Joly Braga Santos, un sinfonista en Lisboa
POR LUIS PÉREZ SANTOJA
Es curiosa la similitud entre la música portuguesa y la brasileña, en el sentido en que siempre se toma en consideración la “música popular” como única expresión creativa de cada país, soslayándose la presencia de los compositores académicos, es decir, de la llamada “música clásica”. Si bien es cierto que en Portugal no encontramos creadores tan prolíficos y contundentes como los brasileños Guarneri, Villa-Lobos o Mignone, más allá del maravilloso fado y sus intérpretes de ensueño, la música clásica portuguesa tiene historia y nombres fundamentales aunque se han quedado para conocimiento de musicólogos y melómanos especializados.
Primer esplendor
El primer gran momento de la música portuguesa se da en pleno Renacimiento. Desde que la imposición del canto gregoriano como música de la liturgia católica cedió ante el pujante y glorioso canto polifónico (inicio real de una historia de la música, ahora creativa, original y renovadora), surge en Portugal, como en toda “Europa”, un auge de creadores que, aun en los géneros litúrgicos, expresaban una personalidad propia.
Bajo el dominio del imperio español (1580/81-1640) los músicos portugueses trabajaban como maestros de capilla para la corte y las iglesias, monasterios y conventos de Lisboa, Coímbra, Évora, Viseu y florecía una brillante tradición musical con deslumbres nacionales propios.
También había un intercambio regional; músicos españoles como Esteban López Morago (ca. 1575-después de 1630) estudiaba, convertido en portugués, con el gran Filipe de Magalhães (ca.1571-1652) considerado por muchos el mejor y más influyente músico de Portugal por la expresividad y calidad de su obra. A la inversa, los portugueses estudiaban y trabajaban en España como Estêvão de Brito y Manuel Correia. Durante el dominio español, con innegable apoyo de Felipe II —y los otros Felipes que le siguieron—, los creadores lusitanos tuvieron también valiosos mecenas como la familia ducal de Braganza (futuros reyes de Portugal) o João IV, el “rey músico”, de la citada familia.
Después del auge renacentista y de los inicios del Barroco, Portugal cayó en un bache pues, aunque no faltaron los creadores de gran oficio, estos no lograban trascender en Europa. Algo semejante a lo ocurrido con la música en Italia después de su histórica revolución barroca. No fue hasta el siglo XX que Portugal pudo presumir de sus compositores y que el mundo puso mayor interés en ellos.
El repunte: Joly Braga Santos
En un siglo acusado de eliminar de su música al género de la sinfonía (cuyos escasos exponentes importantes, según este argumento, serían Mahler, Sibelius y Shostakovich), resulta saludable saber que, en un país donde el mismo ignorante razonamiento haría afirmar que no existe la llamada “música clásica”, su compositor más notable haya sido también el principal sinfonista portugués del siglo XX e incluso de su historia musical.
En efecto, Joly Braga Santos (1914-1988) compuso seis sinfonías que lo colocaron en ese estatus. Sus obras del género son estructuralmente perfectas, musicalmente melódicas y expresivas, con gran sentido dramático y orquestal, a veces monumental, cuya única reserva es no seguir las innovaciones de las vanguardias del XX.
Él nació, estudió y falleció en Lisboa y fue alumno y después, gran amigo, de Luís de Freitas Branco (1890-1955), el otro mayor compositor portugués moderno. Ambos hicieron una peculiar mancuerna de creadores, a la que se agregó al final Álvaro Cassuto, en un contexto donde no había existido una “escuela portuguesa de composición” como sí la hubo en muchos países, incluso en el México posrevolucionario.
Los compositores lusitanos del XX adoptaron la “modalidad” basada en la rica polifonía renacentista y Braga Santos, además, asumió el uso relativo de la típica canción citadina como el fado, mas no adoptó ni investigó sobre las raíces folclóricas autóctonas.
Además de crear obras en diversos géneros, Braga Santos terminó al menos seis sinfonías, cuatro de ellas escritas casi consecutivamente antes de sus 27 años, poseedoras de una belleza musical neorromántica y que sugieren ciertas tendencias de la música inglesa.
¿Influencia de la cercanía geográfica? Con estas obras comenzó el reconocimiento a un autor inusitado para su tiempo, pero insuficiente para ubicarlo a la par de los creadores contemporáneos cuyas tendencias vanguardistas llegaban a Portugal.
La Primera Sinfonía, compuesta a los 22 años, es un logro brillante y promisorio, tal vez con la ingenuidad del novato que sí tiene algo que decir: la obra está dedicada… a los héroes y mártires de la reciente Segunda Guerra Mundial. El primer tema del movimiento inicial es una marcha fúnebre inspirada en el tema similar de la Sinfonía número 1 de Mahler; las atmósferas densas alternan con melodías cercanas a la nostalgia y la intensidad conclusiva cede a una Coda lenta, con un crescendo inolvidable, pero con un sorpresivo final de acordes abruptos.
La Tercera sinfonía particularmente es una obra de inspirado romanticismo, vigorosa y optimista, con un espíritu pastoral a ratos. Para algunos la mejor sería la Cuarta sinfonía, la más extensa y ambiciosa, con pasajes emotivos y grandiosos y un final de alegría incontenible.
La Quinta sinfonía, de 1965-66 es, tal vez, la más interesante del género por ser un parteaguas hacia un nuevo estilo creativo. Sin adoptar un lenguaje avant-garde, Braga Santos deja sentir que ciertas influencias vanguardistas —adoptadas incluso por sus alumnos— le inspiraron un concepto más moderno, menos tonal y más exigente. Con la Sexta sinfonía tal vez quiso hacer una obra más compleja, incluyendo soprano y coro, que a pesar de ser novedosa, el público no tendría mucho aprecio por ella.
Ya existe una grabación integral de las sinfonías de Joly Braga Santos, con gran sonido y perfecta interpretación de Álvaro Cassuto y la Sinfónica Portuguesa y, finalmente, es factible conocer estas curiosas joyas, una de las colecciones de sinfonías más notables del siglo XX.
*Fotografía: Joly Braga Santos, compositor portugués. / ESPECIAL
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