El baile de los que sobran

Jun 8 • destacamos, principales, Reflexiones • 5107 Views • No hay comentarios en El baile de los que sobran

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Ser dramaturga e ir a contracorriente en una industria donde la mayoría de los puestos de poder están en manos de hombres no suele ser fácil, sobre todo al margen de los grupos o mafias. Itzel Lara nos da un testimonio de resistencia y amor por el oficio de contar historias

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POR ITZEL LARA

“Tengo facilidad para el diálogo,
pero incapacidad para establecerlo
con gente de teatro”
Ibargüengoitia

 

 

Del lado de allá

Conocí el mecanismo de la dramaturgia mexicana con el pie izquierdo. Corría el año 2008, tenía 28 años y me habían otorgado la beca Jóvenes Creadores en esa área, me sentía feliz, hasta que semanas más tarde, me encontré con algunos dramaturgos en un taller impartido en un teatro y me hicieron entender que no sería tan fácil.

 

Aquí haré un paréntesis para contextualizar: mi formación en aquel entonces consistía en una licenciatura en Comunicación; un diplomado en Creación Literaria en la SOGEM, un par de talleres de dramaturgia –entre ellos el emblemático taller de Ximena Escalante– y el término de una beca en guión que entonces otorgaba el Centro de Formación de Actores para la Televisión (CEFAT).

 

Sí, tenía un libro publicado en la Editorial Los Textos de la Capilla y una lectura dramatizada; pero era todo. Y escribo “era todo” porque después entendí que eso no era suficiente para algunos dramaturgos “del medio”.

 

Esto no quiere decir que no escribiera; escribía desde la adolescencia, acudía a obras de teatro, a conferencias y me colaba a clases en la Facultad de Filosofía y Letras. Era, y lo digo ahora sin empacho, una dramaturga activa, pero dramaturga de casa. Error grave si se quiere acceder a las becas.

 

Claro que sabía que el siguiente paso era montarlas, pero penosa como sigo siendo, nunca me acerqué a nadie; las llevaba a talleres, las corregía y una vez terminadas, se archivaban en una carpeta llamada “La cura” y me iba a grabar eventos para ganarme la vida. Cuando me enteré de la beca del FONCA, armé un proyecto, mandé una muestra de mi trabajo y me la dieron.

 

Cierro el paréntesis y regreso a la tarde en que uno de los dramaturgos arriba mencionados se enteró en el taller al que ambos asistíamos de cuál era mi nombre.

 

Me increpó y me aseguró que ya se estaban organizando para quitarme la beca porque quién era yo, dónde estaba mi perfil en “Dramaturgia Mexicana” y además, no me la merecía, él sí.

 

Yo me asusté, no los conocía, no venía de ninguna de las escuelas de teatro y no había tenido montaje. Ahora mismo él asegura que no fue así y que perdón si me sentí atacada, que nunca fue su intención (¿?).

 

¿Entonces, por qué un gremio se junta y dice “no, tú no mereces la beca, no te ubico”?

 

El asunto culminó en una petición dirigida al FONCA y publicada en diversos medios para que se revisara mi trayectoria, además de que se investigara que Ximena había sido mi maestra ¡tres años antes! Y jurado en la emisión en la que había resultado beneficiada; bueno, que levante la mano quién menor de 40 años y que esté medianamente interesado en profesionalizarse, no ha tomado clases con una de las principales promotoras de la enseñanza de la dramaturgia en México.

 

No me quitaron nada, aprendí mucho del arte al que me dedico y conocí a mis verdaderos amigos, aquellos que se tomaron la molestia de leerme y descubrir si había o no un talento merecedor de una manutención económica y una asesoría por el lapso de un año. A ellos todavía los conservo y recurro para pedirles consejos.

 

¿Por qué cuento todo eso? Porque quiero visibilizar el cómo, en efecto, funcionan un poco las cosas en lo que se suele llamar “el medio”.

 

No es que los dramaturgos no sean unidos; no, también me consta que se reúnen y juntan firmas para muchas otras cosas positivas; es más bien que pareciera que se debe pagar “cuota de socialización”, conocer a tal persona para acceder a determinados espacios y llevarte bien con cierto grupo, concuerdes o no con ellos.

 

Alguna vez escuché en una clase en la SOGEM que la historia de la literatura es la historia de las amistades, creo que es verdad y que aplica también para el teatro mexicano, quien no cae en ese esquema, se tiene que abrir camino solo o a veces simplemente se le cierran las puertas.

 

Como mis amigos los podía contar con los dedos de la mano, opté al igual que Leñero en sus inicios, por el “camino de la independencia”, no me alié a ningún círculo, anduve sola. Hice lo que me dio la gana y por ende, como dice el maestro, también me equivoqué como se me dio la gana. Así estoy todavía.

 

Escribo mis obras, las sigo colocando en la carpeta llamada “La cura”, a veces alguien se acerca para leerlas y si le interesa me las piden para montarlas. Otras se publican; algunas se han traducido y de vez en vez un estudiante las incluye en sus trabajos de titulación; pocas veces hago teatro por encargo y sólo si hay algún punto de coincidencia con quien me busca. Amo a la dramaturgia y le agradezco todos los días lo que ha hecho por mí. No aspiro a más.

 

Poco después, empecé a incursionar en el guionismo de televisión y cine y me encontré con una realidad completamente diferente: si bien entre los dramaturgos hay un recelo sobre quién tiene una beca, quién tiene tal o cual residencia, a quién le dieron temporada en “x” teatro; en el ámbito del guionismo se es un poco más dadivoso.

