Trazos que hacen ciencia. Ilustración científica en México

Ene 12 • Conexiones, destacamos, principales • 17142 Views • No hay comentarios en Trazos que hacen ciencia. Ilustración científica en México

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Herramienta fundamental para la divulgación de la ciencia, la ilustración científica de nuestra flora y fauna goza de una larga tradición en México, la cual incluye a notables expedicionarios, científicos y, por supuesto, artistas. Hoy, tanto la Facultad de Ciencias de la UNAM como la Comisión Nacional para el Conocimiento y Uso de la Biodiversidad (Conabio) cultivan este arte al servicio del conocimiento

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POR BERENICE GONZÁLEZ DURAND

Sobre la mesa aparece un Dynastes hercules. Le falta poco para estar vivo. Sus afilados cuernos, uno en el tórax y otro en la cabeza, parecen estar a punto de iniciar la batalla. A pesar de pertenecer a la bidimensionalidad del papel, se observa cada uno de los detalles que convierten al escarabajo hércules en uno de los grandes protagonistas de los bosques tropicales del sur del continente. Aldi de Oyarzabal lo observa de reojo, sumido en una silla al interior del área de Ilustración Científica de la Facultad de Ciencias de la UNAM. Le gusta la tenacidad de estos coleópteros pero también los elementos que sobreviven en sus formas y texturas. “Aún después de la muerte, mantienen su colorido, sólo se les oscurece un poco los ojos, pero siempre compiten con cualquier obra maestra hecha por la mano de la humanidad”, dice De Oyarzabal y recuerda cómo Darwin se asombraba por la espectacular diversidad de estos insectos. El naturalista decía que había muchos “picos de tucán” entre los escarabajos, es decir, muchas estructuras desproporcionadas como resultado de la evolución sexual, del trabajo desmesurado de la naturaleza con el único fin de cautivar a la pareja. Erotismo hecho ciencia o ciencia erotizada.

 

“Como grupo, sólo representan un pedacito de la naturaleza, pero hay demasiada vastedad en ese pequeño espacio”, dice De Oyarzabal mientras surgen a la par los secretos para resucitar a un muerto: “Si se toma el cadáver de un escarabajo es posible suavizar su cuerpo, se pone aceite en sus articulaciones y se tensa en otros sitios; si sabes dibujar el movimiento puedes hacer que viva de nuevo”, dice como si descubriera de pronto el cuerpo de un pequeño Frankenstein bajo la inyección eléctrica de acuarelas y un estudio impecable del volumen.

 

Biólogo de formación con una maestría sobre Ilustración de la Historia Natural y Estudios Ecológicos en el Colegio Real de Arte, en Londres, Inglaterra, Aldi de Oyarzabal es un referente actual de la ilustración científica en México. Con él, la definición llega fácilmente: para que la ilustración sea científica debe existir un ilustrador, un científico y una forma de ver el mundo. El discurso científico con el que se descubre y redescubre una especie se sustenta con la ayuda de unos trazos que materializan los números, formas, hábitos y colores con los que se reconoce a un ser vivo.

Euchroma gigantea. Ilustración de Aldi de Oyarzabal. /Cortesía Conabio

 

 

Expediciones históricas
La ilustración científica de la flora y fauna en México tiene algunos referentes concretos en los códices prehispánicos. De Oyarzabal utiliza como ejemplo a Cuitláhuac y otros emperadores aztecas que no sólo mantenían jardines botánicos con gran dedicación, sino que realizaban un registro notable de la vida que se generaba en ellos. De Oyarzabal dice que en cualquier parte del mundo hay muestras artísticas, pero no todos los países tienen tradición en ciencia. Las comunidades científicas se van desarrollando, pero necesitan de otros oficios para transmitir su conocimiento y en este sentido en México hay muchas historias que sobreviven la frontera del tiempo. El ilustrador recuerda a Francisco Hernández de Toledo, un médico, botánico y ornitólogo español al que se le encargó dibujar los descubrimientos de la flora mexicana. Felipe II le encargó dirigir una expedición científica en la Nueva España. Con 60 mil ducados para desarrollar la misión, se desembarcó en 1572 en Veracruz acompañado de un equipo de pintores y botánicos, además de un geógrafo y un grupo de recién reclutados médicos indígenas. Surgieron así casi 40 volúmenes de dibujos con notas científicas, pero muchos de los originales se perdieron durante el incendio de la biblioteca de El Escorial en 1671.

