Jayro Bustamante y el llanto sobrenatural
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La leyenda mesoamericana de La llorona es adaptada a la realidad de Guatemala y a la demanda de las víctimas de la dictadura
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POR JORGE AYALA BLANCO
En La Llorona (Guatemala-Francia, 2020), especulativo film 3 como autor total del expublicista guatemalteco crecido en la zona maya pero en Francia e Italia fílmicamente formado de 43 años Jayro Bustamante (largos previos: Ixcanul 15 y Temblores 19), la lívida indígena cabelloslargos de hermoso atuendo blanco y lengua quiché que ha visto a sus hijos asesinados y a toda su etnia vejada y diezmada por el ejército durante la lucha antiguerrillera Alma (María Mercedes Coroy hecha carisma puro) egresa y regresa del horror tres décadas después inmarcesiblemente joven, para incrustarse, con afán de venganza, como sirvienta de relevo milusos en la suntuosa mansión del decrépito general exrepresor retirado Enrique Monteverde (Julio Díaz) que ya ha enloquecido oyendo llantos nocturnos, ha sido condenado y luego exonerado por genocidio, y ahora debe permanecer dentro del cerco tendido por sus detractores, obligatoriamente protegido por las armas del disciplinado aunque escéptico oficial Letona (Juan Pablo Olyslager), en un desesperante y fatal confinamiento absoluto, al lado de las lamentables mujeres de su acaudalada y racista familia, con quienes la empática maya ixileña Alma, tras sufrir los ímpetus violadores del viejo general impenitente, va a establecer sin embargo admirables vínculos femeninos de solidaridad e identificación profunda, con la estoica doctora hija legítima del militar Natalia (Sabrina de la Hoz) que aún se cree esposa de un intelectual sujeto a inexplicable desaparición forzada, con la sumisa hija bastarda mestiza Valeriana (María Telón) que ha continuado abyectamente fiel a sus amos-parientes pese a la renuncia masiva de la servidumbre, con la hipersensible nietecita encantadora Sara (Ayla-Elea Hurtado) que sólo piensa en aguantar lo más posible la respiración suicida dentro de la tina o de una regia piscina, y con la patética anciana rubia ajada doña Carmen (Margarita Kénefic) que se abroga y padece, por zarandeos de transferencia onírica, todos los ultrajantes y depredadores crímenes castrenses cometidos por su marido, hasta terminar baleándolo, de manera perturbada y libertaria, en el transcurso de una álgida noche de violencia enardecida que no consigue silenciar los tumultos acústicos y simbólicos del llanto sobrenatural.
El llanto sobrenatural se autodefine y clasifica para valorarse antes que nada como la tercera parte de un conjunto de autorales relatos fílmicos que se denomina a sí mismo el Tríptico del Desprecio, ya compuesto por el desprecio en Ixcanul a la indígena a quien el concertadísimo tráfico de infantes ha despojado de su bebé, el desprecio en Temblores al inerme joven homosexual en airada pugna contra una degradante seudocuración retrógrada de época de su opción erótica, y hoy el desprecio al dolor de las víctimas y a la Justicia que ha declinado en un perdón cobarde.
El llanto sobrenatural convierte así la femifilicida leyenda colonial y crimisógina de La Llorona (obsedente para el cine mexicano hasta Las Lloronas de Lorena Villarreal 04) en la historia de una demanda de pacificación límite, un ajuste de cuentas y un desquite desde el Más Allá, por el pasado que retorna para hacer justicia trascendente en vista de los corruptos desvíos de la justicia inmanente, con elementos muy simples que han trocado de naturaleza y de dirección pero no de significado de la fantasía, ahora teniendo al llanto de La Llorona como una virulenta equivalencia del incallable sonido de la culpa, y al acosador tumulto constante de las voces de La Llorona como el clamor de las víctimas resurrectas y relevadas, reveladas y rebeladas, en suma, una Llorona que delega sus atributos en secuencias e imágenes tan impactantes como el inicial rezadero luctuoso de doña Carmen y su cacería a balazos por el general paranoizado por las voces-eco, el atestado tribunicio de la solemne viuda sempiterna bajo un velo florido, el cruce del anciano temeroso y sus mujeres al interior de una ambulancia-ariete entre la inmostrable multitud enfurecida vuelta abstracción más apabullante cuanto más presente a través del ruido (“Asesino, genocida, justicia, justicia”), porque todas las mujeres presentes son Lloronas levantiscas e indelebles.
El llanto sobrenatural se afirma como una formidable e inteligente y habilidosa fábula moderna shocking, al partir de un sencillo núcleo argumental: el confinamiento de una familia prominente guatemalteca, para ir mutando, enriqueciendo y diversificando sus alcances, sus transformaciones siempre perentorias, para abarcar diferentes facetas narrativas, que incluyen una traslación en clarísimo paralelo con la historia del exdictador Efraín Ríos-Montt fallecido a los 91 años (tan amarga e irónicamente glosada por el documental El Buen Cristiano de Izabel Acevedo 16), una ficción sobre las postrimerías de los dictadores latinoamericanos a lo realismo mágico cruel (en la pesimista égida defensiva de Roa Bastos/García Márquez/Vargas Llosa), las lindezas míticas del eterno retorno del pasado en la figura del Alma a modo de chico Teorema de Pasolini (68) ahora irremediablemente casto y pleno de sororidad feminista, la crónica de un acoso tan demencial como permanente con fotografía claustrofóbica de Nicolas Wong y música sincrética sofisticada-tribal de Pascual Reyes que se mimetiza con el inasible e ineluctable asedio sonoro colectivo, la erección de un angelismo diabólico como intangible e inefable dinámica nacional, y un proyecto de venganza histórica-grupal que más bien se ha metamorfoseado en reivindicación sagrada-onírica o viceversa.
Y el llanto sobrenatural se extiende y tensa en un sinfónico tono elegiaco ma non troppo que, añorante y quasi virreinal/neovirreinal, parecería querer perpetuarse en forma de un lamento (“Ay mis hijos, mis hijos”) que se torna balada popular y populista para mejor perpetuarse como el pálpito coral de una queja interminable (“Todos lloraban tu tierra, Llorona/ tu tierra ensangrentada”).
FOTO: Esta cinta está protagonizada por la actriz guatemalteca María Mercedes Coroy./ Especial
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