Jorge Ayala Blanco: 60 años de crítica cinematográfica

Feb 4 • destacamos, principales, Reflexiones • 4841 Views • No hay comentarios en Jorge Ayala Blanco: 60 años de crítica cinematográfica

 

El cine ha guiado la vida del que hoy es el mejor crítico de México, quien sigue motivando a nuevas generaciones de lectores con un riguroso periodismo cultural del que es decano. Felicidades, maestro

 

POR  ADRIANA BELLAMY
En uno de sus ensayos menos conocidos (compilado como Ironía, cine y palabra) y, mucho antes que Edgar Morin con El cine o el hombre imaginario o La fábrica de sueños de Ilya Ehrenburg, Hugo von Hofmannsthal define la experiencia cinematográfica como sucedánea de los sueños donde el espectador revive “hasta lo más profundo de sus raíces, mientras los ojos extraen de la pantalla resplandeciente la infinita imagen de la vida.” A más de un siglo de su nacimiento, el cine continúa generando reacciones dispares, una cadena de metáforas y multiplicidad de discursos que han acompañado nuestro horizonte de recepción e interpretación sobre este fenómeno artístico. Entre ellos, la crítica constituye un entramado fundamental de relación entre las películas y sus devenires; sin embargo, desde hace tiempo ya, pareciera encontrarse en estado de crisis y ocaso profundo.

 

Celebrar entonces la trascendencia de una labor colosal como la de Jorge Ayala Blanco implica reconocer una pluma que pese a y contra todo continúa trabajando de manera tenaz, no sólo en el espacio de la crítica y la investigación sobre cine, sino también de su enseñanza. Por un lado, es una escritura que desborda el simple medio de sustento, más bien se manifiesta como obsesión absoluta o recurso liberador para preservar esas metamorfosis de lo fílmico, incluso en uno de sus momentos más convulsos como es el actual. Por otro, permite contemplar vivencia, obra y actividad intelectual en un solo proyecto, parte del mismo impulso creador. Así, este 20 de enero se conmemoraron los 60 años ininterrumpidos del trabajo periodístico de Ayala Blanco en la crítica cinematográfica que comenzó en 1963 en el suplemento México en la Cultura, del diario Novedades, dirigido por Raúl Noriega, y de ahí en 1969 cuando José Emilio Pacheco lo llamó para colaborar en La Cultura en México, de la revista Siempre, con Fernando Benítez a la cabeza, hasta llegar al día de hoy con su esperada publicación semanal en Confabulario, del EL UNIVERSAL.

 

 

Desde su paso por el Centro Mexicano de Escritores de la mano de Juan Rulfo, Juan José Arreola y Francisco Monterde hasta sus reconocimientos recientes como la Medalla Salvador Toscano de la Cineteca Nacional, el Premio Iberoamericano de cine Fénix a la crítica, la presea cervantina otorgada por el Museo Iconográfico del Quijote (MIQ) y el Festival Internacional de Cine del Bajío (BJX Fest) o la entrega de algunos centenarios a sus 50 (aunque en realidad 59) años de carrera universitaria, la trayectoria de Ayala Blanco se antoja una especie de caleidoscopio vital que cautiva a lectores asiduos o a aquellos no familiarizados con su obra al despertar su curiosidad. A partir de la publicación de La aventura del cine mexicano en 1968, ese osado experimento literario que no tardó en rendir frutos al ser reconocido como el primer ensayo histórico sobre el cine nacional, la estela creadora de Ayala Blanco aspira en su afán de totalidad al anhelo wagneriano, un proyecto de escritura inigualable hasta el día de hoy, que mantiene los trazos primigenios de una pluma festiva, búsqueda infinita y autobiografía indirecta marcada por una raíz esencial: la cinefilia.

