Irma Cuña: el paisaje interior

Oct 22 • Lecturas, Miradas, principales • 3844 Views • No hay comentarios en Irma Cuña: el paisaje interior

POR CLAUDINA DOMINGO

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En Pasajera del viento, antología de Irma Cuña (Neuquén, 1932-2004) permite no sólo leer la poesía de esta notable poeta argentina, sino observar una vigorosa transformación poética a través de los libros de su autora; una metamorfosis creciente hacia una poesía existencial y límpida de gran expresividad. Sin embargo, como muchos poetas, la joven Cuña comenzó emulando formas y temas comunes, de una manera ya atendida previamente. La primera etapa de Irma Cuña no la hace diferente, en términos estilísticos, de otros poetas de su generación: estrofas de cuatro versos endecasílabos, una recurrencia al soneto, así como poemas compuestos por versos de arte menor. Ya en esta etapa, la poesía se concentra en los elementos naturales —el desierto por sobre todos ellos: arena y viento— que encuentra una íntima relación con la soledad: “No he conocido el amor/ fecundador de mis frases./ Que al amor oculto y solo,/ ‘amor’ no lo llame nadie” (Neuquina, 1956).

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En su segundo poemario ocurre un giro hacia una poesía que incluye a la ciudad, los ámbitos de la vida cotidiana habitados por la música y los ámbitos modernos: demasiadas cuentas, quizá, para una poeta que en sus últimos tiempos se decantaría por un minimalismo denso y preciso. El riesgo y el olvido (1962) se puede leer, así, como un alto en el camino, un cambio de frecuencia hacia esa precisión en las formas, tan elusiva en sus significados, de poemarios posteriores. La fractura existencial que se deja sentir en los primeros poemas de Cuña, aunque revestida de la melancolía total de la poesía, adquiere una presencia más íntima a la vez que se enfoca en los acontecimientos vitales más importantes: “(Ya la madre pesa honda y lejana/ piedra en piedra./ La infancia es un paisaje irrepetible./ El amor un movible espejo oscuro)”, leemos en Cuando la voz cae (1963). Comunes a su poesía son el agua, el árbol, la arena, pero no como parte de un escenario, sino como compañeras que muchas veces desafían a un ser, tan vital como amenazado, un ser que por su multiplicidad de rostros o voces definida puede parecer místico: “Vocifero en los seres/ para decir un nombre despojado”. De su experiencia mexicana recoge texturas y colores que nutren su interior viento de la pampa: “Me derrumbo en ti/ y eres un cenote verde/ casi jade en la boca/ casi el ojo”, de El príncipe (1965-1969).

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El extraño (1977) marca la más radical transformación de su dicción poética: la metamorfosis medular de la concisión; de ahí los trazos minimalistas que refieren no paisajes extensos sino momentos en la geografía emotiva de la poeta y el lector: “No inauguro los pozos ni la arena./ Rama contra el muro,/ golpeteo el invierno”. Pero incluso en esta nueva distancia entre el germen lírico y la autora, se encuentra: “Amor,/ nunca te he dicho otra palabra”. Y la poesía se vuelve al mismo tiempo densa y etérea: “Jardín de un árbol solo,/ todo hierba./ Dos alcatraces y la buganvilia./ soy una parda lagartija quieta/ bajo tu sol de octubre/ y siento frío”.

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Ahora los paisajes cobran nueva profundidad metafórica donde los seres se encuentran con reflejos filosóficos y simbólicos. Así aparece la voz misteriosa: nombrar esto (también) es reflejar aquello. Sigue siendo una poesía musical (ahora en verso blanco y, en general, corto) que ha crecido en plasticidad para comunicar lo que ocurre aparentemente en el exterior y reflejar movimientos más esenciales al alma. Así, el poema es sobre la lluvia, pero también sobre una sobrenatural fuerza femenina, sobre la gravidez y sobre el ritmo que adquiere la lluvia: “Hacia abajo pesa su estatura y su sombra;/ en cada pie soporta el cuerpo./ El cielo atrás/ la empuja/ hacia un valle invisible”. El paisaje (fijación literaria precoz) es readquirido por una dicción más trascendente. Y las intenciones de comunicación claras de los primeros poemarios son rebasadas por una expresión más contenida (dramática y personal) que pide al lector su participación activa. La voz ceñida y múltiple, que con pocas palabras genera tantos significados, responde al clamor original que le hace decir a la poeta: “Qué he de hacer/ solitaria/ cómo he nacido entre las cosas”.

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FOTO: Pasajera del viento, Irma Cuña, México, Fondo de Cultura Económica, 2016.

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