Josh y Benny Safdie y la aventura convulsa

Ene 6 • Miradas, Pantallas • 4550 Views • No hay comentarios en Josh y Benny Safdie y la aventura convulsa

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Lo que parecía ser un día de suerte para dos hermanos, ingenuos asaltantes primerizos de bancos, deviene en una pesadilla carcelaria y un frenético suplicio por las cadenas del podrido sistema judicial neoyorquino

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POR JORGE AYALA BLANCO

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En Good Time: viviendo al límite (Good Time, EU, 2017), arrasante opus 3 de los prolíficos hermanos cortometrajistas-documentalistas judioneoyorquinos de 33 y 31 años Josh y Benny Safdie (El placer de ser robado 08, Ni el cielo sabe que… 14), con guión de Josh y Ronald Bronstein y edición de éste ahora al lado de Benny, el enardecido hamponcillo neoyorquino de barbitas Connie Nikas (Robert Pattinson magnífico e irreconocible hasta para sí mismo) rescata de la garras del vetarro psiquiatra sádico Peter (Peter Verby) a su hermano con leve retraso mental Nick (Benny Safdie patético autoirrisorio), asalta con él un banco, le estalla una bomba de pintura en la bolsa de los billetes exigidos, esconde en un mingitorio de tienda el botín que luego recuperará, sufre la captura policial del hermano lelo que ha tropezado con una puerta de cristal, intenta liberar al cautivo trasladado a la pavorosa prisión de la isla Rikers, necesita un complemento de 10 mil dólares más que le pide un juez corrupto a través del contacto delincuencial Eric (Eric Paykert), fracasa al tratar de bajarle la cantidad a su amante decrépita Corey (Jennifer Jason Leigh) pues la madre de ésta le ha cancelado su tarjeta, se introduce por hábil fractura al hospital adonde han internado a Nick salvajemente golpeado por otro preso, saca por error en silla de ruedas al desmayado traficante con la cara deshecha Ray (Buddy Duress), forma con la sexofrecida afroamericana diecisesañera Crystal (Taliah Webster) y el glosolálico Ray un piquete de asalto nocturno para recobrar una valiosa botella con LSD que éste último ocultó en el miniparque de atracciones Adventureland, apabulla brutalmente al guardia Dash (Barkhad Abdi) y le hace ingerir ácido para provocarle alucines incoherentes al despertar, participa en una corretiza descomunal por carreteras y elegantes zonas comerciales, logra hacerle llegar a quien corresponde el monto del rescate fraterno gracias al gordo dealer a rape Caliph (Necro), es cercado al amanecer en el estacionamiento de un edificio y va a dar a la cárcel, mientras su cómplice Ray se desploma fatalmente desde una alta ventana y su hermano cae de nuevo en manos de psiquiatras para su rehabilitación tras la inasible aventura convulsa.

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La aventura convulsa se narra como un delirio suburbano a mil por hora, cual montado y conducido sobre un tren infernal, para consumar la travesía de la noche barriobajera neoyorkina a un ritmo frenético que sarcásticamente remite a la vez al impresionismo citadino a punta de pistola redentora del Taxi Driver de Scorsese (76) y al pesadillesco clásico moderno Después de hora del mismo realizador (85), pero con el toque lumpenesco-lisérgico-sinestésico del memorial drogadicto Ni el cielo sabe que… , la ya obra maestra moderna anterior de los Safdie, y en deterioro absoluto, hasta una descomposición decidida que no retrocede ni ante la grotecidad, como las cruciales apariciones TVfugaces de la buitresca abuela inmigrante Agapia Niklas (Saida Mansoor), ni ante el surrealismo crudo y duro, como las visiones deformantes tipo La dama de Shanghai (Welles 48) en el parque de diversiones de vil Queens.

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La aventura convulsa logra incursionar, practicar y trascender el cine extremo como una suma summa de vivencias transubjetivas embotadas tan obvias cuanto obtusas diría Barthes (“Algo pasó. No sé exactamente qué”) a través del ser siendo de ese infeliz raterillo y salvador atrabancado Connie/Pattison siempre abalanzándose a tomar las peores decisiones imaginables y capaz de teñirse por desespero el cabello de rubio para sólo conseguir esconderse más de sí mismo, vivencias que se experimentan como las desfiguradoras máscaras adheridas al rostro de los nerviosos asaltantes ineptos, con una música sin cesar acezante de Oneohtrix Point Never y la desatada cámara protagónica deliberadamente quasi amateur de Sean Price Williams, en perpetuos y renovados planos cerradísimos, pero en vertiginoso movimiento aún más atrapante, abriendo abismos al avanzar hacia las oquedades de lo real callejero cual cotidiano universo concentracionario, veloces movimientos pulsionales sólo interrumpidos y punteados por rapidísimos planos de conjunto que usurpan las visiones subjetivas parcialmente desenfocadas de los héroes en permanente fuga rumbo al vacío del error y de un rescate cada vez más lejano, o se enseñorean cenitalmente en top-shots un tanto absurdos por dramáticamente desentendidos como en la distante aprehensión del escapista Connie y la súbita caída del histérico Ray con zapotazo en off.

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La aventura convulsa arranca con la trituración espiritual del discapacitado mental Nick removiendo las dolientes heridas indelebles que le heredaron los regaños de su gorgónica abuela griega y termina con los titubeos existenciales del mismo lamentable Nick intentando asociar contradictorios contenidos psicológicos que se le recitan/asestan en dictatorial voz alta, dejando atrapados entre las dos secuencias de violencia moral un martirologio espiritual compartido con muchos otros personajes cruelmente tipificados, un descenso a los submundos urbanos que viene a ser exactamente lo contrario de un thriller criminal, “segregativo y nómada como dos polos del delirio” (Deleuze), adoptando e invistiendo y embistiendo la apariencia y tesituras de un antithriller transdescendente.

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Y la aventura convulsa se sitúa propositivamente, con todas sus cargas y sobrecargas esquizoparanoides, bajo el signo de una discapacidad mental interior/exterior que todo lo impregna: toxicidad interpersonal, agitación viscerosófica, voracidad de pulp fiction masoquista, vibrantes texturas y una delicada inmersión temeraria en la voraz necesidad de filmar a rajatabla y a ráfagas, siempre en perfecto estado de excitación, haciendo sentir a sus personajes, como el incontrolable Connie/Pattinson, pero también al espectador, una amenaza constante de pérdida de relación con la realidad trágica misma.

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FOTO: Robert Pattinson deja atrás sus caracterizaciones de vampiros adolescentes para encarnar a un frustado asaltante de bancos en un drama fraternal./ Especial

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