Joan Manuel Serrat: el cantante que va soñando caminos

Abr 30 • Conexiones, destacamos, principales • 2488 Views • No hay comentarios en Joan Manuel Serrat: el cantante que va soñando caminos

 

Con más de medio siglo de trayectoria, Joan Manuel Serrat se retira de los escenarios con la gira El vicio de cantar. En entrevista, recuerda sus primeros años, determinantes para su obra musical, sus maestros poéticos y los encuentros que tuvo con grandes figuras de la literatura latinoamericana durante su exilio. Este material se publicó originalmente en la revista Bocas

 

POR MARÍA PAULINA ORTIZ 
Tenía 21 años cuando hizo su primera actuación en público, en un programa matutino de Radio Barcelona que se llamaba Radioscope. 18 de febrero de 1965. Ese día comenzó la carrera musical de Joan Manuel Serrat.

 

Iba con un par de canciones y su guitarra al hombro. Empezaba a andar un camino que lo llevaría lejos. Pero eso no lo sabía en ese momento el noi de Poble Sec, el chico que nació en ese barrio obrero “a la sombra del Montjuïc” y que ahora, más de medio siglo después, comienza su gira de despedida. Un recorrido en el que les dirá adiós a los escenarios que lo llenaron de aplausos y lo dejaron sembrado en la memoria de generaciones enteras. Porque estamos hablando de uno de los más grandes cantautores en la historia de la música en español. A él esta frase le haría soltar una sonrisa, decir alguna broma y cambiar pronto de tema. Pero son palabras que le quedan a la medida. No sólo lo dicen sus fieles seguidores, también lo afirman los más importantes críticos musicales.

 

Desde sus primeros discos, Serrat supo caminar con su sangre aragonesa y catalana —de su madre, Ángeles, y su padre, Josep—, cantando y escribiendo en español y catalán con la misma naturalidad con la que pasaba de una lengua a otra en su casa de la niñez. Si bien alcanzó a pensar en convertirse en ingeniero agrícola, pudo más la música. Formó parte de un grupo que duró poco y después su rumbo lo siguió en solitario. A mediados de los años 60, comenzaron a aparecer sus discos, con temas como Ara que tinc vint anys o Paraules d’amor, y su primera producción en español, que incluía canciones que lo han acompañado a lo largo de estas décadas, entre ellas “El titiritero” o “Tu nombre me sabe a hierba”. Cada uno de los álbumes de su discografía (que suma casi 50) son joyas de colección. Pero uno marcó su carrera: Mediterráneo, publicado en 1971. En su portada, este “soñador de pelo largo”; en su interior, temas emblemáticos como “Aquellas pequeñas cosas”, “La mujer que yo quiero”, “Lucía”, “Pueblo blanco” y, por supuesto, la que da nombre al disco. Para ese momento Serrat ya sabía qué era estar en los primeros lugares en ventas, pero esta producción rompió todos los récords.

 

Con su voz y su música, Joan Manuel Serrat también logró llevar los versos de Antonio Machado y Miguel Hernández hasta lugares insospechados. Acostumbrado a tener las convicciones bien puestas, le puso el pecho al franquismo no sólo con sus canciones, sino con declaraciones que lo obligaron al exilio. Defensor de sus ideas, afrontó el veto de los canales oficiales después de negarse a participar en Eurovisión, en 1968, porque no le permitieron cantar en catalán. Su casa, su calle, su barrio, su campo, su mar. La amistad, el amor, los sueños, la utopía. El respeto, la libertad. Serrat ha sabido cantarle a todo lo humano y por eso sus canciones han quedado tatuadas en su público.

 

Con América Latina tiene un amor correspondido que comenzó en los 70. Su presencia en este continente se volvió fundamental, por su música y también por el cariño y el compromiso con sus pueblos. En estas tierras ha hecho actuaciones históricas, como la que reunió a 200 mil personas en la Plaza del Congreso de Buenos Aires; la del Estadio Nacional de Chile —tras 17 años de ausencia forzada por la dictadura de Pinochet— o la de Bogotá, con lleno total en la Plaza de Bolívar. Ahora vuelve para despedirse. Su gira comenzó en Nueva York, pasará Colombia en mayo.