 

Los guionistas estamos viviendo una etapa muy buena, hay mucho, mucho trabajo en televisión y en diversas plataformas. Si de pronto uno no puede tomar un proyecto, sin problemas recomiendas a otro y tan felices como siempre. A nosotros, que la mayoría de las veces trabajamos bajo presión y deadlines, nos importa más la eficacia del otro que obtener un buen hueso.

 

Esto no quiere decir que todo sea miel sobre hojuelas, no; la problemática en este caso, está en otro lado: el cine y la televisión, al igual que el teatro, es un trabajo de equipo, pero cuando se entrega el producto final, el crédito se le otorga por completo al director y lo que hasta antes de salir al aire o tener un estreno era cosa de muchos, ahora es cosa de uno.

 

Los guionistas peleamos por un reconocimiento, por uno justo, el que nos corresponde: la historia que se cuenta, la que se ve en las pantallas, no es sólo de una persona, salió de la mente de un escritor y lo mínimo que espera es que se le dé el mismo peso que al que dirige como al que escribe.

 

Ahí está nuestra lucha; y pugnar por una cultura en donde lo mismo se sepa quién es el director de la película como quién es el guionista que está detrás, es nuestra trinchera.

 

A nosotros no nos da tiempo de juntar firmas para que se le quite, por ejemplo, el apoyo de Creadores Cinematográficos a tal persona porque ¿Lo conoces de alguna serie? ¿Ha trabajado contigo en un cuarto de escritores? ¿Ha filmado algo?

 

 

Del lado de acá

¿Es difícil abrirse paso en esta carrera?

 

Sí, lo es, como en todas, tendría que poner aquí que si además eres mujer, se dificulta más: nos hemos tenido que abrir espacios, crear redes y además, cuidarnos porque vivimos en un país donde las prácticas machistas son el pan de cada día; porque estuve en una serie en donde la productora me estaba pagando menos que a mis compañeros hombres por el sólo hecho de ser mujer, a pesar de que mi currícula estaba igual o más completa que la de ellos y mis mismos compañeros tuvieron que apoyarme para que me igualaran el salario; porque hace unos meses surgió un movimiento donde nos atrevimos a alzar la voz y la mayoría de las veces, fuimos juzgadas; un movimiento en donde salieron nombres de “personalidades” con las que trabajábamos y a los que les bastó con que exhibieran una disculpa pública y una promesa de “ayuda profesional” para que se ensalzara su “valentía” al reconocer el error y se convirtieran de victimarios en héroes y todo siguiera igual.

 

Todo esto lo hablo desde mi experiencia, supongo que hay muchos a los que les fue mejor. Yo, Itzel Lara, empecé con el pie izquierdo y no me arrepiento.

 

Tuve, sí, guías maravillosos que me decían que no desistiera, maestros invaluables que siempre llevo en mi corazón: intento imitar la templanza y el rigor de David Olguín; la bondad en la enseñanza de Ximena Escalante y la pasión de Paula Markovitch. A ellos trato de honrar con cada decisión que tomo por aquello de que el alumno hereda la voluntad del maestro. Eso me lo dio empezar con el pie izquierdo; pero también, tuve que pagar un precio, en el teatro: no soy una dramaturga que esté constantemente en los escenarios.

 

¿Es esto justo? Sí, lo es para mí, que desde hace muchos años decidí colocar en una balanza lo que quiero y lo que espero de mi “creación literaria” y actué acorde a ello; porque, valga aquí un poco de romanticismo, descubrí que escribo para salvarme, para sobrevivir, escribo porque la arquitectura de mi corazón es un teatro.

 

Estar en los reflectores y gozar de popularidad dentro del gremio no es mi finalidad; lo es sí, intentar perfeccionar mi oficio, por ende, estoy satisfecha y orgullosa de lo que he logrado.

 

 

Yo vengo a ofrecer mi corazón

“Yo tengo fe y ya no siento tanto dolor
y cuando pienso
en mi vocación, no temo a la vida”
Chéjov

 

 

En una entrevista, Juan Domingo Argüelles le pidió al maestro Emmanuel Carballo que explicara lo que eran las mafias en la literatura mexicana en la época de los Contemporáneos y el maestro respondió que era un grupo de personas muy reducido que se creía el pueblo elegido y que tenía la audacia de decir que eran los mejores y termina diciendo “no lo probamos, pero sí lo dijimos y tanto lo dijimos que la gente nos lo creyó. Las mafias son para protegerse y para defender tus actividades ilícitas y la única actividad ilícita que tenían las mafias literarias en México es que no dejaban pasar a sus enemigos y engordaban artificialmente a sus amigos…”

 

Me gusta pensar que aunque todavía las cosas se manejan en su mayoría como señalaba Carballo; siempre es posible encontrar otro camino, uno sí, más escarpado y solitario, pero que a la larga hace que te rodees de las personas que realmente deben estar, con las que puedes crecer , en las que puedes encontrar un apoyo verdadero.

 

Fernando Pessoa asegura que para que un autor sobresalga necesita tres cosas: talento, encontrarse en el lugar correcto y tener a los maestros adecuados, si una de esas cosas falla, no ocurrirá; esa es la brújula que muestro a mis alumnos de guión, ese es mi granito de arena, esa es mi manera de decir “no” a este ámbito en donde muy fácilmente te cierran las puertas. ¿Tienes esas tres cosas? Confía, sobrevivirás.

 

Y eso, a fin de cuentas es lo que le quiero decir a las nuevas generaciones, pero sobre todo a las mujeres escritoras: siempre hay otra manera, un lado b, una forma de unirse al baile de los que sobran, una manera de seguir con la frente en alto. Siempre la hay. Resiste.

 

 

 

FOTO: Imagen de la película Estalisnao, de Alejandro Álvarez Guzmán, con guión de Itzel Lara. / Especial

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