La distorsión de la literatura
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“La literatura es un hilo entre humano y humano”, reflexiona el escritor portugués a la luz de sus aprendizajes de las obras de Homero
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POR JOSÉ LUÍS PEIXOTO
Al leer, al escribir, al lidiar con el texto literario, somos cuidadosos, juiciosos, utilizamos pinzas invisibles, microscopios invisibles, toda especie de aparatos invisibles de alta precisión. No queremos ser mal interpretados, ni siquiera en relación con algo tan subjetivo y abstracto como el tono. A lo lejos, como es su naturaleza, la distancia se ríe de estos escrúpulos— tanto la distancia física, como la temporal, como todas las otras formas de distancia conforman un coro de carcajadas.
Homero. ¿Qué sabemos sobre Homero? Se calcula que su nacimiento habrá sucedido entre 750 a. C y 1200 a. C. Es decir, en el espacio de esos 450 años hubo un día en el que nació, no se sabe exactamente dónde. Normalmente, se considera a Homero el autor de la Ilíada y la Odisea. Gran parte de las conjeturas que se hacen acerca de su persona deriva de esos textos. A lo largo de los siglos y hasta hoy, hay quien considere que Homero fue ciego a partir de las descripciones de Demódoco, poeta ciego referido en la Odisea.
Es verdad que el autor y el texto son entidades de índole diversa. Aun así, en este caso, las dudas están presentes en uno y otro lado de esa frontera. Comenzando por la cuestión de la propia autoría. No se sabe a ciencia cierta si esas obras fueron escritas por una sola persona y, en tal caso, no se sabe si fueron escritas por la misma persona. Los argumentos que sustentan cada una de esas posibilidades son de pertinencia semejante, con múltiples ejemplos posibles apuntando coherencias e incoherencias entre las dos obras. Aun así, se tenga una o otra posición, se esté más o menos convencido, nadie puede afirmar con convicción definitiva que fueron escritas por la misma persona y, menos aún, que esa persona se llamaba Homero. En realidad, no hay avances mínimamente significativos en relación a un conocimiento de su identidad desde el siglo XVIII.
¿Qué se nombra entonces cada vez que se menciona a Homero? Aun pudiendo referirse, con el pasar del tiempo, a un grupo de personas, todas ellas habiendo contribuido en los textos que llegaron hasta nuestros días, Homero designa al autor, designa al elemento humano de donde siempre nace cada texto literario. La literatura es un hilo entre humano y humano. En el caso de la Ilíada y la Odisea, es un hilo entre Homero y cada uno de nosotros. Independientemente de quien sea Homero e, incluso, independientemente de cuál sea la traducción en la que lo estamos leyendo.
La distorsión es una ley de la naturaleza. Aceptar la distorsión es no cerrar los ojos a un elemento esencial de la vida del texto. Tanto la distorsión como la comprensión forman parte de aquello que consideramos interpretación. En realidad, más allá de discrepancias evidentes o de lecturas que ignoren lo elemental de la lógica, la línea entre distorsión y comprensión sólo tiene sentido cuando se concibe a la luz de la intención del autor. Por su parte, la intención del autor es algo que, probablemente, ni él mismo logra o quiere expresar de modo objetivo. De lo contrario, supongo que habría sido capaz de eliminar todos los equívocos de su trabajo.
La obra de Homero, llamémosle así, es de las más canónicas en la literatura occidental. En muchos aspectos nos define. Ha sido transportada, de manera más o menos visible, en innúmeras obras literarias y no sólo a lo largo del tiempo. Es estructurante para la forma en la que entendemos ciertos temas, incluso de modo inconsciente, muchas veces. Forma parte de nuestra cultura en el sentido más profundo de ese concepto. Detalles de los textos de Homero tienen resonancia en la sensibilidad que construimos. Creo, por ejemplo, que el pudor que demostró al describir escenas de amor y la falta de pudor con la que describió la violencia, con rigor gráfico y sensorial, crearon una escuela de la que aún no nos liberamos y que, especulación mía, afectó el mundo de formas insospechadas.
No obstante, con naturalidad, muchas de las distorsiones que ha sufrido son claras. Con frecuencia, eso es sólo una señal del paso del tiempo. Se sabe que estos poemas épicos, en su época y durante siglos, eran un producto popular, recitados en grandes eventos para personas de todas las clases sociales y niveles de educación. Hoy, a pesar de que sus ecos continúan vivos en la llamada cultura de masas, los textos en sí son vulgarmente considerados como propios para élites culturales. Una demostración de la vasta apelación que poseían se entiende en el hecho de que las obras más leídas de Sófocles y Eurípides se estructuran alrededor de episodios sobre la guerra de Troya.
Además, las tragedias griegas son también un ejemplo de distorsión. Las obras justamente de Sófocles y Eurípides, aunque también de otros tantos, como Esquilo, por mencionar otro ejemplo más grande, sólo tuvieron sus versiones finales en el siglo IV, posterior a la vida de sus autores, una vez que los textos sufrían grandes alteraciones en las múltiples escenificaciones, suprimiendo y añadiendo. Con respecto a Homero, distinguir lo que es posterior al texto original es, en sí, una disciplina autónoma de estudios.
La literatura se merece todos los cuidados que le dedicamos. Los aparatos invisibles que usamos para trabajarla no son exagerados. Es en ese remilgo que descubrimos las cualidades más extrañas. Pero la distorsión es una característica inequívoca de la memoria, del tiempo, de la propia literatura. No podemos fingir que no existe. Tenemos que tomarla en cuenta.
Traducción de Diana Alcaraz
FOTO: Busto del poeta griego Homero. / Especial
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