José Antonio Rodríguez, maestro de la historia fotográfica
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Investigador, crítico, editor, coleccionista, maestro y amigo son algunas facetas abordadas en este texto que despide a José Antonio Rodríguez (1961-2021), un gran apasionado de la historia de la fotografía, riguroso colaborador de Confabulario, que deja libros fundamentales para conocer el pasado mexicano en imágenes
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POR BRENDA LEDESMA
Los antiguos saberes, sí, pero también la vanguardia. José Antonio Rodríguez fue un profundo conocedor de la fotografía mexicana y de otras latitudes. De afanes y afectos numerosos, sus búsquedas abarcaron muchos ámbitos de la cultura visual, literaria y periodística. Su famosa columna “Clicks a la distancia”, que durante un par de décadas escribió en el diario El Financiero, fue el espacio vital para plasmar sus reflexiones, pero además fue lectura obligada para artistas visuales, fotógrafos, diletantes, historiadores e investigadores. De algún modo, todos querían o temían ser reseñados por este agudo crítico que no daba lugar a la complacencia ni al halago.
Su escritura fue directa y rigurosa, pero no desprovista de humor. Practicó una honestidad que a muchos daba miedo, pero que también generó el respeto de sus lectores por la sagacidad de sus ideas. Para la investigadora Laura González Flores: “en el ejercicio de la crítica sobre fotógrafos, exposiciones y bienales, libros y proyectos fotográficos, así como sobre las instituciones, José Antonio cimentaría una visión de la fotografía en México que habría de consolidar en otro de sus grandes proyectos, que fue la revista Alquimia”.
De las entrañas de documentos antiguos y de todo tipo de colecciones, rescató la obra de fotógrafos y cineastas olvidados por la historia, entre ellos a más de cincuenta fotógrafas mexicanas que vivieron entre 1872 y 1960, así como al vanguardista Agustín Jiménez, cuyo trabajo desempolvó junto al investigador Carlos Córdoba. Como académico se preocupó por mostrar un mundo que nadie había revisado, “entre sus libros preciados no aparece su tesis doctoral”, apunta la investigadora Rebeca Monroy Nasr, que deja ver su interés en mostrar cómo la fotografía de los viajeros del siglo XIX invadió y trasgredió a los indígenas del país, en particular a las mujeres. Un mundo injusto emanaba de los libros de viaje, primigenias ediciones que llegó a coleccionar.
Si eso no fuera bastante, en la escena contemporánea impulsó y formó a varias generaciones de artistas fotógrafos. Rodríguez participó como curador en la muestra Four Current Views of Mexican Photography en 1998, en el marco de FotoFest, en Houston, Texas. El fotógrafo Gerardo Montiel Klint cuenta que en esa ocasión “se hizo una exposición de lo que se esperaba en la foto mexicana documental, directa, en blanco y negro. José Antonio no, nos invitó a Mariana Dellekamp, Adriana Catalayud, Laura Barrón, Ximena Berecochea y a mí. Todos estábamos empezando, fue un riesgo para él…, y un espaldarazo para nosotros”. La exposición incomodó a la crítica y al público norteamericanos porque decían que aquello no era foto mexicana. Estaban esperando los magueyes y los burros, y José Antonio estaba muerto de la risa. Se carcajeaba. Así fijaba su postura ante la creación, no estaba interesado en las miradas impuestas por antiguas tradiciones colonialistas, sino en la imagen y en los planteamientos estéticos que realizaban los nuevos artistas.
“Tenía la experiencia y el conocimiento. Te decía, por ejemplo, cómo presentar un portafolio en ferias y eventos de proyección internacional. ¡Eso nadie te lo compartía!, ¡nadie! A lo mejor ahorita lo googleas y ya sabes cómo, pero en esa época no. ¿Qué hago? ¿Qué llevo? ¿Cómo lo llevo?”, recuerda la fotógrafa Cannon Bernáldez, quien agrega: “prácticamente me formó. Me decía muchísimo: ‘lo más importante de las imágenes es lo que no se ve’. Esa parte de no ser evidente, de no ser explícito, de crear espectadores pensantes, seres críticos, de revisar la historia”.
Gerardo Montiel Klint recuerda a José Antonio como la persona que lo transformó como creador: “me hizo interesarme por la historia, los contextos. El argumentar con bases y conocimiento. El ser incisivo, debatir, dialogar. El hacer curaduría en serio, y no de turismo cultural. Aprendí de leerlo. Por eso lo vi como maestro, aunque nunca me dio clases”.