 

En México tendrá presentaciones en Zapopan, Monterrey y dos fechas en el Auditorio Nacional, en Ciudad de México, los días 18 y 19 de mayo. En diciembre terminará su gira en Barcelona. El artista dejará los escenarios, pero sus canciones seguirán con nosotros. A Serrat no hay forma de decirle adiós.

 

Lleva más de media vida cantando un tema que ya se convirtió en himno: “Mediterráneo”, elegida por votación popular en el 2004 como la mejor canción de los últimos 50 años en la historia de la música de España, que encabezó la lista de las mejores canciones de pop-rock español que hizo en el 2010 la revista Rolling Stone, y así podríamos seguir. En este momento, ¿qué piensa de ella?

 

Cuando la escribí no tenía la menor idea del proceso que tendría esta canción y de la fuerza con que caminaría por la vida. Esto de que elijan una canción como la mejor de los últimos 50 años no es más que una pura anécdota. Hay miles que también pueden ser las mejores. No deja de halagarnos, a la canción y a mí. Pero no hay que tomárselo en serio. Si fuera así, habría que hacérselo mirar. Y fíjate que “Mediterráneo”, a pesar de todo lo que ha representado, de todas las banderas a las que ha acompañado —que son banderas a las que yo me uno, a las que ha ido de mi mano—, en cierto momento me obligó a tener que escribir otra canción para hablar, además de ese mar al cual estoy tan unido espiritual y físicamente, del que está siendo tan maltratado y tan destrozado por el hombre. Me llevó a escribir “Plany al mar”, es decir Lamento al mar, que complementa muy bien a “Mediterráneo”. Es su cara oscura. Porque lamentablemente existe una parte del mar que tenemos que rescatar, defender y no permitir el destrozo que se está produciendo en ese puente de sueños y de culturas que ha sido.

 

Ha contado que “Mediterráneo”, y en general sus primeras canciones, las escribía en máquinas de escribir. En una Olivetti Pluma, por ejemplo. ¿Todavía las tiene?

 

Sí, conservo mis máquinas de escribir. Realmente las conservo ya como objetos de arqueología, y con el recuerdo del tiempo y las canciones que se escribieron en ellas. Pero desde que existe el computador no hay discusión. Yo pasaba a máquina lo que iba escribiendo a mano que, como a todo el mundo, fue lo primero que me enseñaron. A escribir a máquina aún no he aprendido ni creo que ya alcance a aprender. Todavía voy con los dos dedos. Cuando pasaba a máquina lo que tenía escrito, lo veía todo más limpio, como más ordenado. Me parecía más valioso. Aquella limpieza me hacía seguir trabajando en la máquina. Lo que ocurría es que, para mi torpeza, a los diez minutos ya tenía tantas tachaduras y tantos errores que me tocaba sacar la hoja y volver a empezar. Y así, sacando y poniendo papeles, se fueron terminando canciones. Cuando apareció el ordenador, para mí el mundo se abrió de una manera maravillosa. Porque borras, cambias la estructura, pones los versos aquí, allá. Es maravilloso.

 

Pero antes viajaba con sus máquinas a todos lados, lo mismo que con su taburete, que ya es una presencia infaltable en sus conciertos. El taburete que perteneció a la legendaria discoteca Bocaccio, en Barcelona. ¿Se lo regalaron o se lo llevó sin avisar?

 

Bocaccio… gran lugar, gran lugar. Bueno, para qué vamos a remover viejas cosas, ¿no? Tengo dos taburetes. El auténtico y una copia. Antes tenía dos copias, pero una se la regalé a Sabina. Sinceramente a estas alturas del juego ya no acierto a distinguir el original de la copia. Hay una manera para reconocerlo, pero externamente no se puede ver. Es curioso. Sí, siempre va conmigo. Y antes las máquinas viajaban también. Era muy fácil hacerlo. Las Pluma cabían perfectamente en un pedacito de la maleta. Más fácil todavía viajar con un ordenador, y más en estos momentos con un iPad. Y por suerte el iPad permite ver películas luego. Y fútbol.

 

¿Sigue siendo tan aficionado al fútbol?

