Jorge Edwards, libertario y demócrata
Narrador y ensayista, el chileno hizo de su vida un testimonio de las letras. El autor de Persona non grata deja un legado ineludible, tras su muerte el 17 de marzo
POR MARÍA TERESA CÁRDENAS
Su amor por España era de larga data y en las últimas décadas había llegado a un buen equilibrio: pasaba temporadas en su departamento del edificio El Barco de la calle Santa Lucía, en el centro de Santiago, y en Madrid. Era en la capital española donde más disfrutaba la vida social: le llegaban múltiples invitaciones de personalidades del mundo cultural y político, incluyendo sus amigos de la Real Academia Española, ministros de Estado e incluso del rey Felipe. Era, además, convocado a dar charlas en distintas universidades y centros culturales. En España, y particularmente en Madrid, Jorge Edwards se sentía revitalizado.
Así hasta 2019, cuando después de participar en el VIII Congreso Internacional de la Lengua Española en Córdoba, Argentina, viajó a pasar unos meses en Santiago. Vio de cerca el estallido social, cuyo epicentro estaba a pocas cuadras de su departamento, y meses después sobrevino la pandemia. Estuvo obligado a postergar su habitual temporada en Madrid. Pero añoraba volver y, aunque delicado de salud, en septiembre de 2021 pudo concretar ese viaje junto a su hija Ximena. Allá también lo visitó su hijo Jorge.
Con 90 años y algunos vacíos y distracciones propios de la edad, Jorge Edwards estaba ilusionado con ese retorno, que sería definitivo. “Bueno, España significa el español y mi juventud, y que en Madrid tengo una cantidad de amigos”, había dicho un par de meses antes.
Sus primeras narraciones
En su última temporada en Chile, había recibido un homenaje en el Palacio Consistorial que alberga la alcaldía de Santiago, donde se le declaró Hijo ilustre de esta ciudad en la que nació el 29 de julio de 1931 y a la que nunca abandonó del todo. Hijo menor de Sergio Edwards Irarrázabal y Carmen Valdés Lira, él y sus cuatro hermanos, Carmen, Laura, Angélica y Luis Germán, crecieron en una casona ubicada en la Alameda con Carmen, frente al cerro Santa Lucía. Descendiente directo de José Miguel Carrera por el lado materno, toda su formación escolar la hizo en el Colegio San Ignacio, del que egresó en 1949 y donde recibió el estímulo de algunos profesores que reconocieron su talento literario: sus primeras creaciones las publicó en la revista del colegio jesuita, al que de niño llegaba en auto con chofer y más grande en bicicleta o tranvía.
De esas experiencias fueron nutriéndose sus primeros cuentos, los que escribió mientras asistía a clases o se refugiaba en la biblioteca de la Facultad de Derecho de la Universidad de Chile. Estaba muy lejos el momento en el que revelaría situaciones insospechadas en esos años, como el abuso que sufrió de parte de un sacerdote. El episodio lo cuenta en la primera parte de sus memorias Los círculos morados, publicadas en 2012. A los 20 años, Jorge Edwards ya tenía material suficiente para publicar su primer libro. “Con esa base, me entendí con un amigo que tendría un destino terrible: Carmelo Soria, un inmigrado de España muy cercano al mundo de la literatura y de la imprenta. El era un impresor vocacional”, recordaba hace años.
Fue así como en 1952, bajo el sello Cruz del Sur, el mismo nombre de su concurrida librería, los hermanos Carmelo y Arturo Soria imprimieron El Patio, en el que Jorge Edwards reunía ocho relatos. “El libro estaba destinado a tener una cubierta verde con negro, pero se destiñó y de repente vimos que salía mejor blanco con negro. Eran quinientos ejemplares, hay como 300 verde con negro y los otros, blanco con negro. Y hay unos con el verde medio desteñido”, recordaba con humor sobre ese primer volumen de su autoría, el que tuvo que financiar a través de suscripciones anticipadas entre sus amigos. Él todavía era estudiante, y no cabía la posibilidad de que su padre lo apoyara en esta empresa. Hasta entonces, su único pariente escritor era Joaquín Edwards Bello, a quien todos llamaban “el inútil de Joaquín”. En 2004, el sobrino recreó la figura de este personaje en su novela El inútil de la familia.
