Jerry Herman: el musical de la transgresión
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Incómodo, frívolo y con un talento único para llevar los temas de la actualidad al teatro musical, este compositor neoyorquino regresa a México con Hello, Dolly!, una de sus obras más representativas
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POR IVÁN MARTÍNEZ
Se dice del teatro musical que es frivolidad. Un género menospreciado por la “alta cultura”, sea musical o teatral, no sólo por la ligereza de su contenido sonoro sino por la ligereza de los temas que toca.
Puede ser tradicionalmente una afirmación cierta, pero también lo es el hecho de que por tener un mayor alcance que la ópera o el teatro clásico, por nombrar a sus hermanos mayores, puede inducir en la cultura popular temas “difíciles” de maneras veladas. Como ha hecho el cine o la televisión. Y al final, como han hecho éstos, terminar siendo más efectivo y revolucionario que otras disciplinas en generar cambios culturales. En provocar algo en sus espectadores.
Jerry Herman (1931) es uno de los compositores dedicados a este género que más han sido atacados por su frivolidad. Por sus propios colegas y por sus pares en las comunidades a las que pertenece, la judía y la homosexual. Su música se distingue por melodías entrañables, pero fáciles, y por sus inconfundibles colores, basados en armonías cliché, al igual que por su incomparable esfuerzo por construir piezas optimistas, con final feliz y de carácter festivo. Cálido, complaciente y extrovertido, es el hombre del humorismo blanco en Broadway.
No quiso nunca escribir musicales contemplativos ni dramáticos como en su época de mayor éxito comenzaron a hacer sus contemporáneos. Buscaba el entretenimiento puro e inocente, pero junto a sus empresarios y libretistas, encontró el camino para crear su propio arquetipo teatral de heroína: de diva en el concepto más amplio establecido en la cultura gay, dotándolas de un empoderamiento que antes hubiera sido inaceptable.
En su repertorio sobresalen tres títulos por éxito comercial, por destreza musical (eficacia en la simpleza), por arraigo popular y por su contenido transgresor subyacente: Hello, Dolly! (1964), Mame (1966) y La Cage aux folles (1983); los tres presentados con éxito en México en diversas ocasiones, sobre todo en producciones estelarizadas o dirigidas por la actriz Silvia Pinal.
Cada uno es una especie de reedición del anterior: comparten estructuras básicas muy establecidas, una fórmula personal que da forma y eficacia a su dramaturgia, pero que da también oportunidad para establecer esa voz propia de crítica social escondida en fuertes impulsos a veces nostálgicos a veces satíricos: una declaración de principios, un soliloquio dramático en el que se cuestiona la forma de vida de la protagonista y el precio que se paga por vivirla, un gran número “de ensamble” y un consecuente himno de renacimiento y aceptación propia.
Sus heroínas también comparten los rasgos de personalidad: las tres se resisten a las convenciones de su tiempo, viven aguerridamente su estilo de vida, y se presentan como protectoras de una nueva generación, a la que cuidan, enseñan y alientan. No se trata de simples clichés de la cultura gay, sino de su propia declaración de principios.
“I am what I am” no sólo es el himno de Zaza (la protagonista travesti de La Cage…, el primer musical que presentó abiertamente el tema homosexual), sino del propio Herman al enfrentarse a quienes lo atacaron por presentar una obra que hablaba con alegría del mejor tiempo posible en medio de la gran crisis del sida. Una crisis que lo afectó a él mismo, doblemente como deudo y como portador del virus, y que decidió enfrentar hacia otro rumbo: el de la sobrevivencia como postura, en un festejo por la vida que treinta y cinco años después nos tiene aquí disfrutando de su tierna presencia y de su luminosa música.
¿No es ésa una postura revolucionaria cuando el establishment teatral proponía la depresión como catarsis y la prensa homófoba escribía “lo gay ya no es divertido”? ¿Es frívolo quien ante la crisis, la personal, propone renacer con un himno como ése?
Creo que eso y no la ambivalencia personal asumida por sus colegas fue el origen del renacimiento de la cultura gay post-crisis a principios de los noventa. Tal como su Dolly lo había hecho treinta años antes, al permitirle al pueblo estadounidense volver a sonreír tras el luto nacional que significó el asesinato de John F. Kennedy.
Actualmente en el Teatro de los Insurgentes, se presenta una nueva producción de Hello, Dolly! comandada por los empresarios Morris Gilbert, Tina Galindo y Claudio Carrera.
Se trata de una puesta reluciente inscrita en la mejor tradición del fastuoso viejo teatro musical, basada en el diseño original de Gower Champion para el teatro Saint James de Nueva York de 1964, supervisada aquí por Jason Sparks en la que quizá sea la primera ocasión en que un director no hispanohablante lleve y unifique con eficacia a una compañía mexicana en dicción y manejo de matices y tonos, así como en las labores coreográficas tanto de trazo como de danza.
Con ensambles instrumentales y actorales que se sienten cómodos y oportunos, es la idoneidad combinada del cast principal la que brilla con mayor esplendor: la voz noble de Daniela Romo como Dolly; el canto elegante de Mauricio Salas como Cornelius; la simpatiquísima presencia del actor Jesús Ochoa como Horacio Vandelgelder; la comedia dulce y precisa de Gloria Aura y Luja Duhart como Minnie y Barnaby; la sinceridad vocal de Marisol del Olmo como Irene.
Lo que presencia quien asiste a este icónico recinto es el más bello homenaje a los valores que representa Jerry Herman.
FOTO: Hello, Dolly! se presenta de jueves a domingo en el Teatro de los Insurgentes. /Cortesía de la producción
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