Identidades fantasmas
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Una de las problemáticas a las cuales se enfrentan los jóvenes indígenas al momento de iniciarse en la escritura, es al concepto que tienen de sí mismos y de su cultura dentro de un mundo construido desde la óptica occidental. ¿De qué tiene que escribir un escritor indígena?
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POR MIKEL RUIZ
Un fantasma es una aparición o una imaginación que altera nuestra percepción de la realidad. Una aparición y una imaginación, ambas formas ejercen presión en nuestra memoria y, a veces, hablan por nosotros. Cuando leemos un libro dialogamos con el autor en su escritura. Pero cuando escribimos sucede lo contrario, una voz, o más precisamente, un eco habla a través de nosotros, que salta tiempos y espacios. Pienso en el Ulises de Homero que atraviesa el Ulises de James Joyce.
En cada obra literaria hay una voz que se esconde detrás de un discurso o de un personaje. Algunos autores lo reconocen, otros, sin embargo, lo esconden. La literatura occidental cuenta con un amplio estudio sobre dichas voces o influencias, esa hipertextualidad de la que habla Gérard Genette.
Quiero reflexionar sobre la noción de fantasma en otro régimen. La idea de fantasma detrás de un concepto, más claramente, de una identidad que algunas culturas hemos asumido para caminar, para ser. Hablo de la palabra “indígena” como una imagen o un recuerdo que arrastramos para ser aceptados en un lugar al que llegamos. “Acepta que eres indígena, no lo niegues”, me dijeron varias veces en la universidad cuando yo no sabía lo que eso significaba.
Es de sobra conocida que en México, o cualquier otro país latinoamericano, los “indígenas” son tratados como fantasmas vivientes, apariciones que no son bienvenidas. Muchas naciones enaltecen su raíz prehispánica mientras que rechazan a los “indígenas” actuales como seres imperfectos, ya sea por su color de piel, su falta de dominio del español, su pobreza y, en consecuencia, su analfabetismo frente o dentro de una sociedad con gente de piel blanca, que se concibe perfecta en términos de una identidad construida occidentalmente.
En términos literarios, recientemente impartí un taller de cuento con jóvenes en lengua tsotsil. La intención del taller era que los cuentos se concibieran y escribieran desde el mismo idioma. Muchos de estos jóvenes, la mayoría universitarios, tenían la idea de que el cuento que iban a escribir se trataba del rescate de la tradición oral. En primer lugar, me di cuenta que muchos pensaban que nuestra literatura está representada por el imaginario de la oralidad y sus leyendas. “¿De qué otra cosa podemos escribir los indígenas?”, parecía ser la duda. En segundo lugar, cuando manifesté mi interés en crear textos de carácter ficticio, reflexionamos sobre este concepto, lo cual significó una problemática, pues surgió la duda de lo que realmente podíamos escribir. ¿Una denuncia contra el mestizo, el racismo, el machismo, la discriminación?
Posteriormente, cuando llegó el momento de hablar sobre la construcción de personajes, nos dimos cuenta que la verdadera dificultad que no nos dejaba crear era precisamente la identidad que asumían nuestros personajes. ¿Por qué en el discurso narrativo enunciamos que Juan es un indígena o, en el peor de los casos, un indio que vive en tal lugar y que siempre procura un buen comportamiento?
Tenemos la idea de que la literatura en lenguas indígenas, por carecer de una tradición escrita, su mayor influencia viene de la oralidad y de la tradición oral. Me parece que no lo es del todo cierto si nos atenemos a lo dicho anteriormente, la supuesta responsabilidad que tenemos para rescatar y escribir sobre nuestras leyendas y mitos. Cuando hablamos de creación de personajes, pensar en la vida de hombres y mujeres sin adjetivos, es donde enfrentamos una gran dificultad. Examinar nuestra realidad, las problemáticas que vivimos en una ciudad, en un paraje, en las calles, en la casa, en la cocina, en la cama, sigue siendo un tabú.
Es cierto que la literatura en tsotsil es reciente, en términos modernos. Apenas podemos nombrar a dos autores, Enrique Pérez López y Nicolás Huet Bautista, cada uno con un libro de relatos. Este último con un salto importante en el tratamiento de sus personajes y estrategias narrativas en comparación del primero. Con ellos vemos, sin embargo, que sus personajes “indígenas” siguen perteneciendo a un discurso oficial, son pobres o viven dentro de su mundo cosmogónico repleto de ritualidades y, hasta cierto punto, con un discurso de sublimación. Los personajes replican el discurso sobre lo “indígena” construido por el proyecto indigenista, hablan y piensan como pensaban nuestros ancestros —imaginarios—, no cuestionan sus propios comportamientos humanos.
Los escritores en lenguas mexicanas surgimos con un antecedente marcado por la política cultural del país. Muchos de los jóvenes que ingresan a los cursos literarios sienten una responsabilidad de hablar sobre el maltrato hacia los indígenas, sus abuelos, sus padres, o las historias que habían escuchado o, peor aún, habían leído en los textos escolares. Y es que en las escuelas primarias nos enseñan que nuestra literatura habla de la riqueza, del amor a la lengua, a la cultura.
La dificultad que enfrentamos muchos jóvenes que apenas entramos a la literatura es poder, antes que escribir, pensar y reflexionar sobre las palabras que nos nombran, que nos identifican y con las que nombramos e identificamos. El concepto indígena es producto de la modernidad, por lo que no nos debe extrañar su fuerte carga ideológica que nos subalterniza frente a la cultura occidental.
La noción “indígena” entonces pasa a ser un material fantasmático en muchos escritores que ubican a sus personajes en una cosmovisión pre-establecida, en vez de crear una nueva cosmogonía que refleje el mundo actual. La cuestión entonces es ¿cómo escaparnos de ese material fantasmático al momento de la creación? ¿Cómo quitarle el peso ideológico a ese concepto y adjetivo para liberarnos de una forma de pensar determinada por la modernidad?
Me parece a mí que la literatura tiene la capacidad de rebelarse a estas identidades fantasmas que nos acechan y limitan nuestra imaginación en la creación literaria. Los jóvenes escritores necesitan reflexionar mucho sobre el discurso que sus predecesores utilizaron. La literatura debe despertar mentes, pero para eso el escritor debe estarlo primero. El escritor tiene que estar consciente y ser capaz de cuestionarse a sí mismo. Una tarea nada fácil, desde luego.
Lo indígena como aparición constante en nuestra identidad, en nuestra forma de pensar, de escribir, me parece que en algún momento debe cambiar sus efectos. Lo indígena como fantasma, hoy en día, también convierte en fantasma a quien lo asume; pero como fantasma también es una imagen o recuerdo fijado en la memoria posible de ser modificado por la literatura. Al menos eso es lo que intento en mi trabajo literario y académico, cuestionar y tratar de modificar dichos recuerdos fijados en mi memoria, jugar con el lenguaje, con las identidades, cuestionar las palabras, los conceptos, en fin, los que en un tiempo no me dejaban ser y pensar con cierta libertad.
FOTO: Niña tsotsil en un cementerio de Romerillo, Chiapas/ Crédito: Eduardo Verdugo/AP PHOTO
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