 

No he tenido motivos para perder mi amor por el Fútbol Club Barcelona, pero sí que he tenido motivos para ser feliz viéndolo jugar.

 

¿Y el ciclismo?

 

No tengo tampoco ningún motivo para perder mi afición por el ciclismo, aunque es cierto que la aparición de los eslovenos, de Roglic y compañía, hace que las cosas estén demasiado cantadas. De cualquier manera, debo confesar que cada día sigo las competencias. A horas imprudentes, cuando los tengo a todos descansando, voy y prendo la televisión, busco un canal de pago que tengo por ahí y veo un trocito de la carrera. Porque realmente es un deporte magnífico.

 

¿Es cierto que les pedía autógrafos a los ciclistas?

 

Sí, y mi madre me los tiró. No se lo perdoné, ¿eh? Tenía autógrafos de lo mejor de aquella época. De los españoles, tenía de todos. De los franceses, como Anquetil o Poulidor. De los belgas, como Van Steenbergen. Esto era entre los doce y casi quince años. Luego ya no, luego ya les pedía autógrafos a otras personas.

 

Las madres, siempre con el afán de poner orden…

 

¡Uy, mi madre! En esto era tan contraria a mí. Yo soy un poco Diógenes, de guardar, de recoger. Pero como no me gusta el desorden, me obligo a ordenar mucho. Entonces pierdo cantidad de tiempo organizando cosas que nunca utilizaré. En cambio mi madre era mucho más práctica. Ella era pam, pam, pam, y ordenaba los armarios con mucha rapidez.

 

De niño solía cantar con ella, en casa. ¿Cómo recuerda esos días?

 

En aquellos tiempos la gente cantaba haciendo sus faenas. Mi madre cantaba cocinando, lavando, fregando. Yo cantaba mucho con ella. Le ayudaba a hacer las camas y cantábamos. Desgranando arvejas, ayudándola a limpiar las lentejas que venían llenas de piedra. Cantábamos flojito, no hacía falta gritar. La gente cantaba. Quien canta su mal espanta, y en aquellos tiempos evidentemente había que espantar los males. Yo tuve mucha suerte. En el lugar que me tocó crecer tuve muy buena gente. Tuve un padre y una madre estupendos y unos hermanos cariñosos, cómplices y protectores.

 

¿En ese momento ya soñaba con dedicarse a la música y andar por el mundo con sus canciones?

 

En ese momento soñaba con ser bombero. Me gustaban porque iban en unos autos con sirenas, con luces, sacaban escaleras y subían por ellas a rescatar muchachas que estaban en peligro de quemarse. Soñaba con ser delantero centro del Fútbol Club Barcelona. Soñaba con todo lo que mi imaginación, a lo ancho y a lo largo, quería soñar. La música llegó bastante tiempo después. Pasaron muchos años. Sucedieron muchas cosas.

 

Siendo adolescente tuvo su primera guitarra. ¿Cómo fue esa historia?

 

La guitarra llegó a mi casa porque mi padre decidió regalármela. No sé de dónde sacaría la plata. Supongo que de ahorrar mucho y de quitarse de pequeños y agradables vicios para sacar un dinero que permitiera comprar un instrumento musical, algo que no era primordial en la casa. Aunque para mí sí era muy importante. Tengo una imagen grabada en la memoria de ver a mi padre subir por la calle —y digo subir porque mi calle es muy cuesta arriba; claro, alguien también puede decir que es cuesta abajo, pero él venía cuesta arriba y yo lo estaba viendo subir— con una bolsa de papel de la cual sobresalía el diapasón de la guitarra, se veía una parte. Así me di cuenta de que aquel hombre había atendido los ruegos de mis ángeles de la guarda a los que cada noche les rezaba para que me dieran pistas de cómo conseguir una guitarra y dejar de usar las de mis amigos. Realmente fue un acto de gran generosidad.

 

¿Esa guitarra sigue con usted?