Su libro más celebrado y controvertido
Autor de una treintena de libros, entre novelas, cuentos, ensayos, memorias y crónicas, Jorge Edwards recibió aplausos y críticas por el más controvertido de ellos, del cual precisamente se cumplen 50 años: la primera edición de Persona non grata apareció en 1973, pese a los consejos de su amigo Pablo Neruda, con quien compartió la escritura y también la diplomacia. En la embajada de París, Neruda le había dicho que escribiera el libro, “pero que no lo publicara todavía, que él me indicaría el momento oportuno”, cuenta en el prólogo a la edición de 1991. “¿Cuándo, me preguntaba yo, perplejo, podrá llegar ese fabuloso ‘momento oportuno’?”. Lo cierto es que tras su publicación, Jorge Edwards recibió duras críticas desde la izquierda latinoamericana, por dejar al descubierto las grietas y perversiones del régimen de Fidel Castro, lo cual pudo observar con detalle en sus tres meses y medio en la isla, hasta donde viajó con la misión de reabrir la embajada durante el gobierno de Salvador Allende.
El libro dividió a los escritores e intelectuales latinoamericanos entre los que apoyaban la revolución y quienes ya notaban sus falencias. Entre estos últimos se encontraba Mario Vargas Llosa, quien a propósito de Persona non grata publicó en 1974 el artículo Un francotirador tranquilo (recogido en Contra viento y marea, en 1983). Pero las consecuencias fueron más allá. En Chile, el libro sólo pudo circular clandestinamente: estuvo censurado hasta 1982. “Yo di la pelea hasta que llegué a la Corte Suprema”, contaba.
Libertario y demócrata, Jorge Edwards se opuso públicamente a todas las dictaduras, cualquiera fuera su signo político. “El menosprecio totalizador, fanático, ignorante, del pasado, fue la premisa que permitió el desarrollo del castrismo en Cuba y que facilitó en Chile la tarea del pinochetismo. En ambos discursos políticos, desde extremos ideológicos opuestos y simétricos, el desprecio de la democracia imperfecta que había existido antes, del desarrollo económico mediocre, de la cultura débil, eran justificaciones constantes”, escribió también en el prólogo de 1991, cuando el país vivía los primeros tiempos de la vuelta a la democracia. Una tarea en la que él, como intelectual, también participó, siendo uno de los fundadores y luego presidente del Comité de Defensa de la Libertad de Expresión, en los años ochenta. Se sumó a otras instancias que buscaban la apertura democrática, apoyando la opción “No” en el plebiscito de 1988 y la candidatura presidencial de Patricio Aylwin, en 1989.
Rico intercambio entre pares
Abogado de profesión y con una destacada carrera diplomática que culminó con su designación como embajador en Francia durante el primer gobierno de Sebastián Piñera (2010-2014), Jorge Edwards fue más allá de la escritura de sus propios libros y desde que volvió al país, en 1981 —después de cinco años en Barcelona—, buscó el rescate de un cierto espesor cultural en Santiago. Como integrante de la generación del 50, una de las más prolíficas, activas y genuinas, se formó en la bohemia de los bares y las lecturas en el Parque Forestal con Enrique Lihn, José Donoso, Enrique Lafourcade, Jorge Teillier, entre otros autores. Y también frecuentó a los mayores, como Neruda y Nicanor Parra. Echaba de menos esa vida cultural, la bohemia y la conversación entre pares.
Un rico intercambio que también se dio entre escritores latinoamericanos en los años de gestación del boom literario, del cual formó parte, aunque, mañosamente, a veces se le excluye, sobre todo en su propio país. Fueron tiempos en los que conoció e hizo amistad con Mario Vargas Llosa, Gabriel García Márquez, Carlos Fuentes, Julio Cortázar y el editor Carlos Barral, quien en 1965 publicó su primera novela El peso de la noche, en la editorial Seix Barral. Al grupo también pertenecía su amigo José Donoso.
Tras su retorno a Chile, a inicios de los 80, Jorge Edwards compró una librería “chiquitita” que quedaba en Huérfanos, a la que llamó Altamira —antecedente de la Nueva Altamira del Drugstore, aún de su propiedad—. Para ello, recurrió a la viuda de Neruda. “Yo le hablé a la Matilde Neruda, ella me ayudó, me prestó una plata y yo simplemente compré una instalación que ya existía. Ahí establecí la idea de presentar los libros, que nunca se había hecho en Chile”, recordaba hace un tiempo. Paralelamente, su mujer, Pilar Fernández de Castro —quien falleció en 2007—, echaba a andar la distribuidora que hasta hoy lleva su apellido y gracias a la cual se conocieron en el país las editoriales Anagrama, Tusquets, Siruela, Lumen…
Al cumplir 90 años, en 2021, y poco antes de partir a España, Jorge Edwards seguía lamentándose de la falta de interés e inquietud cultural que existía en el país. Incluso esperaba que alguna vez lo visitara la ministra de las Culturas de entonces, o algunos intelectuales, como sí ocurría cuando estaba en Madrid. El ánimo le cambiaba, sin embargo, al mostrar las múltiples reediciones y traducciones —al inglés, francés, alemán, italiano, portugués, griego, japonés…— de sus libros, así como fotografías con grandes intelectuales y personalidades del mundo que eran sus amigos. En la mesa del comedor y otros muebles laterales había dispuesto muchos de sus volúmenes. Y también primeras ediciones como Gente de la ciudad, su segundo libro de cuentos, publicado en 1961 por Universitaria. “Me dijeron: ‘Te podemos hacer una edición, pero no te la podemos pagar’. Muy chileno”, recordaba con humor. Con él obtuvo el Premio Municipal de Literatura en 1962. Ese mismo año, Jorge Edwards recibió su primera destinación diplomática, como secretario de la Embajada de Chile en París. Se abría entonces un nuevo mundo para él.
