “asegunes”).
En esos eventos se pierde la individualidad y se convierte en un hombre masa. Las redes, ahora, cada vez nos aíslan más; las nuevas formas de trabajo, incluso, lo estimulan.
Y en esta novísima determinación, como en el siglo XIII, la risa no es permisible.
Todo es, o debe ser, tan políticamente correcto que quienes osamos criticar solemos ser satanizados. A nadie hace gracia el humor.
El Monje invidente que retrata Eco, el llamado Hermano Jorge, envidioso sin duda de no poder ver la luz, solía condenar a quien osara reírse; así, la masa anónima y ciega suele reprobar, insultar, maldecir o descalificar al otro, al que no piensa como uno.
A estas alturas de la historia del mundo no es raro, lo curioso sucede cuando profesionales del humor gráfico descalifican a sus colegas por retratar lo que ellos pontifican. Creer que todo el pueblo es bueno e intachable, como dice el presidente de este país, o como el director de cine, Ismael Rodríguez, tatuó en el alma mexicana, en su cinta clásica, Nosotros los pobres, es completamente demagógico.
Uno de los grandes maestros del humorismo gráfico, Manuel Álvarez Junco, y uno de los pocos teóricos de la misma, escribió: “El humor siempre nos hace incorrectos y transgresores, accesibles y cómplices con los otros, incorrectos y transgresores porque con él disfrutamos atacando no sólo formas sociales que nos han sido impuestas y nos constriñen, sino también otras que nos son aceptables”.
No obstante, esa crítica, ese humor se nos veta a diario. Cual moderna Santa Inquisición, los nuevos censores lanzan cargas de veneno hasta acabar por aplastar cualquier disidencia, cualquier expresión de humor.
La agresividad, el chantaje, el insulto es un arma que se da desde el poder a través de bots que, como un ejército defensor de la moral y del poder, atacan sin piedad a quien osa cuestionar.
Hacer humor, disentir, está peligrosamente vetado por quienes mantienen un lenguaje soez que designa a sus opositores como “moralmente derrotados”.
Hace unas semanas, por ejemplo, el Costeño, un comediante medianamente conocido, repitió un chiste usado durante la época de Echeverría, aplicándolo al presidente López Obrador, y cual jauría, los bots y simpatizantes del presidente se le fueron encima. No sólo eso, manifestaron su rechazo absoluto a cualquier chiste al presidente, regresando a los viejos tiempos del presidencialismo en que el humor estuvo vetado.
Tenemos que defender el humor.
No queremos volver a los tiempos oscuros cuando Palillo, uno de los grandes humoristas de las carpas, llevaba consigo un amparo para no ser detenido por la policía represiva; en los tiempos en que Manuel “el loco” Valdés fue echado de la televisión por decir la inocentada de don Bomberito Juárez y su esposa Manguerita Maza.
No queremos volver a los tiempos en que no era posible caricaturizar al presidente. El humor fue baluarte en la reconstrucción de la democracia mexicana, el humor debe ser el baluarte que la defienda.
Vivimos tiempos oscuros, sin duda, donde se pretende excluir el humor de la vida ya que la discrepancia, minoritaria siempre, se le quiere desterrar.
El viejo monje de Eco, decía que “la risa sacude el cuerpo, deforma los rasgos de la cara, hace que el hombre parezca un mono”. Sin embargo, la risa, el humor, la caricatura, es parte esencial de lo que somos. Sin la risa estamos perdidos.
Hace dos semanas, Confabulario publicó una entrevista a Philippe Lançon, sobreviviente del ataque terrorista a la revista Charlie Hebdo. Ahí afirmó: “Me parece que el humor y saber reírse de uno mismo es la sal de la vida. La vida no es fácil y cuando le resulta fácil, al hombre le gusta hincharse de sí mismo y eso es muy pesado. Cualquier manera que tengamos de deshincharnos de nosotros mismos, viene bien. El humor es la única manera de deshinchar las cosas”.
Si dos se ríen, el mundo cambia, parodiando a Octavio Paz, en su poema, Piedra de Sol.
Hay que defender la risa, el humor… la vida misma.
FOTO: Jesús Martínez “Palillo” en 1983./ Archivo EL UNIVERSAL