Dos de los ochenta
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La pasión homoerótica de dos amigos en medio de la turbulencia política en los años 30 en el sureste del país y la tortuosa relación con el padre son temas centrales de El pacto de la hoguera y Nunca más su nombre, respectivamente, dos primeras novelas de escritores mexicanos
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POR SERGIO TÉLLEZ-PON
La generación de narradores nacidos en los años ochenta empieza a figurar continuamente en las mesas de novedades de las librerías, sus nombres se mencionan con frecuencia en algunos medios y comienzan a ganar algunos premios literarios importantes; es el caso de Gabriela Torres Olivares, Brenda Lozano, Fernanda Melchor, Gabriel Rodríguez Liceaga, Sergio Loo, Édgar Omar Avilés, entre otros. A ellos ahora se suman Alfredo Núñez Lanz (Ciudad de México, 1984) con su reciente novela El pacto de la hoguera y Joel Flores (Zacatecas, 1984) con Nunca más su nombre. Ambos trabajaron estas obras durante su periodo como becarios en el programa Jóvenes Creadores del Fonca (entre 2014 y 2015), cuyo tutor fue Eduardo Antonio Parra, y, en el caso de Joel Flores, su novela resultó ganadora en el premio Juan Rulfo de primera novela en 2014.
La novela de Núñez Lanz El pacto de la hoguera está ubicada en el Tabasco convulso de los años treinta, cuando el gobernador socialista Tomás Garrido Canabal prohibió las expresiones religiosas públicas de los católicos. Los protagonistas de esta historia son José y Amador, quienes se conocen desde niños pues habitan en la misma casa en Villahermosa aunque no son parientes: José es el hermano menor de Blanca, quien ayuda a la abuela de Amador en las labores del hogar. Los lazos tan cercanos y añejos encuentran su antagonismo cuando José se une a las Camisas Rojas, un grupo de choque creado por el sanguinario gobernador; y así, de pronto, José y Amador mantienen una vida en común al compartir el mismo nicho hogar y por las familias de alguna manera unidas, pero se han vuelto oponentes en la vida pública y política de la ciudad.
Las voces de José y Amador se alternan en la novela pues en cada capítulo uno y otro cuentan su versión de lo que pasó en aquellos días: José relata la secreta pasión que siempre ha tenido por Amador y éste su enamoramiento de Dolores y su posterior huida a la Ciudad de México para iniciar una nueva vida. Para ser una primera novela, El pacto de la hoguera está bien construida, tiene sus momentos de suspenso e intriga, con finales de capítulo que mantienen expectante al lector y está narrada con un lenguaje candoroso, con algunos momentos chispeantes sobre todo en algunos diálogos jocosos gracias a que Núñez Lanz ha sabido plasmar el lenguaje desparpajado del trópico.
Estos opuestos, uno militante de una causa y el otro ajeno a los deseos de aquél, me hizo recordar una novela de David Leavitt, Mientras Inglaterra duerme (1993), en la que uno de los protagonistas se alista para luchar en la Guerra Civil Española mientras el otro, enamorado, aguarda pasivo a que la guerra termine para que el amante pueda regresar a Londres. Aunque, a diferencia de Núñez Lanz, Leavitt, un narrador más experimentado, sí lleva la relación a un plano más erótico y placentero, pues en El pacto de la hoguera la relación entre José y Amador peca de pudibunda, la única escena más candente que uno podrá leer es una caricia que le hace Amador al cuerpo de José mientras duerme, es decir, no hay correspondencia, el otro es un sujeto pasivo que no contribuye a la erotización. Por si fuera poco, en algún momento a su atracción y comportamiento sexuales José los llama como “la enfermedad”. Cualquiera pensaría que esos conceptos en la actual narrativa han sido superados, en los años cincuenta tal vez tenían alguna validez pues no había al alcance de la mano conceptos adecuados de los cuales hacer uso, por eso Patricia Highsmith en El talentoso señor Ripley llama a sus personajes homosexuales “invertidos”, en particular al protagonista, Tom Ripley, pero en esta época ya no tienen ningún sentido. Ahora estamos en tiempos en que las historias homoeróticas se narran con mayor desenvoltura y arrojo, sin prejuicios o tabús, con una visión más vanguardista, es por eso que no deja de sorprender la extrema contención o la pudibundez de El pacto de la hoguera.
Por su parte, Joel Flores construye en Nunca más su nombre, una historia autorreferencial que parece totalmente autobiográfica pues un escritor llamado Joel huye de su natal Zacatecas rumbo a Mexicali primero y luego a Tijuana y cuando ya está allá instalado le comunican que su padre está a punto de morir. Ese es el detonante para que el Joel-personaje, en el camino de regreso a su ciudad para ayudar a su padre en los últimos días que le quedan de vida, repase la atribulada vida familiar con la figura de ese padre tiránico como culpable de todas las desgracias de sus integrantes. El Joel-personaje hace un contraste entre el padre de su esposa, un médico ejemplar que quiso ser un político honorable en un pueblo de Zacatecas y por su bien acabó huyendo a Tijuana, y el suyo, un militar de bajo rango, alcohólico, iracundo, con la figura de su propio padre también ausente lo que probablemente le impidió tener ese sentimiento paternal para con los suyos. Cuando asisten en su agonía al padre de su esposa, el Joel-personaje habla con Dios y suelta una sentencia tan certera como aterradora: “Vas a joderle la vida a esta familia si te llevas a mi suegro. Llévate a mi padre”.
Las novelas que tienen como figura central al padre bien se puede decir que son un subgénero de la literatura universal, pienso que desde Kafka o nuestro Ricardo Garibay hasta Paul Auster, García Márquez u Orham Pamuk; incluso la estela puede remontarse a la Odisea con Telémaco lanzándose a la búsqueda de su padre, Odiseo, y en esa estirpe seguramente es donde quiere inscribirse Nunca más su nombre. En su novela, Joel Flores hace que el personaje del padre semeje a un cáncer que se va expandiendo y enferma a las demás células, a los demás órganos, hasta que convierte a toda su prole en una familia disfuncional llena de rencores, en eso radica el acierto de su crudeza y la hace más estremecedora. A diferencia de El pacto de la hoguera, Nunca más su nombre no es tan afortunada en cuanto a recursos técnicos (trama, estructura, lenguaje), sobre todo porque la historia es demasiado lineal y a ratos baja su intensidad pues Flores se atiene demasiado a la autorreferencialidad.
Las virtudes y también los defectos de estas dos primeras novelas de Núñez Lanz y Flores habrán de afianzarse y corregirse, respectivamente, en su siguiente obra. En sus futuras historias tienen la responsabilidad de poner mayor empeño para darles a los lectores libros que puedan asombrarlos y, por qué no, para que permanezcan en la memoria colectiva y así ganarse su lugar en la creciente generación ochentera de narradores mexicanos.
FOTO: Alfredo Núñez Lanz, El pacto de la hoguera, Era, México, 2017, 136 pp. / Joel Flores, Nunca más su nombre, Era, México, 2017, 242 pp.
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