Jon M. Chu y la indigencia multimillonaria
POR JORGE AYALA BLANCO
En Locamente millonarios (Crazy Rich Asians, EU, 2018), rutilante filme-objeto fenómeno y opus 9 del destajista chino-californiano buenoparatodo de 38 años Jon M. Chu (de Street Dance 11 a Los ilusionistas 2 16), basado en la homónima novela cómica superventas de Kevin Kwan, la linda maestrita universitaria chino-neoyorquina de economía Rachel Chu (Constance Wu adorable) recibe de su sencillote galán enamoradísimo e inflexible Nick Young (Henry Holding convincente) la propuesta de acompañarlo a la boda de su mejor amigo Colin (Chris Pang) y su alivianadísima novia Araminta (Sonoya Mizuno) nada menos que en el prohibitivo superopulento Singapur, sin saber todavía la ingenua chica que su novio es un multimillonario agazapado y sin darse cuenta de que ciertas reporteras de Radio One Asia trastornarán las redes con la foto de ellos, por lo que al arribar a su destino ambos serán rechazados con hostilidad por la poderosa familia anfitriona que encabeza a la defensiva la ultraprejuiciosa madre Eleanor (Michelle Yeoh soberbia), aunque la inaccesible abuela matriarca ancestral Ah Ma (Lisa Lu) parezca acoger a la bella Rachel, bien auxiliada por su amiga duende excéntrica Peik Lin (Awkwafina) y por el dandy oscarwildeano singapurense Oliver (Nico Santos), pero bastará con dos despedidas de soltero macho-hembristas simultáneas, con la envidia de una hermosa exgalana resentida y con un pez destripado en el lecho de la pretendida cazafortunas Rachel, para que estalle el rechazo abierto del clan familiar y el compromiso de los amantes neoyorquinos quede sometido al calvario que le dicta esa indigencia multimillonaria.
La indigencia multimillonaria plantea la posibilidad realizada de una gran comedia romántica cosmopolita contemporánea, un chick flick colosal con todos los mil veces regurgitados clisés del pasado hollywoodense (o del presente mexicano de Marthita Higareda): viaje decisivo, conocimiento de los suegros excéntricos, propuesta matrimonial, malentendidos, separación inevitable, depresión recóndita, reconciliación extrema, pero con imprevisibles hallazgos provenientes de un potenciado potentado mundo moderno transnacional, híbrido y sólo potencialmente transgresor, apabullado por su propia desmesura y ostentando un prólogo londinense que humilla al conservadurismo snob británico por putrefacto y remoto, en beneficio de otro: orientalista, insólito, poshollywoodense e hiperartificial.
La indigencia multimillonaria dramatiza el generalizado complejazo estadounidense con respecto al lujo y la magnificencia relumbrante del suntuoso este asiático, cual espejismo o eminente espejito de centenario conquistador español, proveyendo, sosteniendo, alimentando y renovando la espectacularidad voraz de su delirio kitsch a lo bestia, a niveles de sueño colectivo que traspone y trasciende la mezquindad de la Era Trump, de la que es hasta hoy su producto más característico y acabado, en el último grado de la paranoia capitalista, hasta las alturas más inalcanzables, exprimiendo la fotogenia de la isla independiente de Singapur duplicada por los islotes de Samsara y así, exacto ahí en el único lugar donde pueden hoy plasmarse las ansias de grandeza de El gran Gatsby (25), la novela clásica-emblemática-ideosincrática de Francis Scott Fitzgerald vuelta de inmediato obsesiva grandilocuencia fílmica (Brenon 26/Nugent 49/Clayton 74/Luhrmann 13), por la megalomanía y el pasmo ante la riqueza ajena que acaso sigue alojándose y medrando en el inconsciente de todo estadounidense quintaesencial, ahora sin el riesgo del desencanto gracias a las telenoveleras respuestas de María la del Barrio, o Rachel la Mugre Naca Neoyorquina, vía Netflix, incapaz de capturar la belleza radical y fatalmente efímera (¡el enorme tema estético de Kawabata!) de la exótica flor simbólica tan hua que reina en medio de la sala y se expande cual homólogo de un tigre gigante en esa idea lograda de la peor gozosa narcomajestuosidad consumada.
La indigencia multimillonaria exacerba y pulveriza la naturaleza del prejuicio, muy por encima del precedente éxito confirmador-afianzador de prejuicios (esa vez gays) del Un banquete de bodas de Ang Lee (93), el prejuicio perenne que aún hoy parece impregnar los valores básicos para la convivencia, a modo de una trampa mortal que pone en riesgo la altivez ética de las occidentales decisiones vitales del novio Nick y los impulsos de la insuficiente Rachel, que tienen como contrapunto (melo)dramático la reveladora historia colateral de la ultrasofisticada prima Astrid (Gemma Chan) y su pobretón marido arribista Michael (Pierre Png) con fundamento en la antigua infidelidad devaluadora e hiriente y en el todavía insoportable peso de las diferencias de clase social.
La indigencia multimillonaria arropa y encomia a la vez que desmantela con gracia elegante el sobreviviente familiarismo actual al desnudo en el que ya sólo se cree en el tercer (in)mundo milenario, el familiarismo con todas sus vilezas, hostilidades subrepticias, estrategias, golpes bajos, sacrificios y renuncias, el familiarismo como un cautiverio descomunal comunal e ineluctable (tal como lo concebía Ozu), el familiarismo en desventaja debidamente confirmado por la hija de una mamá self-made woman sufrida (Tan cheng Hua) y con negro pasado de telenovela jabonera (según el estereotipo impuesto por Imitación de la vida de Sirk 59), el familiarismo al que la sagaz china-gringuita Rachel se sustrae con las armas del juego (de una Teoría de los Juegos que envidiaría Roger Caillois) al negarse a desempeñar el papel de víctima propiciatoria y chivo expiatorio en el Juego de la Gallina, pero dejándose ganar por su suegra en la mesa castrense del Mahjong, aunque mantenga oculto un acopio de mejores fichas.
Y la indigencia multimillonaria confirma finalmente en un sainete de avión a la felicidad como un acceso a sentimientos auténticos y duraderos tan sincera cuan sencilla y socarronamente hipócrita.
FOTO: Locamente millonarios, con Constance Wu y Henry Golding, se exhibe en salas comerciales de la Ciudad de México. / Especial
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