 

Quisiera pues hablar de su obra en términos fílmicos: panorámica general del cine en tres series de libros o tomo-secuencias que comprenden el primero, la investigación biblio-hemerográfica (La cartelera cinematográfica), el segundo, las variaciones del cine internacional y el tercero, el Abecedario del cine mexicano, en el cual medita sobre sus contradicciones y renacimientos. En los dos últimos, sobre todo, encontramos el sello estilístico del autor: en el manejo de un repertorio de alrededor de 100 o más películas por ejemplar, divididas en apartados que funcionan como conceptos-eje o quizá principios afectivo-estéticos organizados bajo la combinatoria de microanálisis fílmico e indagación literaria.

 

En el caso específico del Abecedario, el volumen más reciente es el número 18, La querencia del cine mexicano, presentado en septiembre del año pasado en La Casa Universitaria del Libro. Para Ayala Blanco, la q forma parte de otra serie al interior del Abecedario, una especie de matrioshka insólita titulada “Pentateuco Cinepandémico”, constituido por el visionado de películas durante este periodo en sus etapas pre, durante y pospandemia.

 

 

Al igual que en La potencia, el primer tomo de este pentateuco, se abordan películas exhibidas en distintos lugares, tanto en salas como en festivales realizados de manera híbrida, en una abrumadora cantidad de plataformas, y también se encarga de revisar la producción realizada en las escuelas de cine. Entre ellas, el Abecedario siempre ha incluido una selección de cortometrajes y proyectos fílmicos de su querido CUEC/ ahora ENAC con lo cual se integra la obra de los jóvenes creadores, así como de los proyectos de profesores y egresados. Bajo esta óptica, la obra de Ayala Blanco nos brinda el estado general de un cine que se confronta con su imposibilidad, sobre todo a raíz de los acontecimientos de catástrofe mundial ocurridos durante los últimos dos años. Nos invita a pensar en el porvenir de una industria con otros modos de realización y, cada tomo en específico, anuncia un nuevo rostro posible al deshilvanar películas de factura reciente. El Abecedario se ha convertido en una aportación bibliográfica y crítica fundamental sobre nuestro cine y, si bien existen otros intentos de dar seguimiento a las películas del país a lo largo de varios años (desde perspectivas más histórico-monográficas), ninguna ha tenido la continuidad, solidez y coherencia estética de esta serie que regularmente actualiza y expande el acervo sobre la cinematografía nacional.

 

Por eso, en estas tres tomo-secuencias, la estrategia creadora de su escritura se acerca bastante a aquella idea desarrollada por S.M. Eisenstein en un brillante texto sobre la historia del primer plano, donde abogaba por una crítica e historia del cine compuestas: el arte de la miniatura en el acercamiento y su alternancia con el plano general inconmensurable. La prosa ayalablanquista despliega así sus exploraciones literario-lingüísticas, arcón de invenciones y neologismos sustantivos que de manera fractal anuncian las características de cada filme analizado, sus orgánicas, potencias, derivas, querencias, además de aproximarse en el análisis fílmico certero a un horizonte más amplio relacionado tanto con la historia del cine como con otros campos del saber: la literatura, la filosofía, la sociología, la teoría del arte o de la música, entre muchos más. Investigación, lectura, (re)visionado y (re)escritura, cuatro maniobras complejas y difíciles de reunir en un mismo texto, tarea demencial que implica toda crítica de cine y a partir de la cual podemos percibir porqué en nuestro país esta práctica está en extinción o en vías de ser cualquier cosa menos crítica.

 

 

Ya sea en forma autónoma o como un haz de temáticas, este tipo de ensayo cinematográfico brinda, de tal modo, varias lecturas posibles y la escritura se transforma en una especie de juego de conjuntos. Entre la distancia estratégica, la erótica del texto y una renovadora capacidad de ironía de los mil y un detalles del universo fílmico, las cine-epifanías de Ayala Blanco se sostienen en franco antagonismo de la síntesis o la obviedad, la reseña pseudocrítica y pretenciosa, banal, precipitada y conscientemente simuladora. Ensayar las películas requiere no sólo un movimiento, puesta en prueba en el sentido etimológico de la palabra ensayo, también concentra en su interior el experimento de llevar al espectador-lector y fabulador en ciernes a repensar sobre lo visto/lo no visto, sobre la acústica y el silencio, las eufonías o las disonancias fílmicas y sus futuros insospechados.

