Ignacio Padilla: el eterno viajero
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Justo al cumplirse un año de su partida, Última escala en ninguna parte es una mirada nostálgica que el novelista hizo de sus raíces literarias y del hogar que abandonó hace tiempo para lograr su plenitud narrativa
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POR RODRIGO MENDOZA
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Al llegar a la última página de la obra póstuma de Ignacio Padilla (Ciudad de México, 1968-Querétaro, 2016), queda la sensación de vacío, la misma que Abilio, el personaje de esta novela, comienza a percibir mientras se acerca al punto sin retorno de su eterno viaje, el mismo que Padilla emprendió hace un año. Y esa sensación de vacío es creada por la certeza de que ya no veremos más obras de él. Última escala en ninguna parte es el último relato de su exitosa producción literaria.
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A pesar de no ser una novela con tintes autobiográficos evidentes, las similitudes entre Abilio e Ignacio Padilla no son pocas. En primer lugar, ambos son viajeros incansables. Padilla incursionó, a manera de viajero frecuente, en los países del ensayo, el cuento, la novela y la literatura infantil y juvenil, siempre de manera exitosa. Por su parte, Abilio recorre el mundo como un moderno y retorcido Phileas Fogg, cosechando premios inverosímiles y alejándose de su propias raíces en pos del éxito. Y esto le sirve como punto de partida al autor para reflexionar puntualmente sobre la codicia, la absurda persecución del éxito, la soledad y el desapego.
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Lejos de ser un relato digno de la imaginería con que Padilla había impregnado otras obras suyas dedicadas al público infantil, Última escala… tiene un aire reflexivo y melancólico, a diferencia de la sensación de alegría y el estupendo manejo didáctico de la Historia que el autor ya había plasmado en sus obras publicadas para la colección “A la orilla del viento”, del Fondo de Cultura Económica. Última escala… va dirigido a un público adolescente y ese, quizás, sea su defecto: no es propiamente una bildungsroman ni pretende hablar de lo difícil que es dar ese paso de la niñez a la juventud. Tampoco se convierte, debido a su brevedad, en un relato que desborde la originalidad e imaginación de la que ya había hecho gala el escritor no sólo en sus libros infantiles, sino en toda su obra. Es más bien un respiro necesario, una pausa intencional en la vasta producción literaria de Padilla que le habla a los lectores más jóvenes pero también a sí mismo, un receso útil para pensar un poco sobre lo que significa tener todo lo que uno siempre ha anhelado (viajar, en el caso de Abilio) y la manera en que ese anhelo puede moldear nuestro destino. Y esa es una reflexión que no sólo debería alcanzar a los jóvenes lectores de la colección “A través del espejo”, a la que pertenece esta novela, sino a cualquier lector.
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El eco de Roald Dahl, Lewis Carroll (a quien el mismo Padilla tradujo), Julio Verne y hasta de Steven Spielberg retumba en estas páginas. Hay algo en Última escala… del niño suertudo de Charlie y la fábrica de chocolate, del mundo desquiciado de Alicia en el País de las Maravillas, del viajero incansable y ambicioso de La vuelta al mundo en ochenta días y del hombre alejado de casa y siempre solitario de la película La terminal. En todas estas obras había un viaje de autodescubrimiento, de aventura, de conquista por el éxito y la inmortalidad. Última escala… apela al viaje interminable y casi siempre impredecible de la vida, que aquí se ve representado por millas bonificadas al viajero frecuente que no quiere dejar de moverse, aunque sabe que está dejando atrás lo más importante. Los deseos olvidados, los inescrutables caminos del azar y el desgastado lazo familiar convergen en Abilio para retratar el desapego que Padilla siente hacia la Generación del Crack que lo vio nacer como narrador y que, a pesar de mantener vínculos amistosos con algunos de sus integrantes, ya había comenzado a dejar atrás. Es una mirada nostálgica hacia sus raíces literarias, hacia el hogar que abandonó hace tiempo, tal vez involuntariamente, para lograr su plenitud narrativa.
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Ese punto en el que ya no se puede volver atrás, cuando es demasiado tarde para cambiar las cosas, es precisamente el espacio donde Ignacio Padilla construye su fábula, no en las fuentes de deseos, ni en los aeropuertos o los aviones que desfilan por sus páginas, sino en los pequeños instantes que construyen nuestra cotidianidad y que ignoramos en nuestro frenético desfilar por la vida. Padilla abre la pregunta: ¿de que sirve viajar tanto si lo único que te llevas es una fotografía junto algún monumento histórico y no puedes conocer los rincones geográficos donde en verdad reside la esencia de un territorio? La conquista literaria del viajero Padilla se dio en todos los géneros. No se tomó sólo una fotografía en algún lugar importante del género de la novela, sino que reconfiguró el tiempo y el manejo de los personajes en obras tan propositivas como Amphitryon, analizó con detenimiento la compleja mente maestra de Cervantes —y el origen de su inspiración— en más de una ocasión con Los demonios de Cervantes y exploró el alcance de su narrativa con sus atemporales cuentos y con su propia revisión de la mítica Atlántida en El hombre que fue un mapa, dirigida al público infantil.
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Su gran amigo, Jorge Volpi, declaró que con la muerte de Ignacio Padilla, la Generación del Crack ahora sí había llegado a su fin. Última escala… respalda esa afirmación al rememorar mejores tiempos y mejores lugares, porque Abilio, aunque le toma mucho tiempo, finalmente comprende que la vida no puede ser un viaje perpetuo, que siempre hay que regresar a donde uno fue feliz. Con este libro, Padilla dejó constancia de sus viajes literarios y de sus reflexiones en torno a la vida del escritor. Así, involuntariamente, cerró su producción narrativa con la más nostálgica de sus obras.
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FOTO: Última escala en ninguna parte, México, FCE, 2017, 48 pp./ Especial
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