 

Otra expedición que marca el inicio del conocimiento de la diversidad vegetal y animal de nuestro país es la Real Expedición Botánica a Nueva España, organizada por la Corona española durante el siglo XVIII y que logró registrar alrededor de 800 géneros de plantas. La comandaba el botánico español Martín de Sessé, asistido por el naturalista novohispano José Mariano Mociño. De Oyarzabal hace notar el impecable trabajo gráfico de dos jóvenes pintores de la Academia de San Carlos: Vicente de la Cerda y Atanasio Echeverría y Godoy, quienes formaban parte de esta expedición que también ilustró a su paso aves, peces, insectos, mamíferos, anfibios, reptiles y crustáceos. Cabe señalar que tras la celebración del centenario de la Universidad Nacional Autónoma de México se publicó, bajo el título La Real Expedición Botánica a Nueva España (Siglo XXI Editores/UNAM), la colección completa en 12 volúmenes con más de 2 mil láminas creadas por los entonces pintores adolescentes.

 

De Oyarzabal dice que parte de este legado de ilustración de flora y fauna en México también lo gestaron otros brillantes pintores que a su consideración no han tenido el reconocimiento por este trabajo, como el caso del austriaco Johan Moritz Rugedas (1802-1858), que viajó por México durante la primera mitad del siglo XIX redescubriendo la naturaleza desde la perspectiva científica que había iniciado años antes Alexander von Humboldt.

 

Otro personaje indispensable para entrar al mundo de la ilustración científica en México es José María Velasco. A principios de 1865 ingresó a la Escuela Nacional de Medicina, en la cual tomaba la cátedra de Historia Natural, que incluía temas de botánica y zoología. La pasión por estas materias fue su pase directo a una expedición científica a Huauchinango (Puebla) donde conoció al naturalista Rafael Montes de Oca, quien lo influyó en su formación científica y con quien trabajó en complicidad en muchos proyectos. En la década de 1870, y con la publicación bajo el brazo de la obra Flora del Valle de México, ingresó a la Sociedad Mexicana de Historia Natural, donde escribió e ilustró varios artículos para la revista La Naturaleza, publicación indispensable en la crónica de esta labor científico-artística en el país.

Arbusto de chilillo. Ilustración de José María Velasco para la revista La Naturaleza. / Especial

 

En el libro José María Velasco. Un paisaje de la ciencia en México (Elías Trabulse, FOEM) se habla de cómo fueron precisamente los conocimientos científicos en fenómenos atmosféricos, geológicos, ópticos y biológicos los que también lograron convertirlo en el paisajista que lo consagró, pero cuyo conocimiento más detallado quedó inscrito en su legado iconográfico de fauna y botánica mexicana.

 

Con José María Velasco una malva rosada, una palomita pinta, una solanácea o una planta de cacao se ceñían perfectamente a las reglas de sistematización que debían tener los dibujos de la época, donde la consigna era retratar matemáticamente la naturaleza en las posturas más adecuadas según la disciplina abordada. En ese sentido, la acuarela se convertía en la mejor herramienta para plasmar fielmente los colores y detalles, aunque también era un conducto innegable de interpretación.

 

El ilustrador Aldi de Oyarzabal en su área de trabajo del área de Ilustración Científica de la Facultad de Ciencias de la UNAM. / Berenice Fregoso / EL UNIVERSAL

 

 

Ilustración y divulgación científica
La acuarela prevalece como una de las técnicas por excelencia en la elaboración de ilustraciones científicas, sin embargo De Oyarzabal no se atreve a afirmar que su reinado sea absoluto. “En la actualidad muchos alumnos trabajan el óleo y el acrílico con muy buenos resultados, aunque a mí me sigue gustando el efecto de la acuarela en donde, con un poco de pigmento, alcanzas a describir muchas cosas”, señala, y agrega con las nuevas herramientas se pierde y se gana, pues se puede tomar una foto y remarcar con Photoshop, pero el detalle más vivo tiene que ver con la experiencia de describir y descubrir el modelo presente mediante la traducción inmediata de cerebro, mano, pintura y papel.

