Iker Çatak y el abismo escolar
En El salón de profesores la primeriza maestra Nowak se enfrenta a un sistema estricto, pero descompuesto entre el racismo y los robos; un thriller sobre la educación moderna en Alemania
POR JORGE AYALA BLANCO
En El salón de profesores (Das Lehrerzimmer, Alemania, 2023), espasmódico film 4 del berlinés de ascendencia y formación turca de 39 años Iker Çatak (Érase una vez una tierra de indios 17, Jardín Estambul 21), con férreo guion suyo y de Johannes Dunker, la ecuánime e idealista profa polacogermana treintona Carla Nowak (Leonie Benesch precisa impecable) ha logrado insertarse tan efectiva cuan inafectivamente como titular de matemáticas y gimnasia en una escuela secundaria con tolerancia cero de Hamburgo donde, sin embargo, se cometen robos hormiga tanto a maestros como a estudiantes, y cierto día presencia la humillante inculpación en falso de su alumna turquita Hatice (Else Krieger) al efectuarse una revisión supuestamente voluntaria de las carteras de los pubertos a su cargo, por lo que decide contravenir prohibiciones tácitas y grabar un video con cámara oculta en el salón de profesores que señala como la auténtica culpable a la mismísima secretaria del colegio, de inmediato cesada, una supereficiente y altanera señora Kuhn (Eva Löbau feroz) cuyo tímido aunque cerebral hijo, el envidiado nerd Oskar (Leonard Stettnish soberbio) que sobresalía en las clases de la profa Nowak, va a sufrir las consecuencias de los acciones maternas, acusado por las bien aprendidas leyes de la herencia (predeterminado por una “madre criminal”) y repudiado por los compañeros que exigen también su expulsión, pero paradójica y justicieramente apoyado por la profa buenaonda, ahora en conflicto con padres de familia, profesorado y alumnos (hasta la crisis nerviosa), pese a que, linchado moralmente y vuelto rijoso, el chico la ha herido en un ojo y le ha robado su imputadora laptop para arrojarla al río ante ella, siendo por otra fiera riña castigado a perderse un viaje veraniego y a permanecer expulsado durante 10 días, si bien el silencioso Oskar impone su presencia en la clase de la profa Nowak y nadie, ni ella ni la madre transgresora por celular, será capaz de convencerlo de que se ausente, aferrado como está a ese insondable e ineludible abismo escolar.
El abismo escolar toma como conducto de expresión genérica, quasi expiatoria, la perfección hipercalculada de un thriller ético, ambiguo, alerta y nervioso, académico/antiacadémico en más de un sentido, que avanza con pulsional paso a la vez sutil y firme, con vehemencia apasionada, volteando del revés lo que podría haber sido un alegato tribunicio insoportable, detectando y descubriendo contradicciones entre planteos y comportamientos, revelando, removiendo, denunciando, poniendo en evidencia e irrisión y desmitificando, arremetiendo de manera inteligente y radical contra la manipuladora lógica de “El que nada debe, nada teme”, tanto como contra la insolidaridad y los prejuicios en apariencia doctos porque se apoyan en datos perfectos de la ciencia ciega vuelta consigna y norma cotidiana, contra un miedo al racismo estructural que resulta paradójicamente tan nefasto como su revelación y su condena, contra un acatamiento retorcido de las leyes de la genética, contra el rigor y el afán de justicia que se confunden con la rigidez y la intolerancia endémicas, contra las finalidades y las convicciones de un sistema escolar que muerde la cola de su cerrazón reglamentada y elude asumir las consecuencias de sus propios principios ancestrales y petrificados cual si se hubiesen reformulado y eternizado los vetustos dictados pedagógicos del Profesor Basura satirizado en El Ángel Azul (Von Sternberg 30).
El abismo escolar propone, en contraste con las evidencias y denuncias precedentes, a una mujer lúcida y excepcional que, pese a su esfuerzo y buena voluntad, puede considerarse como cualquier cosa menos como un personaje positivo o vehículo de cualquier tentativa de tesis edificante, si bien defiende visceralmente y hasta el despropósito al inerme Oskar, se halla en el fondo tan confundida como cualquier absurdista criatura camusiana tardía e ineficaz, y tan hundida en el lodo antiético, axiológico y conductual, como la buena conciencia de todas las criaturas acomodadamente deshonestas que la rodean, tan contradictoria como ellas, con esa tiesura inapelable de la autoridad representada por la directora bolsona Böhm (Anne-Kathrin Gummich), o la imposible amistad entre iguales dividida entre el temeroso profe paisano polacohablante Dudek (Rafael Stachowiak) y el cínico profe convenenciero Lieberwerda (Michael Klammer) que funge como último recurso infalible por ser un buen dominador de las prácticas significantes escolares, sin importar lo severas e injustas que éstas sean, demasiado lejos del lema latino “Veritas omnia vincula vincit/ La verdad supera todas las fronteras” que tan ingenuos cuan contundentes enarbolan los implacables chavos redactores del periodiquito escolar pronto censurado por las autoridades educativas.
El abismo escolar se articula entonces sobre los palos de ciego de su heroína al enfrentar la ley del hielo, al enloquecer en los pasillos superpuestos (suntuosa fotografía sensitiva de Judith Kauffman y geométrica edición sedosa de Gasa Jäger), al vencerse en el abrazo de una cariñosa subalterna, al comprobar dolorosamente que “No hay viento favorable para aquel que no sabe a dónde se dirige” (Schopenhauer), y al compartir el más irracional linchamiento moral y una agresiva angustia desesperada con el talentoso victimado inocente Oskar negador de la realidad (“Mi madre no es una ladrona”) cuya imperturbable mirada penetrante nada concede ni perdona, incluso en el momento clave en que entrega en mano a la solidaria profa Nowak el cubo Rubik acabado de resolver cual máximo desafío, acompañado por la percutiva música puntual de Marvin Miller y una obertura de Mendelssohn victoriosamente sensual.
Y el abismo escolar contempló al pequeño Oskar sacado por los policías sentado en su silla cual si se tratara de un torero sacado en hombros tras su gran faena contra el sistema educativo descompuesto e infamante.
FOTO: El salón de profesores está nominada a los Oscar en la categoria de “Mejor película internacional”. /Especial
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