Jon Fosse, un estilo al ritmo del tiempo
La prosa del ganador del Nobel de Literatura 2023 conjuga los saltos de tiempo, las emociones y los personajes en una telaraña con la que atrapa al lector: una obra envolvente
POR MÁRGARA AVERBACH
La prosa del noruego Jon Fosse (Haugesun, 1959), Premio Nobel de Literatura 2023, es tan específicamente suya que, si el escritor decidiera no firmar sus libros, sus lectores lo reconocerían desde la primera oración. Su “estilo” pasa de un narrador a otro sin demasiados cambios. Es una voz personal, cercana al lenguaje oral, a cierto ritmo de respiración humana que invita a leer en voz alta, como sucede con autores como José Saramago o Salman Rushdie. En la obra de cada uno de ellos hay una cadencia reconocible que pide una lectura atenta y cierto esfuerzo también específico (no de lecturas previas, como en los cuentos de Jorge Luis Borges, sino de interpretación). Como diría Umberto Eco, cada escritor elige a sus lectores. Fosse también. Y está bien que así sea.
Entre los libros del noruego que comenzaron a circular en español (Trilogía, Melancolía, Blancura, Mañana y tarde, Septología), tomamos dos ejemplos para subrayar las características de su obra.
Trilogía cuenta en tercera persona el primer amor de dos adolescentes en un mundo hostil. Melancolía transcurre, en cambio, en la Europa del siglo XIX y narra fragmentos de la vida de Lars Hetervig, un paisajista noruego recordado por su manejo increíble de la luz.
La historia de Melancolía se narra en dos partes: en la primera, el pintor Hetervig es el narrador; en la segunda, el centro es su hermana Oline, y hay un narrador en tercera que en algún momento permite que el personaje se diga a sí mismo.
En ambas novelas, el lenguaje es muy semejante y produce el mismo efecto poético, hipnótico, envolvente. Uno de los recursos más importantes es la repetición. Ciertas ideas, actos, conclusiones y escenas se repiten muchas veces y hay escenas ancla, que despliegan recuerdos y planes, pasado y futuro en un remolino fijo en el mismo momento, un presente que parece eterno. Por ejemplo, en el final de Melancolía, Oline está sentada en el retrete de su casa mientras recuerda y piensa en lo que está por pasar. Así, en ese escenario, el tiempo se detiene casi por completo y gira sobre sí mismo, como si al personaje (y a los lectores) les fuera imposible pasar al momento siguiente. Es exactamente lo mismo que hace Joyce Carol Oates en Agua negra, donde el momento de un accidente de tránsito es el único presente de lo que se cuenta. La sensación es apabullante, como la de una pesadilla en la que uno corre sin moverse del lugar, o como una obsesión que no se consigue apartar del pensamiento. Y sin embargo, de alguna forma, los lectores y los personajes siguen avanzando a través de esa tela de araña tejida con palabras, una tela con la que el autor consigue atrapar al lector una y otra vez.
En estas novelas, el manejo del tiempo es notable. Además de la repetición y las escenas ancla, Fosse pasa de un momento a otro sin solución de continuidad. Así, la pareja de Trilogía o los personajes de Melancolía saltan de la infancia a la vejez, del sueño a la vigilia, de la realidad al recuerdo sin cambiar de párrafo ni de oración, a veces sin siquiera una coma entre una escena y la otra. El orden cronológico es reemplazado por algo que tal vez podría definirse como “orden emocional o mental”, es decir, el orden subjetivo con que nos manejamos en la vida, barajando siempre el mundo exterior y el universo interior. Ese recurso literario tiene un parentesco evidente con el llamado “fluir de la conciencia” que, en la década de 1920, crearon autores como James Joyce o William Faulkner. Como ellos, Fosse nos hunde en la mente de los personajes. En gran parte, la intensidad de sus libros tiene que ver con eso. La lectura lleva directamente a emociones individuales frente a la soledad, el miedo, la vergüenza, la impotencia; muchas de ellas, relacionadas con poderosas presiones sociales, familiares y personales. Las reacciones de los personajes son muy variadas y, en algún caso (el de Lars Hetervig, el pintor, por ejemplo) los llevan hacia la locura.
La narración une una piedad clara por los protagonistas (la parejita de Trilogía, Lars y su hermana, de Melancolía) con descripciones muy directas de la crueldad de que somos capaces los seres humanos. Esa mezcla es otro de los pilares de la fuerza de estos relatos, que describen violencias de todo tipo, desde físicas hasta psicológicas, ejercidas siempre sobre los diferentes, los pobres, los desamparados, los artistas.
Para transmitir su versión desesperanzada del mundo, Fosse utiliza también cambios perfectamente calculados en los tiempos de verbo. Sus personajes viven momentos en los que se concentra tanto el pasado como el futuro en un Aleph infinito. En esos momentos, generalmente representados por las escenas ancla, se arremolinan recuerdos, anticipaciones, proyectos y también momentos oníricos y surrealistas (como cuando Lars ve que su padre fuma bajo el agua). La construcción de estos escenarios se hace con la precisión de un orfebre o un músico. No por nada, Fosse afirma que la escritura es un acto musical. El mismo control casi obsesivo se da en cuanto a la dosificación de la información. En Trilogía, por ejemplo, los lectores entienden solo al final lo que pasó en el pueblo que abandona la pareja enamorada al comienzo y esa comprensión, esa epifanía, cambia enormemente la imagen que se tiene de los personajes.
La de Fosse es una literatura dirigida a lectores que se atrevan a dejarse llevar por ese ritmo hipnótico y doloroso, esa estética bella, cruel y controlada, y sobre todo, esa falta de esperanza. Para quien disfruta de ese tipo de ficción, es una alegría que después del Premio Nobel se pueda leer en excelentes traducciones en castellano a un autor que nos era casi desconocido.
FOTO: El premio Nobel de Literatura Jon Fosse durante la ceremonia de entrega de los galardones en la Sala de Conciertos de Estocolmo, Suecia. Crédito de imagen: Jonathan Nackstrand /AFP
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