 

Sí, claro. Está conmigo. Aunque reparada. Cuando tocaba con ella resultó muy maltratada, a pesar de que siempre la cuidé. Pero han pasado siglos de aquello y en los primeros años recibió demasiados golpes. En estos momentos está impecable. Eso sí, con la calidad que tiene, una calidad de guitarra pequeña. Para mí es muy entrañable, insustituible. Como instrumento musical está donde está: es muy sencillo. Como objeto que me ha acompañado en mi vida, está muy alto.

 

Su padre era aficionado a la música…

 

Era aficionado a cantar, que es diferente. Le gustaba la música, pero no estudió ningún instrumento ni hizo por tocar ninguno. Bastante tuvo el hombre con vivir la vida que le tocó y que no le dejó muchos espacios para estas otras actividades. Mi padre empezó a trabajar desde muy niño y lo hizo durante toda su vida, sólo interrumpido por la guerra en la que tuvo que estar pegando tiros varios años. Después otros años en un campo de concentración, porque luchó con los perdedores. Y cuando salió, volvió a trabajar otra vez. Lo admiro tanto como lo quiero. Porque era de una gran habilidad. Sabía usar las manos con gran destreza. Para él daba igual levantar una pared con ladrillos, como encalar, pintar, hacer una instalación eléctrica. El primer frigorífico que tuvimos en casa lo hizo mi padre. Era extraordinariamente hábil. Y como era un hombre trabajador, su límite de obras y de actividades era insospechado.

 

¿Es verdad que él le pedía, cuando usted era niño, que le cantara coplas, como “La Zarzamora”?

 

No, mi padre nunca se atrevió a hacer estas cosas. Lo que pasa es que le gustaba cuando yo cantaba. Y yo cantaba porque me gustaba. Siempre he cantado por el gusto de cantar. Es la primera razón por la que la gente canta. Entonces, en las fiestas de Navidad, me subían a una silla y me hacían cantar. Pero no era mi padre especialmente el que abogaba por estas circunstancias. Yo lo hacía con gusto, especialmente porque después recogía un buen dinero que me iba muy bien para pagarme mis pequeños vicios.

 

¿Qué queda en usted de ese niño de Poble Sec?

 

Bueno, la verdad es que a este niño le tengo mucha gratitud y mucho cariño. Nos llevamos muy bien. Hay una parte de él que nunca quiso abandonar el envase y que sigue conmigo. Me va muy bien con él porque muchas veces me hace recuperar la sonrisa y limpia el presente de amarguras inútiles. Me acompaña, me trae alguna ilusión. Se divierte conmigo y yo me divierto con él.

 

La historia de su familia está atravesada por un gran dolor. Su abuelo materno y otros familiares fueron asesinados y desaparecidos en Belchite, en 1936. Hace poco descubrieron unas fosas comunes en las que dicen que puede haber restos de cientos de fusilados, y que los cuerpos de sus familiares podrían estar ahí. ¿Cómo marcó esto a sus padres, a usted?

 

Marcó a todo el país. Fue un momento determinado en que se produjo un alzamiento militar y una guerra civil que perdió el gobierno democrático de la República y que ganaron los alzados, dejando millones de muertos y exiliados, y un país de vencedores y vencidos que durante casi medio siglo vivieron y fueron tratados como tales. Evidentemente marcó nuestras vidas. Muchos de mi familia fueron asesinados, como los de otras familias. Y a algunos de ellos, como mi abuelo, aún estamos peleando por recuperarlos. Intuimos dónde puede estar, pero no lo sabemos con exactitud. Para mi madre, especialmente, fue una tortura. Piensa que le mataron una veintena de miembros de su familia. Y mi padre estuvo muchos años reprimido, perseguido. Hay quienes quisieran pasar página acerca del tema de los desaparecidos. Es una cosa que pareciera molestar para emprender el futuro, cuando es al revés. La reconciliación exige verdad, valor, generosidad y reconocimiento de las responsabilidades de cada quien. Sin eso, sólo el polvo del olvido va a conseguir taparlo. Pero realmente yo hubiera preferido que mi vida hubiera circulado habiendo superado esta y todas las lacras que aquel alzamiento del 36 repartió por todos nosotros.