José Antonio entendía el periodismo, las instituciones, pero también el mercado. Con ese conocimiento orientó a coleccionistas y a particulares que resguardan archivos fotográficos. Acompañó a la galerista Patricia Conde desde sus inicios: “Me decía, ‘la foto se vende de esta manera, se hace en papel’, y llevaba sus guantes colgados al cuello. ‘Mira, hay que fijarse muy bien cómo te entregan la obra’”. “Me decía con franqueza ‘¡qué cosas!’, sobre algunas que yo hacía en la galería, pero entendía que yo estaba en el mercado, en un asunto distinto al del periodismo y la academia, él respetaba esa parte de mí”.
Durante veinte años, José Antonio Rodríguez fue editor de la revista Alquimia, del Sistema Nacional de Fototecas del INAH. De ahí se desprendió una variedad incontable de temas y visiones sobre la fotografía mexicana. Adriana Konsevik, quien ocupaba la Coordinación Nacional de Difusión del INAH en el momento de su fundación, recuerda: “Iniciamos juntos y nos propusimos crear un referente dentro de la cultura fotográfica de México que contribuyera a construir la historia de la fotografía, difundiera el quehacer fotográfico e impulsara la generación de archivos y fototecas. Rodríguez tiene, entre muchos otros méritos, el haber conseguido que Alquimia sea una revista reconocida como una de las cinco más importantes de mundo”. La revista evolucionó con los años, y ante eso “expandió los alcances de la investigación sobre fotografía, además de sacarlos de los límites del centro del país, o de los grandes acervos ya conocidos”, como lo recuerda la investigadora Rosa Casanova.
En la edición de libros que se volvieron imprescindibles por el arte editorial y la profundidad de las investigaciones, José Antonio Rodríguez y Alberto Tovalín fueron inseparables, y no sólo eso. Comenta Tovalín: “José Antonio vivía de y para la fotografía. En nuestro trabajo como coeditores celebro los libros Carlos Jurado y el arte de la aprehensión de las imágenes; Nacho López, ideas y visualidad; Mirar. Héctor Vicario; Nacho López. Fotógrafo de México; Fotografía Artística Guerra. Yucatán, México y Librado García Smarth. La vanguardia fotográfica en Jalisco”. Juntos recibirían, en más de una ocasión, los premios nacionales más importantes en el mundo editorial, el Antonio García Cubas del INAH y el de la CANIEM. Practicaron el arte de la puesta en página y el cuidado minucioso de la producción, siempre a pie de imprenta.
“Fue muy significativa la exposición que curamos juntos: Nacho López. Fotógrafo de México, en el Museo del Palacio de Bellas Artes, en 2016, misma que llevamos a PhotoEspaña en 2019. Planes y proyectos ya en proceso quedan pendientes con su partida”.
Los investigadores jóvenes también recibimos la generosidad, las enseñanzas y la amistad de José Antonio. Alguna vez me dijo: “así también me impulsaron a mí. Ésa es la manera”. Sus joyas documentales y bibliográficas llegaron a manos de una generación entera de estudiantes de posgrado de la UNAM; de esa manera, Arturo Ávila Cano y yo nos acercamos al querido José Antonio: “Fue bibliófilo, tenaz coleccionista de tratados y documentos sobre artefactos, fotografía y óptica; devoto de los archivos históricos y de las imágenes decimonónicas, o de aquellas creadas en las primeras décadas del siglo pasado. En las últimas semanas me llamó para decirme que debíamos investigar el tema de las siluetas, el tiempo nos alcanzó abruptamente”.
Junto a su compañera de vida, Patricia Priego, José Antonio encaminó a sus hijas Natalia y Camilla por universos de palabras e historias. Las inició en su gran pasión por los textos literarios.
“Fuimos padre e hija desde antes de que yo naciera, desde que iba con mi mamá al café la Veiga a soñar con cómo sería su hija. Fuimos maestro y alumna en todos aquellos momentos en que me transmitió su amor por el conocimiento, por la literatura, por los libros, por la edición, pero sobre todo, por vivir intensamente. Fue mi jefe y yo su discípula-asistente, mi primer trabajo editorial me lo dio él (como a tantos otros), quizás es el jefe más estricto que he tenido, pero también del que más he aprendido. Mi papá y yo fuimos sobre todo y ante todo grandes cómplices, con nuestro propio lenguaje, nuestros propios códigos”, comparte Natalia.
Que no nos hagan nada los vientos oscuros. Alguna vez se despediría así el querido José Antonio. Te seguiremos buscando en tus libros. Te seguimos.
FOTO: El historiador José Antonio Rodríguez en el estudio de su casa en la Ciudad de México (2015)./ Arturo Ávila Cano
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