 

En este sentido, cuenta que un buen trabajo puede lograrse en una hora o en un mes. Con un microscopio al lado se puede lidiar en un momento con toda la información desatada por un ser cautivo pero milimétrico. Asimismo, en el vuelo instantáneo de un pájaro casi extinto y poco conocido que aparece, sólo hay segundos para complementar la información gráfica. La imagen se alberga en la mente pero brota a diferentes ritmos. Desde algunas de las colecciones naturales más importantes del mundo hasta especies en libertad en lugares remotos, como Papúa, Nueva Guinea, De Oyarzabal cuenta que la experiencia de dibujar un especimen de cerca es inigualable.

 

Las personas que están relacionadas de una forma u otra con el mundo de la ilustración científica tienen otro nombre muy presente, el de la maestra Elvia Esparza, quien trabajara durante más de tres décadas en el Laboratorio de Ilustración Científica del Instituto de Biología de la UNAM hasta su desaparición. Hace tres años se presentó una recopilación de sus ilustraciones en la muestra Pinceladas en el Desierto, en el Museo de la Luz de la Ciudad de México. El trabajo de la egresada de La Esmeralda es reconocido internacionalmente, sobre todo por su acervo de cactáceas. Reconocida en México por el premio Helia Bravo y por otros reconocimientos y exposiciones en diferentes partes del mundo, su obra resguarda un legado intimista que se convierte en admiración de quienes se han inspirado en su obra o han tenido oportunidad de conocerla de cerca.

Leopardus wiedii (Tigrillo). Por Roberto Arreola. / Cortesía Conabio

 

El biólogo Roberto Arreola, especialista en contenidos e ilustración de la Dirección General de Comunicación de la Ciencia de la Comisión Nacional para el Conocimiento y Uso de la Biodiversidad (Conabio), señala que la maestra Esparza le dijo algún día que si ponía de cabeza una de sus obras, en las raíces dibujadas de una planta iba a encontrar escondido un número y un nombre, probablemente parte de un rito personal. “Son artistas con muchos años de trabajo y en el que acaban plasmando de alguna forma un sello, aunque parezca difícil hacerlo en una obra científica”.

 

Para Arreola, las ilustraciones de la naturaleza son una herramienta fundamental en el ejercicio de la divulgación científica. Generar contenidos de diversos tipos en materia de educación ambiental es una labor que lo ha puesto en contacto con diversos expertos en ilustración de diferentes generaciones que tienen que trabajar con muchos científicos, pero para lograr un grado de entendimiento se requiere no sólo ser buen dibujante, sino tener un nivel alto de conocimiento sobre la temática abordada.

 

El acervo de esta institución es de 4 mil 383 ilustraciones que se han generado en más de veinte años de trabajo y se encuentran disponibles en su banco de imágenes. “La ilustración que se usa para divulgar es importante que esté avalada. Aunque no siempre tenga el detalle microscópico que la vuelve científica, es material que puede servir para hacer una guía o un póster con un impacto masivo y que debe estar certificada por expertos”.

Mariposas monarca. Ilustración de Aldi de Oyarzabal. / Cortesía Aldi de Oyarzabal

 

Entre las nuevas generaciones de ilustradores, Arreola menciona, por ejemplo, el trabajo de Aslam Narváez, quien es considerado uno de los mejores ilustradores en ecosistemas y paisaje en la actualidad. “Tuve la oportunidad de escuchar comentarios tanto de Elvia como de Aldi sobre este joven ilustrador y coincidían en la calidad de su trabajo”. Arreola señala que en la resolución de detalles como una estructura de apariencia simple, como un estróbilo (la piña de un pino), se puede apreciar la calidad de un trabajo por la precisión de las medidas y su capacidad de integrar el arte con las estructuras de rigor taxonómico.

 

En el banco de imágenes se concentran imágenes de todos tipos, como las que integran un impresionante póster que representa 32 especies de la megafauna extinta que vivió en territorio mexicano hace diez mil años. El artista encargado de representar estas historias es Sergio de la Rosa, un escultor de Toluca que, además de la ilustración, realiza esculturas de ejemplares extintos que actualmente se muestran en lugares como el Museo del Desierto en Coahuila o el Museo de la Evolución en Puebla.

