Incertidumbre en el 2021 para las artes escénicas
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La pandemia de Covid 19 obligó a los artistas escénicos a resolver problemas de supervivencia y repensar su tarea en condiciones ajenas a la naturaleza del arte de la presencia
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POR JUAN HERNÁNDEZ
El cubreboca se convirtió en un símbolo de la cultura global en el 2020. Símbolo de miedo, de peligro y también de protección. Algunas obras sumaron este objeto a la estética de sus proposiciones artísticas. En Sobreexpuesta/El acontecimiento ha muerto, escrita y dirigida por José Alberto Gallardo, una de las primeras puestas en escena en ofrecerse de manera presencial en octubre en el Teatro El Milagro, la mascarilla se asumió necesaria para abrir las puertas del recinto, de acuerdo con las medidas exigidas por las instancias de salud gubernamentales.
Distinto fue el caso de Fariseos, del dramaturgo Hugo Alfredo Hinojosa, dirigida por Víctor Weinstock, en el que el cubreboca se sumó a la estética del montaje, para convertir el cubreboca en un símbolo de los tiempos y del teatro en época de pandemia y de oscuridad. En cambio, la Compañía Nacional de Teatro desoyó la medida, aunque se limitó a un elenco de dos actrices en Las mujeres de Emiliano Zapata, autoría y dirección de Conchi León.
Más allá de cumplir con las medidas sanitarias, la pandemia por la Covid 19 desató una crisis en la manera de pensar el arte de la escena que, como lo piensa el filósofo Walter Benjamín, es de naturaleza aurática porque exige la presencia del actor y el espectador en un tiempo-espacio común, único e irrepetible.
La virtualidad salió al rescate de emergencia para las artes escénicas. Los artistas, en general, atinaron a subir algunas obras que fueron videograbadas en y para otro espacio: el teatro. El contenido tuvo serios problemas para lograr una conexión con el cibernauta acostumbrado a contenidos hechos para la virtualidad y entendidas como otra forma de la representación.
Se escuchó con frecuencia, durante el 2020, la exigencia de apoyos efectivos del gobierno, para sostener económicamente a los artistas y sus espacios ante el cierre de los teatros. La respuestas de las autoridades fue débil en ese sentido. El programa que brilló por su característica demagógica fue “Contigo en la distancia”, mediante el cual se seleccionaron contenidos para ser trasmitidos virtualmente y, a cambio, los creadores recibirían un incentivo económico.
Las quejas legítimas o no, dado que muchos de los quejosos cuentan con becas como México en escena o Sistema Nacional de Creadores de Arte, por mencionar sólo algunos de los programas de apoyo, encontraron resonancia y sentido en el hacer utilitario del arte, sobre todo en un país como el nuestro en donde el quehacer artístico se produce bajo la rectoría del Estado mexicano.
Lamentable fue la casi nula reflexión, por parte de los creadores, en los términos no utilitarios del arte, es decir, como resultado del espíritu y del pensamiento esencial. Hizo falta pensar la producción del teatro y de la danza, así como del performance o la instalación, entre otros artes efímeros, desde la emergencia, en una época contraria a su naturaleza. Abrir nuevas rutas de conocimiento para el abordaje de los lenguajes y soportes de una actividad creativa que requiere de la comunicación directa entre obra y espectador. Pensar también el cambió en la percepción del ciudadano enfrentado a las restricciones de su libertad por un virus que amenaza la vida. Conducirse con propuestas claras en términos creativos, para pensar su tiempo y reflejar la época.
En ese sentido, esperamos que el 2021 sea un año en el que el cuestionamiento del arte y sus convenciones sea una constante en la esfera pública. Que las quejas vengan acompañadas de claridad conceptual en relación con el quehacer artístico; y, derivado de ese pensamiento crítico, evitemos que el cubrebocas se convierta en un símbolo permanente y, en algún punto, sea solo el recuerdo de una época oscura.
FOTO: Fariseos, de Hugo Alfredo Hinojosa./Pili Pala
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