Iluminaciones del ensayo
Libro albedrío, del poeta uruguayo Eduardo Espina, es un experimento lingüístico que parte de la búsqueda de una cosmovisión de la vida diaria para convertirse en una poética
POR JOSÉ HOMERO
Envidiable la imaginación clásica que conjeturó criaturas en cuyos cuerpos confluían características de distintas especies y de ámbitos distintos, como si dicho acopio tornara a tales monstruos más aptos para la vida. Y si bien linaje tan imponente —la hidra, el león de Nemea, la Quimera— terminaría vencido y sometido por dioses, héroes y semidioses, lo cierto es que su naturaleza dual e incluso triforme es emblema del género literario aberrante por excelencia: el ensayo, cifrado como centauro —fórmula ilustre de don Alfonso, que si bien no fue décimo, es uno de los Reyes de la lengua—; y también como sirena.
Cabría matizar, empero. No todo ensayo lo es; para reclamar dicha índole, han de animarlo la curiosidad, el estilo y la inteligencia. Más aún: su recorrido debe tocar varias puertas y recalar en otros tantos puertos, pues como asentó Montaigne, la uniformidad es contraria, cuando no letal al género. Así, aunque muchos se disfracen de ensayistas, a pocos les ajusta el indumento. Libro albedrío (Rialta Ediciones, 2021) de Eduardo Espina, ejemplar cabal, es de los mejores libros de ensayos que he leído y se convertirá en clásico. En un primer nivel, admite y exige leerse como tal: suma de reflexiones divagantes —porque la dispersión es un signo de curiosidad e indica inteligencia, contrario a lo que dictan los lugares que de tan comunes, repelen de polvosos— que aborda temas y asuntos en apariencia tan diversos como dispersos: la crisis de la lectura y el auge de la superficialidad; los avatares de Venus en la pintura moderna; las mariposas; el color celeste; un episodio de caza en un monte uruguayo; el mes de abril; los cataclismos marítimos… Ante este sumario, apostaría a que el lector exclamará: ¿Y qué de novedoso?, ¿qué de original, cuál mérito hay en lucubrar nimiedades, como cuántas veces se mienta el mes de abril en un poema? La respuesta, previsible, argüirá que la novedad no está en el tema, sino en la capacidad para partiendo de cabos deleznables tramar una cosmovisión. Mientras que en otro escritor, tales motivos inspirarían artículos, en Espina hasta las anécdotas leídas en un periódico o atestiguadas mediante los medios de comunicación, le permiten fraguar su personal poética y urdir una compleja y completa, total, teoría del mundo, no por abigarrada menos unitaria.
Una teoría del mundo, cuando atraviesa por el anillo del lenguaje, es una poética. He aquí la segunda propiedad de esta obra: ser un ars poetica. Ello no debería ahuyentar a los potenciales lectores pues es precisamente esa condición la que anima –en la connotación de insuflar el espíritu–, a los textos. El conocedor de estas regiones sabrá que esta poesía es una de las más complejas e innovadoras de la lengua. Imposible resumir en una parrafada sus cualidades. Articulo, con todo, algunas: la raíz lingüística de nuestra percepción de la realidad; la importancia de la intuición y de la imaginación, entendida en su dimensión literal de campo de imágenes, para fraguar un saber más allá de la lógica; la defensa de la poesía como un conocimiento ajeno a la interpretación; la ampliación del intelecto por medio de la lectura considerada como una reflexión activa y profunda, no esa atención distraída y pasiva que hoy la suplanta; la percepción del tiempo como potencial en vez de lineal, lo que permite un vaivén entre pasado y futuro, entre nostalgia y profecía; la raigambre estoica del credo poético: el universo es lenguaje, los seres se encuentran uncidos a un destino… En fin, trazo sólo algunos posibles derroteros para explorar este universo. Como toda gran poesía, la de Espina deviene una auténtica operación en la realidad recurriendo al único dominio posible para el demonio poético: el lenguaje. Rimbaud no estaba equivocado, hay que cambiar la vida, cambiar el mundo, pero a través del lenguaje, no de la tempestad de espadas ni del festín de cuervos.
Y con estas metáforas de ascendencia nórdica se revela no a Odín disfrazado como anciano sino la tercera faceta del volumen: una concomitancia sobre la modernidad y su devenir, sobre cómo los modernos privilegian la imagen y el color. Para los familiarizados con estos poemas, donde la eternidad y la intemporalidad a veces trazan un paisaje de paleta fría, casi un cuadro de expresionismo abstracto, sorprende la importancia que el ensayista otorga al cromatismo: el amarillo como emblema moderno —esa curva que en pintura va del romanticismo al expresionismo—; el celeste como tropo visual posmoderno. La emergencia de una nueva gama no es el único rasgo que el autor vislumbra como propio de una época que aún arrastra la herencia del modernismo, también lo es la posibilidad de una poética donde coexistan elementos paradójicos, de ahí su lectura de las representaciones de Venus, cuyas conclusiones, a la par que iluminan las obras plásticas, aclaran la deliberada penumbra en que suceden las imágenes de su poesía. Y si bien la intuición de una teoría estética a través de vislumbrar tendencias retóricas es fértil, el gran mérito se encuentra en la asunción de la escritura como aventura lingüística. Para Espina, no hay visado para cruzar de la prosa a la poesía y viceversa. Así lo reconoce en la declaración de principios que precede a los textos:
Las páginas de este libro incluyen prosa y poesía; habla escrita y dicha (como estado de felicidad). […] Resulta difícil demostrar la distinción empírica entre ambas modalidades de escritura y ordenamiento de las cláusulas, más allá de que unas van hacia los costados y otras, hacia abajo, como buscando el sótano profundo del habla. A decir verdad, nada de fondo las diferencia. Son intervenciones opcionales del individuo al expresarse, escenas de sucesos provenientes de la imaginación, o de un confín indeterminado de la mente donde la realidad resulta irreconocible. Con toda seguridad, el siglo XXI impondrá la disolución de los géneros literarios.
Por ello no sorprende la decisión de incluir poemas sin otra justificación que la convicción de que prosa y poesía no difieren sino se complementan. Sea que leamos Libro albedrío como una obra de creación, como una recopilación de ensayos magistrales, como un ars poetica que revela aclara enigmas o sencillamente por gusto, encontraremos intuiciones literarias que ameritarán la lenta fruición, el delicado placer con que se degustan los alimentos más exquisitos. Y con ello estaremos cumpliendo con uno de los más altos rituales en el templo del lenguaje: concentrados en la contemplación y dispuestos a la epifanía a partir de lo inaudito; leer para ver.
Foto: portada del libro Libro Albedrío /Crédito. Especial
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