Especie de Alcidodes, conocida en México como gorgojo. Ilustración de Aldi de Oyarzabal.

 

Precisamente ilustrar animales y plantas que vivieron hace miles de años corresponde a una categoría de la ilustración nombrada hace alrededor de tres décadas como paleoarte. Uno de sus principales exponentes, el biólogo Marco Antonio Pineda, señala que esta labor inscrita en el territorio de la restauración paleontológica requiere un procedimiento totalmente distinto.

 

Los especialistas en paleoarte parten generalmente de restos fósiles que muchas veces son parciales, sólo un puñado de fragmentos de huesos y alguna muestra de ADN, pero el rompecabezas al final brilla bajo las pinceladas del acrílico. Pineda subraya el impulso de imaginar para plasmar cómo se movían o de qué tamaño eran estos seres ancestrales. Una vez que se reconstruye un esqueleto lo que sigue es dibujar las masas musculares principales. Los huesos muestran cómo estaba conectado el organismo y se recurre a tratados sobre biomecánica y morfología para saber cuáles eran los movimientos que tenían este tipo de animales, qué tanto podían flexionar los dedos o levantar un pie. Los estudios son capaces de desmentir un andar en cuatro patas y equilibrarlos a la perfección sobre dos extremidades.

 

Marco Antonio Pineda comenta que en el caso concreto de los dinosaurios, la piel tiene texturas muy variadas, desde escamas que forman mosaicos parecidos a un panal de abejas y visibles a medio metro hasta otras aún mayores y perceptibles a una mayor distancia, como las que poseía la familia de los ceratópsidos (dinosaurios con cuernos). Se piensa que su piel estaba compuesta por fragmentos similares a espinas que se disponían con una central y otras más pequeñas a su alrededor.

Si bien, Aldi de Oyarzabal es reconocido por sus ilustraciones de escarabajos, su trabajo también incluye otras especies.

 

El pincel más fino no alcanza. El tiranosaurio tenía escamas tan pequeñas que la piel a la distancia se tiene que representar lisa, mientras que en los brontosaurios sólo se distinguen gruesas arrugas. El color impone nuevos retos. Desde principios del siglo veinte hasta la década de los ochenta, su piel se teñía de gris, de una gama de tonalidades opacas que los acercaba a los réptiles, pero a medida que cambia el pensamiento científico en esta área, se plantea la posibilidad de que los dinosaurios tuvieran un metabolismo más cercano a los pájaros y mamíferos. El estallido alcanza el papel y los colores se acercan incluso al de las aves tropicales. “Incluso a principios de este siglo se encontraron evidencias de dinosaurios cubiertos de plumas. Aunque entra en juego la subjetividad, los colores no son producto del azar, pues tienen que ver con la selección natural y de allí parten los patrones de color. Hoy se plantea que son un grupo que podría ser más cercano a las aves que a los reptiles”.

 

Precisamente las aves son otras de las áreas de trabajo más importantes de Pineda. Decenas de sus ilustraciones dieron vida al libro Colibríes de México y Norteamérica de los ornitólogos María del Coro Arizmendi y Humberto Berlanga. Después de buscar las distintas especies en las colecciones que albergan a pájaros como el zumbador canelo (Selasphorus rufus), que emprende uno de los recorridos más largos del continente; o la pequeñísima Coqueta de Atoyac (Lophornis brachylophus), posada en las garras de extinción, Pineda se dio a la tarea de captar más de quinientas imágenes de colibríes vivos y cercanos para recrearlos en movimiento y hacerlos remontar el vuelo nuevamente en las páginas de este libro editado por Conabio y UNAM.

Colibrí garganta rubí (Archilochus colubris), por Marco Antonio Pineda. / Cortesía Conabio

 

Aldi de Oyarzabal dice que cuando se hace este tipo de ilustración, no se dibuja un modelo, sino una idea con la minuciosidad de una cirugía y el privilegio de entrar a un mundo casi escénico, donde toda la información tiene que confluir en unos trazos que aspiran a volverse parte de la historia de la ciencia.

 

 

FOTO: Paisaje de Isla Tiburón, Sonora, por Aslam Narváez Parra. / Cortesía Conabio

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