 

Este saber que atraviesa sus textos, una inteligencia en imágenes que traslada su potencia poética de la pantalla a la escritura requiere pues de un ejercicio receptivo peculiar. Reserva inagotable de conocimiento, en su visión integral se da a cada lector la oportunidad de dialogar con las diversas cinefilias y con cada texto en sí mismo, al generar una exégesis dinámica de eso que llamamos cine, compendiado en la notoria designación ayalablanquista de que el espectador actual participa de manera simultánea de tres artes por el precio de una: el de las imágenes fijas, el de las imágenes en movimiento y el de las imágenes en mutación.

 

Péndulo oscilante entre la centricidad y la excentricidad, apelando a los términos empleados alguna vez por Rudolf Arnheim para definir las dos tendencias de las artes visuales, los libros de Ayala Blanco, en su voluntad de forma y subversión de la misma, constituyen hoy una enciclopedia sobre el cine y sus avatares. Estilística frenética más lenguaje polimorfo se prolongan en un camino esbozado hace algunas décadas cuando en A salto de imágenes (1988) él describía su paradigma de ensayo como “lectura recreadora que trata de efectuar una operación de múltiple reconocimiento.”

 

 

Siguiendo el hilo de esta cita, podríamos decir que el lenguaje es un territorio de recuperación/apropiación y ruptura, al contemplar los modos de ser y especular sobre el cine se reescriben las tradiciones críticas anteriores, se trabajan desde el interior y se les da vuelta al generar otras formas de pensamiento. En Ayala Blanco este método se acopla de manera perfecta con otro campo de acción, esta vez desde la esfera académica y pedagógica. Nada más lejos de su práctica que la enseñanza prescriptiva, punitiva o fraudulenta, que tiende a la cuantificación acumulativa tabulada, más bien se trata, en el mejor estilo de la escritura escéptica del ensayo, de renovar la mirada, la escucha. Transformar las realidades, desidias y dogmatismos de la enseñanza sobre cine es una vocación contundente que se resume en esa extraña figura de la pedagogía francesa que encierra la palabra passeur, cuya traducción, imposible de expresar en castellano, se refiere, según Alain Bergala, tanto a la labor del maestro como emisor-transmisor de un tiempo y cultura determinadas, pero también a la idea misionaria de convulsionar la pedagogía del arte para heredar a generaciones presentes y futuras una amplitud de mundo.

 

Profundizar el propio pensamiento, expandir horizontes, crear una cinescritura capaz de mirar en distintas direcciones y, sin embargo, comprender cada elemento particular que pertenece a un conjunto desembocan así en una obra poliédrica, polifónica y panóptica que encarna a todos los Ayala Blanco mencionados: el crítico, el investigador y el docente, cuya fascinación fílmica y lirismo desbordado revelan una mente móvil e iridiscente, de omnipotencia imaginaria. A la manera de un Jean-Luc Godard, a quien perdimos de manera inesperada el año pasado, Ayala Blanco se transforma en ese otro gran enciclopedista fílmico que persevera en las diferentes modulaciones de una misma obra inabarcable cuya realización nunca se interrumpe y nunca se completa, voluntad abierta y libre que permite pensar un cine que ya no existe o quizá nunca se haya inventado. Así pues, gracias infinitas, querido maestro, por su presencia luminosa a lo largo de estos años y, como lo ha hecho desde hace tiempo, que sigan muchas aventuras fílmicas más.

 

FOTO: En 2022, Jorge Ayala Blanco publicó su más reciente entrega del Abecedario del cine mexicano, La querencia del cine mexicano (ENAC-UNAM, 2022)/ DIEGO SIMÓN SÁNCHEZ/EL UNIVERSAL

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