Jarmusch y la mueca zombi

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El director y escritor, maestro de la ironía del cine independiente, Jim Jarmusch regresa con su propia versión de una aventura entre zombies

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POR JORGE AYALA BLANCO

 

En Los muertos no mueren (The Dead Don’t Die, EU, 2019), mercurial opus 13 del pionero minimalista estadounidense aún autor total supragenérico a los 66 años Jim Jarmusch (Más extraño que el paraíso 85, Hombre muerto 96, Paterson 16), el pasmado jefe policíaco Cliff (Bill Murray más bien un padre mendicante de Flores rotas muerto vivo antes de tiempo) del pueblaco recóndito Centerville en el centro de la nada y su apabullado agente único Ronnie (Adam Driver chispeante) la emprenden por el robo de un pollo que ha denunciado el roñoso granjero Miller (Steve Buscemi), contra el misantrópico ermitaño inocente Bob (Tom Waits siempre posBukowski) que rifle en mano todo lo observa con sus ubicuos binoculares dentro del bosque, pero aun así es baleado, aunque sin éxito, poco antes de que empiecen a manifestarse, para sucesivos asombros de la oficial buscagalán Mindy (Chloë Sevigny), la mesera maternal Fern (Eszter Bálint), el afroferretero cafetómano Herk (Danny Glover), sus escépticos compadres blancos, el cinéfilo erudito vendedor de gasolinera Bobby (Caleb Landry Jones), la sospechosa funeraria de Escocia recién desembarcada Zelda (Tilda Swinton casi albina), tres chocantes viajeros hípsters pertenecientes a minorías raciales, el femifascinado huésped de un reformatorio para adolescentes Gerónimo (Jahi Winston) y veinte pintorescos personajes más (interpretados en cameo por Iggy Pop, Sarah Driver, RZA, Selena Gomez, e incluso por el cantante country Sturgill Simpson, cuyo lúgubre blues sensual Los muertos no mueren se escucha ubicuo hasta en la patrulla policial), una sucesión vertiginosa de anomalías comienza aletargadamente a manifestarse: aparte de los pollos perdidos hay luz diurna por la noche, los relojes y los celulares se descomponen, los gatos escapan, el eje de rotación de la tierra se ha movido según una locutora de color (Rosie Perez), la obesa afrovecina promiscua resucita inoportuna en la minimorgue, los muertos emergen de sus tumbas precedidos por una mano que pareciera reclamar la espada Excalibur vuelta exterminadora, los zombis sanguinarios y sanguinolentos devoran cuanto ser vivo hallan a su paso, los nuevos cadáveres producen vómitos a la oficial curtidísima y, gracias a su cultura fílmica acorde con la moda, todos recuerdan que a los muertos vivientes hay que volarles la cabeza de un escopetazo o decapitarlos con machete o a sablazo limpio (al estilo del samurái hot dog Johnny Depp en el Ghost-Dog de Jarmusch 99) como los que reparte la Zelda con ultradisciplina marcial de Uma Thurman en Kill Bill (Tarantino 03), pero nada de ello impedirá que el acoso sobrenatural y los brutales descuartizamientos prosigan, hasta ser prácticamente diezmado todo el género humano presente y a merced de la mueca zombi.

 

La mueca zombi no da tregua en las descripciones gráficas de la arremetida de los muertos vivientes, tan explícitas como le son posibles y afectadas por una galopante ironía despiadada, citando las atmósferas mórbidas de Hitchcock (Psicosis 60) y los paranoicos virtuosismos efectistas de Romero (La noche de los muertos vivientes 68) que se consideran fundacionales en el subgénero y las arbitrariedades narrativas provienen de una condición que “escapa a toda determinación antropológica” (Sonia Rangel dixit), pues el relato se renueva sin cesar a cada uno de sus bombásticos episodios y tal parece que solo esperan a que los abundantes personajes de esta cinta coral y multívoca en serio hayan creado una espontánea empatía mínima para dar el zarpazo, trátese de las manías cafeteras o golosas o guitarrísticas de los zombis con celular, o bien trátese de la compra de un CD de la canción-tema, o la crueldad mortuoria conducente a una feraz cadena de sarcasmos y extremidades chupadas como paletas, o la fuga de Zelda en platillo volador a lo E.T. (Spielberg 82), todos ellos provocadores de una hilaridad agria.

 

La mueca zombi jamás cede a un enfoque narrativo en primera instancia, pues desde la presentación misma de los escenarios y de sus nombres evocadores de un idílico microcosmos paradisiacos (“Un lugar siempre agradable”) ya está haciéndose alusión y tomando por asalto fingido una fantasía lírica (fotografía de Frederic Elmes) que solo se impone para ser de inmediato enrarecida y envenenada.

 

La mueca zombi se coloca en las antípodas de una relectura genérica desde el interior o meramente simbólica o cínica-sígnica como la que había acometido Jarmusch con respecto al cine de vampiros en Sólo los amantes sobreviven (13), pues ya existen afrocintas de horror como las de Peele (¡Huye! 17, Nosotros 19) y referencia a la acuciante realidad exterior que obligan a redimensionar la fábula zombi como una tragicomedia política, y ahí están entonces los dardos dirigidos contra el abuso policíaco, contra el racismo colectivamente imperante (donde una frase promexicanos resulta un desafío valeroso o un agravio), la manipulación mediática que minimiza cualquier peligro y una fatal convicción de que “Todo va a terminar mal”.

 

Y la mueca zombi acaba sintetizando su extraña mezcla hiperrealista de hilaridad agria, fantasía lírica y tragicomedia política en un apoteótico final como declarada y descarada metaficción autoconsciente, pues resulta que el pasmado jefe policiaco y su chispeante agente único ya han leído, aunque no completo, el guion que les proporcionó su amigo cineasta Jim (Jarmusch), y ahora ya no les queda sino defenderse espalda con espalda hasta morir, por una infinita horda de zombis vista en todoabarcador top-shot rumbo a la oscuridad total, a un tiempo rito e inmolación, festejo y burla inteligente, tal como lo hace saber el ermitaño Bob convirtiendo una desdeñosa frase del Moby Dick de Melville sobre “Las miserias sin nombre de los innumerables mortales” en máxima sabiduría de alguien supraconsciente, porque es la conciencia misma de la película: más vale ser marginal que consumista de heroísmos, sensaciones fuertes y relatos hipercodficados.

 

FOTO: El cantantes estadounidense Iggy Pop forma parte del casting de Los muertos no mueren. / Especial

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