 

Se necesitan muchas fuerzas para seguir adelante…

 

Siguieron adelante millones de personas. Siempre se sigue adelante. Siguen adelante ahora los que salen de Siria, sigue la gente que está saliendo de Ucrania. Todos aquellos que tienen que emprender los caminos de la huida o del exilio, o de esconderse en su propia tierra. Esconderse bien y procurar que no te reconozcan y un vecino pase y te acuse con el dedo. Sigue ocurriendo constantemente en el mundo. Hoy cuando hablamos. Y hoy cuando cualquiera lea esto.

 

Es algo que está presente en su obra desde el comienzo.

 

La obra de uno es resultado de su vida. Al menos la mía. No es que sea un recuento de ella, pero evidentemente mi vida ha influido en todo lo que he sido capaz de hacer de decir, de escribir. Está clarísimo. No tengo otra cosa que lo que soy para poder contar.

 

Una canción en la que está su abuelo, su madre, que plasma su identidad mestiza, como usted se ha definido, es “Cançó de bressol”. ¿Es una de las que mejor lo representan?

 

Sí, como mestizo que soy. Sobre todo como mestizo idiomáticamente. Canto en catalán y en castellano; escribo en catalán y en castellano. Mi madre era aragonesa, mi padre catalán. Me he criado y he vivido en este suelo y reivindicarlo es una forma de presentarme. En este sentido, esta canción es la que mejor me representa.

 

¿Qué siente hoy por “Cançó de matinada”, que fue la primera de sus canciones en llegar al número uno en su país, cuando usted comenzaba en la música?

 

Siento mucha gratitud porque fue la que me dio coraje para dedicarme profesionalmente a la canción. Eso sin haber tenido en cuenta todos los riesgos, sino sencillamente habiéndome dejado llevar por un sentimiento. Fue la primera vez en España que una canción en catalán se colocaba en el número uno en las listas de ventas. Y eran tiempos en que las listas de ventas reflejaban el éxito de las canciones, que no son estos. Es una canción hermosa, original. A pesar de que a los personajes que aparecen en la historia ya se les ha echado el tiempo encima, sigo cantándola muy a gusto por todo lo que hemos sido, por todo lo que nos hemos acompañado a lo largo del tiempo.

 

Vayamos a América Latina y hablemos de “La Gordita”, como bautizó ese carro-casa con el que recorrió casi todo México durante el tiempo en que debió exiliarse de su país. ¿Qué recuerdos tiene de esa época?

 

Bueno, “La Gordita” realmente es una amiga. Es mi hermana. Una de las primeras mujeres que conocí en México, mientras trabajaba, y nos hicimos hermanos. Hay que explicar la historia, si no, no nos van a entender. En el año 76, cuando sucedieron las ejecuciones de cinco antifranquistas en España, hice unas declaraciones que me obligaron a solicitar asilo en México. Lo pedí, terminé los conciertos que tenía que hacer y luego nos quedamos así, mano sobre mano, toda la compañía. ¿Qué hacemos? Y yo dije: vamos a seguir tocando. ¿Dónde? Compremos un camión, un motorhome, y nos vamos a hacer conciertos por ahí. Tuve la suerte de estar con un empresario llamado René León, un hombre muy activo que me montó en muy poco tiempo una gira por todo el país. Y nos fuimos a dar la vuelta. Estuvimos como cuatro meses girando de una punta a otra de México, tocando tanto en grandes ciudades como en lugares bien chiquitos. Así entré a conocer México y así me empezaron a conocer los mexicanos. No dejaré nunca de agradecer el cariño que me dieron y que me acompaña hasta hoy.

 

¿En esos días fue cuando conoció a Juan Rulfo?

 

Sí, porque paraba mucho en casa de la familia Taibo y allí acudía todo el exilio y la cultura más progresista de México. Alrededor de una mesa que la mujer de Paco Ignacio Taibo nos preparaba —con unas croquetas, unas paellas, unas tortillas de papas grandiosas— estaban Buñuel, Rulfo, Rius —aquel gran dibujante—, Juan Rejano, en fin, una cantidad de gente maravillosa. Y esto también me ayudó mucho para abrirme las legañas, y aprender un poquito más.

 

¿Cómo fue aquella vez en que Pablo Neruda dejó de dormir la siesta por hablar con usted?