En 1981, cuando ya preparaba su retorno a Chile, se publicó en España su novela El museo de cera. Después de Persona non grata, Jorge Edwards aseguraba que este era “el libro mío que más ha circulado”, el que también “tuvo mucho éxito en Francia”. Cronista y memorialista excepcional, con obras como Adiós, poeta… y, sin duda, Persona non grata, así como los dos volúmenes de memorias que alcanzó a publicar, Los círculos morados y Esclavos de la consigna, Jorge Edwards también le dio un sello propio a sus numerosas novelas —El sueño de la historia, El origen del mundo, y más recientemente La última hermana y Oh, Maligna, entre otras—, incorporando en ellas un narrador conjetural que duda de sus propias afirmaciones y que se introduce en la trama.
Merecidos reconocimientos
Su sólida obra, de la que también forman parte sus cuentos, ensayos y sus innumerables columnas y crónicas periodísticas, fue ampliamente reconocida. Miembro de número de la Academia Chilena de la Lengua, en 1999 obtuvo el Premio Cervantes, el “Nobel de la lengua española”, y cinco años antes había recibido el Premio Nacional de Literatura. También ganó la Beca Guggenheim (1979), el Premio Comillas por Adiós, poeta… (España, 1990) y el Municipal de Literatura por este mismo libro; el Premio José Nuez Martín por El inútil de la familia, el Premio de Letras de la Fundación Cristóbal Gabarrón (Valladolid, España, 2009); fue investido como Caballero de la Orden de las Artes y Letras (Francia, 1985), Caballero de la Legión de Honor (Francia, 1999), y recibió la Orden al Mérito Gabriela Mistral y la Gran Cruz de la Orden de Alfonso X el Sabio, entre otras distinciones.
Jorge Edwards fue un lector inquieto hasta sus últimos días, y él mismo emprendía las traducciones de las obras que le interesaban. Como la de Fernando Pessoa, a quien le dedicó su primer artículo en El Mercurio de Chile, en 1957, adelantándose a todos los lectores latinoamericanos del poeta portugués. Al año siguiente comentó también en este diario la novela Coronación, de José Donoso, y a partir de 1981, y durante varios años, publicó una columna semanal. Su vocación de columnista permaneció a través del tiempo, colaborando en diarios chilenos y europeos, como Le Monde, en Francia, y El País, La Vanguardia y ABC de España, donde fue reconocido con los premios González Ruano, de la Fundación Mapfre, y el ABC Cultural, ambos de 2010.
Ese mismo año se le concedió la nacionalidad española y asumió su última destinación diplomática: cuatro décadas después de haber acompañado a Neruda, y ahora él como embajador en Francia, se instaló en la casona de avenida de La Motte Picquet. Gran conversador, generoso y versátil en su escritura, Jorge Edwards fue un animador de la vida cultural chilena. Pero en los últimos años se encontró cada vez con menos interlocutores y finalmente decidió viajar por última vez a Madrid, donde dedicaba mucho tiempo a la lectura y sobre todo a la relectura. A sus casi 92 años (los cumplía el 29 de julio) la salud no lo acompañó más y murió el viernes 17 de marzo de 2023, a las 05:30 horas de la tarde, “en paz”, dijo su hija Ximena. Desde Chile, no queda más que revisitar su obra, darle las gracias y despedirlo: Adiós, Jorge Edwards…
FOTO: El escritor chileno falleció en Madrid a meses de cumplir 92 años (el 29 de julio). Crédito de imagen: CORTESÍA EL MERCURIO
« “Medea”: poemario de Pascal Quignard Aida: lección de macro emprendimiento cultural »