Jan Komasa y la impostura venturosa

Abr 10 • destacamos, Miradas, Pantallas, principales • 4980 Views • No hay comentarios en Jan Komasa y la impostura venturosa

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Por un hecho fortuito, un presidiario es confundido en un pueblo por el sustituto del cura de la parroquia, lo que desata momentos bochornosos en la comunidad

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POR JORGE AYALA BLANCO
En Pastor o impostor (Boze Cialo/Corpus Christi, Polonia-Francia, 2019), sinuoso tercer film ficcional del polaco nacido en Poznan también documentalista y TVserialista de 38 años Jan Komasa (La cámara de los suicidas 11, Varsovia 1944 14), con guion de Mateusz Cacowicz basado en hechos verídicos modificados, el explosivo joven carpintero cautivo en un violento reformatorio varsoviano por homicidio en segundo grado Daniel (Bartosz Bielenia) sueña con devenir sacerdote católico y practica con gran devoción sus rituales característicos a solas, en vano según le informa el enérgico cura de la prisión Tomasz (Lukasz Simlat) pues ningún seminario acepta expresidiarios, pero, al ser enviado en ansiada libertad provisional a laborar a un aserradero aldeano en el atrasado lindero sur de Polonia, donde por mera petulancia ligadora se coloca un collar sacerdotal y, por una confusión causada a través de la guapa Marta (Eliza Rycembel) hija de la impresionable sacristana Lidia (Alksandra Konieczna), el achacoso padre párroco (Zdislaw Wardejn) lo cree vicario asistente, lo aloja, le encomienda prédicas, misas y labores de culto y doctrina, que el impostor casi involuntario desempeña con enorme éxito mimético aunque de súbito heterodoxo, y en un golpe de suerte, el anciano religioso acaba encargándole a ese atónito pero esforzado Daniel la parroquia para someterse lejos a un tratamiento que se prolonga indefinidamente, cosa que el aterrado muchacho apechuga y asume con brío, si bien va a ser finalmente localizado por el brutal hermano de su otrora víctima de homicidio Pinczer (Tomasz Zietek) que intenta chantajearlo y termina denunciándolo ante el padre Tomasz del reclusorio, quien se presenta en un momento álgido de la comunidad, obliga al desfiguro al buen Daniel en plena misa y lo regresa al confinamiento, donde deberá confrontarse en una regulada riña a muerte con el feroz delator que había terminado de manera perniciosa con aquella genial impostura venturosa.

 

La impostura venturosa plantea como sostenida ambigüedad ética e inquietante paradoja moral, que se proponen a través de una reducción al absurdo, la necesidad de renovación radical y humanística al interior de la muy específica y rígidamente instituida Iglesia Católica prominente y dominante todavía en la Polonia postsocialista y siempre empobrecida como en pocos lugares de Europa, en vista del éxito de ese cura joven e irresponsable pero gozosamente atinado que se declara asesino demandante de perdón en pleno oficio divino, que se relaciona de igual a igual con los jóvenes de la remota región fumadores y borrachos y drogos por frustración absoluta, que se enfrenta con temeridad quasi suicida a los prejuicios de los feligreses para obligarlos a la asunción de sus culpas, que se niega a volverse cómplice negociador del poderoso alcalde dueño de los aserraderos en expansión de la localidad (Leszek Lichota), que recibe con sorpresivo temor en su lecho a la aventadísima Marta expulsada de casa por su madre, que logra hacer enterrar en el panteón de la comunidad las cenizas del satanizado chofer culpable de un fatal accidente (que le costó la vida a 6 chavos parranderos) e incluso consigue la reintegración de su viuda apestada (Barbara Kurvaj) a la parroquia.

 

La impostura venturosa ejerce una desazón formal e ideológica por medios estrictamente audiovisuales y narrativos bastante tradicionales en su estructura, pero dando la sensación de haber sido retorcidos y forzados a un extremo de resignificación desalmada, gracias a una virtuosística fotografía de Piotr Sobocinski muy cálida en sus ambientes creados por abiertísimos planos únicos y por espacios con zonas sacrificialmente fractales pero ante todo en el uso de colores rosáceos y de sus luminosidades a menudo parcializantes o encandiladoras, y merced a una música de Evgueni y Sacha Galperine que recorre sin piedad desde registros percutivos o hip-hoperos hasta simulaciones sinfónicas o restos de vanguardias exaltantes o emotivas, cuyas exaltadas mutaciones concuerdan de maravilla con esa edición de Przemyslaw Chruscielewski a base de ritmos sincopados y elipsis a guillotina, o sea un virtuosismo a la polaca, heredero del mejor Wajda (El hombre de mármol 77) y de la debutante Holland, para convertir en concentracionaria caverna platónica a un confesionario, en fragilidad triste al cántico de una romántica ingenua y en reflejo de semejanzas a una velada cocainómana con el enemigo.

 

La impostura venturosa dicta así una brillante ficción en arenas movedizas tanto filosóficas como sagradas y hasta ministeriales, un neodrama social a lo Ibsen (Un enemigo del pueblo), una fábula moderna sin cesar cambiante e íntimamente mutable en sus vertiginosos incidentes pero siempre al interior de una misma persistente situación básica, un relato jamás blasfemo ni abierto ni encubierto cual cura buñueliano comprobando la inutilidad de la caridad cristiana límite ante la corrupción imperante (en Nazarín 59) o cual peregrino polemista de herejías en el Camino de Santiago (en La Vía Láctea 69), y situándose con cómoda amplitud conceptual en las antípodas psicológicas del Diario de un cura de campo de Bernanos/Bresson (50) aunque dentro de un similar contexto conformista de crispaciones rencorosas y abuso aceptado, ahí donde las henchidas imposturas de los héroes megasimuladores de Rossellini (El general della Rovere 59) y Kurosawa (Kagemusha 80) reencarnan en la veracidad de ese falso cura que se contorsiona como ectoplasma demostrativo y desnuda ante sus fieles los tatuajes de su cuerpo como llagas sublimes de un crucificado adiós redentor.

 

Y la impostura venturosa despide la fábula impiadosa, que no impía, con una inmisericorde moraleja maldita, después de la permitida y exacerbada madriza carcelaria que degrada al falso ascensional sacerdote a fiera humana de vengativo rostro tumefacto, avanzando hacia la cámara decepcionada que retrocede con interminable espanto.

 

FOTO: Pastor o impostor estuvo nominada a Mejor película extranjera en la edición 2020 de los Premios Oscar./ Especial

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