 

Fue meses antes de las elecciones en las que él se presentaba como candidato del Partido Comunista de Chile, y me invitó a su casa en Isla Negra. Un día inolvidable. Desde el momento en que entré en aquella casa, asombrosa y mágica, a la que le brotaban mascarones maravillosos de las paredes y el techo, con unas conchas por todos lados, era emocionante. Allí estuvimos hablando de poesía, de música, de política, y luego nos fuimos a almorzar a un chiringuito, en una playa de pescadores. Comimos un congrio y unas machas a la parmesana. Regresamos a la casa y, cuando ya estaba por irme, me dijo que pasara. Por la tarde nos pusimos a hablar de Miguel Hernández. Él sabía que yo estaba preparando el disco. Neruda, en el año 39, fue embajador en Francia e hizo mucho por sacar a los refugiados españoles que iban llegando al sur de ese país. Montó barcos para sacarlos, hizo un trabajo extraordinario. Fue de los pocos que se preocuparon de sacar a Miguel Hernández de la cárcel cuando lo detuvieron. Porque Miguel era un poeta sin prestigio. Pero Neruda hizo mucho por sacarlo. Siempre lo quiso mucho. Cuando hablábamos, añadía la muletilla de “pobre Miguelito”, recordando el terrible final que tuvo. Ya de noche me fui, regresé a Santiago y la persona que me acompañaba me dijo: “qué afortunado ha sido usted, ¿no sabe que Neruda no deja jamás de dormir la siesta?” Así que me dieron el premio del día que Neruda no durmió la siesta.

 

Usted tampoco perdona la siesta, ¿no?

 

Ahora sí. En esta temporada ando bastante generoso en este sentido. Y tengo que atender alguna llamada de Colombia y otras llamadas que impiden el desarrollo normal de mi cotidianidad. No, pero no te preocupes, espero que la presión antes del inicio de los conciertos disminuya en cuanto arranque la gira y ya me devuelva la maravillosa sensación y gloria que representa un ratito de siesta.

 

Hablando de poetas a los que usted musicalizó, como Miguel Hernández, Machado, Benedetti, Salvat-Papasseit, León Felipe, ¿cómo es su relación con ellos hoy? ¿Los sigue leyendo?

 

Naturalmente. Los sigo leyendo y redescubriendo cosas que aparecen en sus versos, algunas que pasé de largo, otras que no entendí. Es lo que hago, no sólo con ellos. La relectura me ocupa tanto tiempo como la lectura de nuevos trabajos. Me gusta mucho releer los poemas porque sigo descubriendo facetas. Son obras hermosas y fecundas.

 

Su primera visita a Colombia fue a comienzos de los 70. ¿Cómo fue ese encuentro con Álvaro Cepeda Samudio, promovido por García Márquez?

 

Llegué a Colombia hacia el 70, sí. Todo esto que estamos hablando fue por esos años, 69, 70. El Gabo me dio el nombre de Cepeda para que lo buscara. En aquella época, Gabo vivía en Barcelona y yo lo veía a menudo. Sobre todo porque le pedía discos de Bovea y cosas de estas, porque estaba culturizándome en algo absolutamente fundamental. Tan pronto llegué me instalé, hice mis primeras actuaciones en televisión y enseguida llamé a Álvaro. Fue un amor a primera vista. Álvaro Cepeda me ahijó, se convirtió en un protector frente a los peligros y las tentaciones que Bogotá me brindaba. Y ahí conocí también, en unas tardes-noches maravillosas, a Diego León Giraldo, al negro Bonnet, a Daniel Samper, a Rita Agudelo, en fin, a cantidad de gente.

 

Bueno, pero si Cepeda era el protector de las tentaciones y las trasnochadas…

 

Pero yo nunca pensé que las trasnochadas fueran malas. Trasnochamos bastante y aprendí mucho con él. Era un contador de historias maravilloso. En general hay muchos en Colombia, pero como Cepeda… Es como pensar en Mutis, ¿no? Todo lo que ha escrito y lo que contaba. Qué personaje también. Qué otro gran contador.

