Taika Waititi y y la irreverencia absurdista

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POR JORGE AYALA BLANCO 

En Jojo Rabbit (EU-Nueva Zelanda-República Checa, 2019), jocundo y jocoso jojofilm 5 del actor-guionista-realizador-TVserialista neozelandés con ascendencia maorí-judío-británica de 44 años Taika Waititi (tras la burla a los vampiros cotidianos de A la caza de los ñumanos 16 y el vuelco al cine de superhéroes Thor: Ragnarok 17), el dulce niñito ario berlinés de 10 años Jonathan Betzler (Roman Griffin Davis encantador) no sabe atarse las agujetas, aunque cuenta como asesor para su ansiado ingreso a las Juventudes Hitlerianas con su infalible amigo imaginario Adolf Hitler (el propio director), pero se gana el mote de Jojo Rabbit por comportarse como vil conejo cobarde (igual que su padre desertor en Italia) al ser incapaz de torcerle el cuello a un conejito en el campamento nazi del sádico capitán K (Sam Rockwell) y la obesa maldita Fräulein Rahm (Rebel Wilson), por lo que el pequeño desea reivindicarse lanzando una granada-bumerang que los deja carimarcado y cojeando para siempre, si bien su decepción será total cuando descubra que su mamita militante clandestina antinazi Rosie (Scarlett Johansson tiernísima) esconde en el tapanco a la agresiva defensiva puberta judía Elsa (Thomasin McKenzie), con quien establecerá no obstante una intensa relación basada en la ingenua curiosidad seudosabia y el despertar erótico, hasta que la madre amanezca colgada en la plaza pública, la raza de la chava oculta esté a punto de ser descubierta por el acartonado gestapo Deertz (Stephen Merchant) y, el mismo día de la liberadora derrota hitleriana, un inerme Jojo se salve milagrosamente de la ejecución sumaria en los escombros de una ciudad tan arrasada como el propio chavo, pero aún con fuerzas para engañar a la excautiva de que los nazis ganaron la guerra, cual postrera irreverencia absurdista.

 

La irreverencia absurdista propone una fantasía beatífico-malévola desde la perspectiva del imaginario de un chavito de 10 años, un solitario Cándido semiabandonado que proyecta empáticamente en su amigo imaginario Hitler tanto la ausente figura paterna traidora a la patria como su radical necesidad de compañía, para compensar la desestabilización de su crecimiento inevitable y su (des)integración social con los valores aceptados, empezando por el odio a los judíos (vueltos encarnaciones de todos los males naturales y sociales), aunque sin lograr eliminar sus pulsiones sexuales ni su fascinación por la diferencia, al grado de emprender una especie de prontuario de su espontánea autoría sobre las maneras de identificar al enemigo hebreo paradójicamente ilustrado por la mismísima chava-topo, todo ello depurado exasperado por una forma fílmica gloriosamente anómala e impar, calculadamente cándida, perversa hasta lo caprichoso de una exclusiva y excluyente frontalidad maniática, los perfiles súbitos y los reversos a 180 grados en la fotografía del rumano Mihai Malaimare Jr, cual tributo al antiboyscoutista Un reino bajo la luna de Wes Anderson 12, aunque desmembrado por un montaje de Tom Eagles a base de cortes brutales sobre el eje y elipsis posvideocliperas.

 

La irreverencia absurdista puede entonces, por esta vía del humor cáustico frivolizado y un reciclaje de los macrodelirios del irrealista grupo excéntrico inglés Monty Python, darse muchísimos lujos inéditos dentro de la ficción sobre el apogeo y decadencia del nazismo incluyendo tangencialmente al Holocausto y hasta desembocar triunfalmente a contrario en la caída de Berlín: el lujo del cuento de hadas exquisitamente envenenado y vuelto del revés, el lujo de la alegría de vivir del nuevo joven hitleriano saltando por los bosques en compañía de su líder al extemporáneo compás del Quiero estrechar tu mano de Los Beatles previos a la euforia de quemar libros en la fogata campestre, el lujo de volver representable y hasta histéricamente simpático menos que cruel al ladrante Führer más cerca del siniestro etéreo de Chaplin (en El gran dictador 40) que del desarticulado fantoche de cartón de Syberberg (en Hitler un film de Alemania 77) o el energúmeno bombardeado de Tarantino (en Bastardos sin gloria 09), el lujo de hacer de la niña judía Elsa una Anna Frank en el desván que de pronto emerge de él con la valentía temeraria de la salida de un clóset sexual, el lujo de hacer rimar la afirmación de los impulsos vitales con la delicada efigie de la madre ultratolerante Rosie cual hipersensible reducción gemela de la sobreviviente paralítica facial de Alemania madre pálida (Sanders-Brahms 80), el lujo de las simuladas invenciones infantiles de Raoul Dahl (a nada se parece más Jojo Rabbit que a la Matilda de De Vito 86 con su mamá Rosie-Maestra Dulce y otra atroz prefecta Tronchatoro), el lujo de una lírica dimensión realista mágica muy postAmélie (Jeunet 01) con mariposas auténticas en la barriga del enamoramiento indeliberado, el lujo de la encomiástica redefinición de la comunidad judía como un orgulloso pueblo mágico de enigmáticos murciélagos pendiendo del techo, el lujo del pathos abrazado a las piernas de la madre ahorcada pero con las agujetas de los zapatos bien atadas, el lujo de la ambivalencia moral del feroz capitán K (salvador de Elsa ante la Gestapo y de Jojo ante los libertadores-exterminadores al arrancarle el uniforme militar e insultarlo en falso como judío, antes de que el mismo K sea ultimado en off) contrastando con los pavorosos actos supervillanos de la redonda rubicunda Rahm (armando in extremis a los niños para hacerse matar) o los del gestapo Deertz (vuelto como castigo un chivo expiatorio en el vacío), y el lujo de darle una patada al maligno para sacarlo por la ventana para siempre de tu vida, o séase, pagarse el lujo de lujos de la ambigüedad total y la incorrección política que bordean la abyección.
Y la irreverencia absurdista culmina sobrepasando el arsenal de heroísmos y martirologios ¿igualmente caducos? y bailando al ritmo un poema de Rilke porque “Ningún sentimiento es definitivo”.

 

FOTO: Jojo Rabbit es la adaptación cinematográfica de la novela El cielo enjaulado, de la escritora neozelandesa Christine Leunens. /Especial

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