Jacinto y Nicolasa, teatro esencial

May 17 • Escenarios, Miradas • 5247 Views • No hay comentarios en Jacinto y Nicolasa, teatro esencial

 

JUAN HERNÁNDEZ

 

Jacinto y Nicolasa, de Camila Villegas, es una obra que toca la entraña, provoca sueños, trasmite ideas mágicas y pone en cuestión aspectos de la realidad áspera de los rarámuris, en la sierra de Chihuahua, sin intención compasiva o paternalista. La dramaturga —quien durante dos años trabajó en un proyecto comunitario en la sierra Tarahumana— comparte la visión del mundo de los rarámuris que, en contraposición con la civilización occidental, se nos revela a veces ingenua, incomprensible bajo la lupa de la lógica de la cultura dominante y, desde luego, misteriosa.

 

El montaje que hace Alberto Lomnitz, por otro lado, es un juego de artificio a través del cual se construye un universo espiritual que, a pesar de no estar a la vista, se figura eficazmente en la imaginación del espectador; imaginación avivada por las contundentes actuaciones de Olivia Lagunas (Nicolasa) y Bernardo Velasco (Jacinto).

 

La obra apuesta a lo esencial y a la actoralidad como fuente de la creación teatral. La dirección va con mano firme tanto en la limpieza minimalista de la propuesta, como en la exigencia rigurosa a los actores en la construcción de los personajes, toda vez que son ellos los que figuran el universo real, así como el alterno y más importante: el de los sueños.

 

Olivia Lagunas hace un trabajo actoral de altos vuelos. No representa, es. De esta manera se constituye en verdad profunda en escena. Ella es Nicolasa, la rarámuri que acude ante las autoridades a denunciar el secuestro de su hijo y de un amigo de éste, por narcotraficantes. También es la que habla de los sueños como esa otra realidad en la que se concreta la vida y sin los que no existe espiritualidad posible. Lagunas no sólo construye un personaje verosímil. Va más allá. En sus ojos se adivina un universo que conmueve y trastoca la sensibilidad. Ella es rarámuri. Es Nicolasa. Siente como Nicolasa. La actriz transfigura.

 

Nicolasa, encarnada por Lagunas, adquiere la dimensión inmensa del símbolo. En ella habita un cosmos, la historia de un pueblo, los caminos sinuosos de las barrancas que recorren día a día los rarámuris, la relación sagrada que tienen los indígenas con la naturaleza, así como con animales míticos: la víbora de cascabel, la liebre y el venado cola blanca.

 

En los ojos de Lagunas vuelta Nicolasa se pueden ver el manto estelar de la sierra Tarahumara y las estrellas que iluminan y guían a los viajantes. También en ese paisaje ocular se trasmite el frío de invierno y la profundidad de la noche. Actoralidad acompañada por una atmósfera lumínica y sonora de provocaciones visuales efectivas.

 

Bernardo Velasco (Jacinto), por otro lado, tiene el aspecto físico rudo, los labios gruesos, la mirada honda y seria. Transfigura también en escena pero no alcanza el nivel de Lagunas en la capacidad para trascender a la dimensión en la que el personaje se abre y deja que se manifieste, a través de él, un cosmos.

 

Jacinto mató a un hombre una noche de embriaguez con teswino y camina “un día, una noche y un día” para entregarse a las autoridades y ser castigado por su crimen. Va una y otra vez a explicar la situación a la insensible secretaria de actas y en cada ocasión es regresado a su comunidad porque no hay juez que lo sentencie. Y así pasan los años.

 

En contraste con lo absurdo y la ineficacia de la impartición de justicia se levanta la fuerza moral de los personajes, quienes tienen una idea del mundo que los dignifica frente a las atrocidades de la vida ordinaria. Para el rarámuri, parece decirnos la dramaturga Camila Villegas en esta obra, la prisión mayor no es la física, sino la espiritual; y no hay peor castigo que la pérdida de los sueños.

 

El montaje Jacinto y Nicolasa es poderoso. La sola presencia de los actores, en un espacio vacío —sólo dos sillas como propuesta escenográfica—, y los movimientos escénicos logran llevarnos a un viaje imaginario por un mundo desconocido, misterioso y sagrado, pero también trastocado y afectado por el mundo occidental y sus problemas, como el narcotráfico.

 

Se trata de teatro esencial. Una provocación a la imaginación. Una invitación a echarse un clavado profundo en el universo rarámuri, en el que, al final, nos reencontramos también como parte de esa naturaleza sagrada y mítica. Una puesta en escena íntima en la que somos invitados a participar con la imaginación y los sentidos en la construcción de la ficción, cuya verdad radica en la contundencia de la eficacia escénica.

 

Jacinto y Nicolasa, de Camila Villegas, dirigida por Alberto Lomnitz, con Olivia Lagunas y Bernardo Velasco, se escenifica en el Foro La Gruta del Centro Cultural Helénico (Revolución 1500, Guadalupe Inn, México, D. F.), los lunes a las 20:30 horas.

 

*Fotografía: La puesta en escena es protagonizada por Olivia Lagunas y Bernardo Velasco./ Ricardo Trejo

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