 

Así como vivió tantas alegrías durante esos años en América Latina, también compartió el dolor y la tristeza que la gente afrontaba por las dictaduras. Desde entonces usted se comprometió tanto que se volvió un personaje fundamental para esta región.

 

Es que los amores nacen de los compromisos. Y en este compromiso siempre hay gozos y sombras. Los de los años 60 y 70 en América Latina han sido tremendos. Descubrí con mucho asombro, con mucha felicidad, compartí con mucha entrega. Y en el momento de las pérdidas también ha habido mucho dolor, soledad, desilusión. Pero otra vez se da la vuelta a las cosas y te reversa un poco de luz que te devuelve, si no lo que se quedó a la otra orilla del río, al menos cosas que se quedan alrededor tuyo y que fuiste capaz de cargar.

 

Si uno mira sus primeros discos y los más recientes, puede encontrarse con nombres que se repiten entre su grupo de músicos. ¿Cómo han caminado tanto tiempo juntos?

 

Bueno, algunos. Porque la mayoría ha tomado otro rumbo. Y los que quedan… creo que seguimos juntos por amistad. Y por confianza, por respeto. Por complicidad, también. Espero que podamos mantenernos juntos, si no en un escenario, sí en la vida y en nuestras comunes vaciladas. Las cosas nunca son tan simples como si todo se pudiera mantener de una forma determinada, cómplice, amistosa. Las historias sufren altos y bajos, separaciones y reconciliaciones. Al fin de cuentas estoy contento con mi camino y con los compañeros con que he estado. Con la mayoría de ellos he podido mantener a lo largo de la vida una buena relación. Y con los que no, te aseguro que en general no lamento no haberla mantenido.

 

Con otros cantantes y compositores también tiene una amistad muy fuerte. Hace pocas semanas, cuando lo condecoraron con la Gran Cruz de la Orden Civil de Alfonso X el Sabio, estaban a su lado Ana Belén, Joaquín Sabina, Víctor Manuel, Miguel Ríos, juntos como en tantas ocasiones arriba y abajo del escenario.

 

Estaban ahí porque luego los invité a comer.

 

Ah, esa fue la razón…

 

Hay más, pero entre ellas estaba que sabían que iba a repartir viandas y alcoholes.

 

¿Le entusiasma recibir ese tipo de reconocimientos?

 

No, no me entusiasma. Lo agradezco. No vivo peor si me los dan, pero tampoco mejor.

 

En el 2004, usted suspendió una gira y le contó al público que tenía cáncer. Poco después ya estaba de vuelta en los escenarios. ¿Cómo vivió ese momento? ¿Cree, como tantos dicen, que la enfermedad deja enseñanzas?

 

Mira, cuando me diagnosticaron el primer cáncer sentí una cierta preocupación. Menos de la que debería haber sentido. Cuando empecé el tratamiento y salía a la calle y veía a la gente caminar con toda normalidad, yendo a sus trabajos, algunos con mala cara, con afanes, yo decía: si esta gente supiera que tiene una enfermedad de este tipo, no andaría con tanta urgencia. Y pensaba: qué cosa que me haya tocado a mí. Pues sí, me tocó a mí, y ya está. Cuando tuve el segundo cáncer ya no me importó tanto. Estaba todo más asimilado. Y cuando tuve el tercero, di gracias a los análisis que trimestralmente tenía que hacerme y que me lo descubrieron de forma tan temprana. Y ahora no sigamos porque ya llevo cuatro años sin que haya variado la situación. ¿Aprender? Creo que el hombre tiene memoria de pez. Que aprende en los entierros lo que es la muerte, en los hospitales lo que es el dolor, y en esas circunstancias extremas es cuando se siente afectado por eso. Ahora, de ahí a que aprenda… ¿No crees que nuestra sociedad sería mucho mejor si cada vez que nos damos cuenta de algo que nos descubre en falso, mejoráramos? Mejoramos mientras aquello dura, un momento.

 

Es cierto, eso lo ha confirmado la pandemia.

 

No hay duda. La pandemia de covid lo que ha reflejado es lo insolidaria que es esta sociedad. Aparte de los gestos maravillosos individuales que se han visto, la pandemia es un ejemplo brutal de insolidaridad. Porque quien no tiene dinero, no tiene vacuna. Porque las farmacéuticas se niegan a liberar las patentes. Y sabemos que mientras no todos estemos vacunados, esto seguirá ahí. Me parece que, tanto social como personalmente, no deberíamos esperar que las cosas las arregle otro.

 

¿Este momento fue el que lo llevó a la decisión de retirarse de los escenarios?

 

Ocurrió en este tiempo. Yo, una persona tan acostumbrada a salir y a moverme, respeté mucho la cuarentena, el estar encerrado. Veía alrededor mío mucho miedo. No fue tanto el miedo al contagio, sino el rechazo a ese miedo. Porque funcionábamos con un tremendo desconocimiento de lo que ocurría. Más o menos como ahora, que sabemos un poco más, pero tampoco mucho. Un día nos decían una cosa, otro día otra. Como no podía ir a ningún lado, intenté ver lo que había cerca de mí, recuperar las lecturas —nunca he leído tanto como en estos días—, recuperar familiarmente cosas tan sencillas como la conversación y la participación. Eso sin negarme a colaborar con cuestiones de fuera. Pero eran siempre virtuales. Hacía cosas por Zoom que me producían una gran tristeza. Porque la gente sale muy fea. Yo también veía que estaba muy feo. Todo era feo. Y en un momento determinado me di cuenta de que me había despedido. Que sin decir a nadie adiós, había dicho adiós. Y ahí sí reboté: ¿por qué iba a despedirme si no lo había decidido yo? Entonces pensé en hacer una gira de despedida, pero decidida por mí. Me dolía mucho que me hubiera despedido una pandemia. Cosa que podía ser, que aún puede ser, porque en estos momentos no sólo tenemos una pandemia amenazante: tenemos una guerra encima. Pero desde hace algunos meses decidí empezar a montar un espectáculo, hacer música otra vez, y la verdad es que me he sentido mucho mejor.

 

¿Y la familia cómo tomó la noticia de la última gira?

 

Mi mujer con incredulidad. Todavía no le da crédito al cien por cien. Mis hijos con curiosidad, lo mismo mis nietos mayores. Están a ver qué pasa. Y mis nietos pequeños con una maravillosa ignorancia y sin darle importancia a nada. Porque ellos recién descubren que su abuelo es un señor que a veces sale por televisión, que canta en los escenarios y la gente les dice quién es. Lo cual me parece una tontería porque ellos ya saben quién soy: su abuelo.

 

Tal vez su esposa esté acertada en la incredulidad…

 

No, no. Ya dije lo que iba a hacer. A ciencia cierta tampoco sé lo que ocurrirá. Primero tengo que prepararme para hacer unos conciertos hermosos, para que la gocemos mucho en Bogotá, y las cosas salgan bien y yo esté contento de hacerlo. Que a pesar de lo intensa que va a ser la gira, sea plácida y agradable de llevar. Eso es lo que me preocupa. Y sobrevivir a la experiencia.

 

Terminemos con una pregunta que, cuando era niño, le hizo a su madre. ¿Usted de dónde es?

 

Sí, eso le pregunté a mi madre y se me quedó grabado. Porque, claro, en casa con mi padre hablábamos catalán y con ella castellano. Yo sentía perfectamente que era catalán. Entonces un día le pregunte: ¿Tú de dónde eres, madre? Y ella, con la rotundidad de siempre, me contestó: “Yo soy de donde comen mis hijos”. Me dejó un poco aturullado. Porque no es normal que Séneca le responda a un gladiador. Tardé en entender. Siempre he pensado que para ella fue una extraordinaria y acertada definición de patria. Y somos muchos los que así lo sentimos. Pero para mí, después de haber caminado tanto, de haber conocido tanto, de haber recibido y comprometido tanto, se me hace bastante difícil tener una respuesta de ese tipo. No soy apátrida, todo lo contrario. Pero seguramente mi patria estará allí donde alguien me obligue a no estar.

 

FOTO: La gira de Serrat comenzó el 28 de abril en Nueva York; en la Ciudad de México se presentará el 18 y 19 de mayo, en el Auditorio Nacional / Zayra Mo/ EFE

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